Ni la televisión, ni la propaganda, ni la sobre producción de libros electrónicos y de los otros, ni la abundancia opiniones en las redes, ni la persistencia de los discursos, ni Internet ayudan a pensar con la profundidad y la serenidad que era habitual entre los hombres comunes y los intelectuales. ¿Hay intelectuales? Tampoco el electoralismo ayuda a pensar, al contrario, anula la reflexión, automatiza las decisiones y elimina la crítica. La inteligencia artificial, ¿será un auxiliar idóneo para el desarrollo de la reflexión, o será el método ideal para acomodarse y remitir a la computadora la responsabilidad de trabajar con la cabeza?
Me pongo a pensar si serán buenos los “productos” de la civilización occidental para este mundo bárbaro que tenemos, civilización que hemos creado con algunos valores, cierto es, pero también amasando negaciones, mascaradas e intereses. ¿La democracia liberal funciona en los moldes artificiosos del populismo o, al contrario, esa deformación será su sentencia y su tumba? Me pongo a pensar si la legitimidad se ha convertido en excusa para dominar, en concepto sinuoso; si la representatividad es la máscara de un asambleísmo despótico. El pueblo, ¿existe como entidad política, o solo hay individuos que del sentir comunitario apenas tienen el membrete? ¿Somos la “clase inútil” de la que hablaba Yuyal Noah Harari?
Me pongo a pensar en la muletilla de la soberanía, que se me antoja rezago de tiempos antiguos, o ficción y retórica de tiempos nuevos. ¿Soberanía del pueblo, soberanía del individuo? ¿Soberanía del Estado? Pienso, y las dudas se me acrecientan, cuando constato que la gente solo sabe de sobrevivir, y conoce apenas el tono de los estribillos que repite sin entender ¿Es eso ciudadanía? ¿La ciudadanía es categoría política viva, o fórmula vacía?, ¿es consumo de propaganda o militancia cívica?
Y el Derecho. Tema grave el del Derecho que agoniza entre las novísimas teorías de la derogación de la ley, de la edificación del poder político absoluto, de la “invención de la justicia” por jueces que hacen tabla rasa de las normas. La verdad es que no hay Derecho. Han logrado, los teóricos y los prácticos, anular ese atrevido invento de la civilización que es el Derecho, el imperio de la Ley, y nos han dejado sin alero y sin refugio en medio del torbellino de la incertidumbre. Nos han dejado inermes, dependientes de la suerte, o del poder o del juez.
Me pongo a pensar: ¿y el garantismo, y los derechos individuales y toda la parafernalia de la democracia directa, en qué han quedado? ¿No será que quienes se apropiaron de los derechos fundamentales, como si fuesen su predio y su patrimonio, tuvieron siempre otra vocación -la autoritaria- y la inclinación por las dictaduras que eran buenas porque se titulaban de izquierdas? ¿No será que todo aquel discurso humanitario era, y es, mascarada y antifaz?
En fin, me pongo a pensar que muchos supuestos ya no responden a la realidad, que muchas ideas ya no sirven, que la circunstancia las niega y deroga. Que la política, al modo como algunos la entendimos, como herramienta al servicio de cada persona, nunca existió, y que, al contrario, fue siempre la refinada manera de construir poder, de blindar al poder, y de hacer de la sociedad un enorme rebaño de sumisos.
Más aún, me pongo a pensar si no será malo este hábito de pensar. (O)