En una sociedad como la nuestra el equivocarse siempre ha sido mal visto. De hecho, reconocer y afrontar nuestros errores ha sido de las tareas más difíciles que hemos tenido que aprender. Muchas veces ha sido más fácil ocultarlos o buscar otros culpables para no reconocer que hemos fallado. Y es que, el que se equivoca pierde, ha sido una de las tantas frases que hemos usado para ridiculizar o juzgar a quienes han cometido cualquier tipo de error.
Poder aceptar mis errores, sanarlos, corregirlos ha sido una tarea compleja a la que he podido llegar gracias a varias terapias holísticas y psicológicas. Es gracias a este tipo de corrientes, que el mundo en general ha aceptado el hecho de abrazar nuestros errores y más aún saberlos sanar para una mejor crianza de nuestros niños. Cambiar ese chip de que un error es sinónimo de vergüenza nos tomará tiempo pero no todos los errores son malos, por más que sus consecuencias lo sean en algún punto.
Sin embargo, los errores nos forman más que nuestras propias virtudes porque las lecciones que aprendemos por fallar se asimilan más pronto. Esto creo que puede ser por lo profundas que pueden ser sus secuelas. Pero también porque queremos rectificarlos lo más rápido posible porque siempre nos costará aceptar que somos humanos y que erramos. Independientemente de cómo actuemos, lo importante será reconocer que no todos los errores son catastróficos.
Al inicio sí hasta asimilarlo. Pero si preguntamos a un hijo que no siguió la carrera que sus padres querían y que para ellos y la sociedad era un error ser artista en vez de médico; este pudo ser el mejor error de su vida. Gracias a esta decisión errada pudo descubrir lo que le apasiona y ser quien quiere ser y no quien debía ser.
En múltiples ocasiones nos obligamos a ser quienes deberíamos ser y no quienes quisiéramos ser. Y para llegar a eso, tenemos que pasar por errores que para nuestros familiares o para la sociedad pueden ser terribles o imperdonables. Por eso, pueden rechazarnos y ser muy crueles. De hecho, nosotros también podemos llegar a ser muy duros con nosotros mismos.
El librarnos de esos prejuicios o estereotipos que tanto nosotros hemos creado sobre nuestra propia imagen o que la misma sociedad ha creado sobre nosotros es el peso con el que juzgan nuestras fallas. Sin embargo, si no fueran por aquellas equivocaciones muchos no habrían alcanzado sus sueños, conocido el amor o encontrado la misión en sus propias vidas. Todos tenemos un error al que le llamaríamos el mejor error de nuestras vidas ya que gracias a él pudimos vivir o llegar donde quizás nunca nos imaginamos llegar.
No debemos dejar que un error nos defina, que los juicios de valor de nuestro entorno nos limite y que no seamos capaces de transformar ese error en una de las mejores experiencias que la vida nos brindó. (O)