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Matilde Hidalgo votó primero, pero la igualdad aún espera

Esteban Vivar

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La historia del voto femenino en América Latina tiene nombre y apellido: Matilde Hidalgo. En 1924, Ecuador se convirtió en el primer país de la región en reconocer el derecho de una mujer a sufragar, gracias a su determinación. Sin embargo, la conquista de las urnas no se tradujo en igualdad real. Hace más de un siglo de este hito, la equidad de género sigue siendo una deuda global. Mientras los gobiernos celebran cifras crecientes de participación femenina en política, las estadísticas económicas cuentan otra historia: brechas salariales del 20 %, solo el 7 % de mujeres en la alta dirección de las grandes corporaciones y una persistente resistencia cultural que frena el acceso de las mujeres al poder. ¿De qué sirve votar si el sistema sigue excluyendo a la mitad de la población?

9 Marzo de 2025 19.14

La historia de Matilde Hidalgo es la historia de la determinación frente a la exclusión. Nacida en Loja en 1889, fue la primera mujer en Ecuador en graduarse de bachiller, la primera en obtener un título universitario en Medicina y, finalmente, la primera en votar en América Latina. En 1924, cuando decidió inscribirse en el padrón electoral, no había una ley que explícitamente prohibiera el voto femenino, pero tampoco un antecedente que lo permitiera. Su solicitud generó debate y resistencia. Sin embargo, la presión legal y su insistencia lograron que el Consejo de Estado aprobara su derecho al sufragio, lo que llevó a Ecuador a convertirse en el primer país latinoamericano en reconocer legalmente el voto de las mujeres en 1929.

Antes de Matilde, en Argentina, Julieta Lanteri había conseguido emitir su voto en 1911, pero bajo circunstancias excepcionales: un vacío legal le permitió inscribirse en el padrón, aunque no abrió la puerta al reconocimiento formal del sufragio femenino. No fue sino hasta 1947, con Eva Perón como principal impulsora, que Argentina garantizó el voto de las mujeres de manera definitiva. Este patrón se repitió en otras naciones: México lo aprobó en 1953, Colombia en 1954 y Paraguay en 1961. A escala global, hubo demoras sorprendentes: Francia solo otorgó el voto femenino en 1944, Suiza en 1971 y Arabia Saudita en 2015.

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Pero la pregunta clave es: ¿cuánto cambió realmente la situación de las mujeres tras conquistar las urnas? La igualdad formal no ha significado equidad estructural. Aunque el 99 % de los países en el mundo reconocen hoy el derecho al voto femenino, solo el 27 % de los escaños parlamentarios están ocupados por mujeres. En 2023, apenas 31 países tenían jefas de Estado o de Gobierno, es decir, menos del 10 % del total. Las mujeres representan más del 50 % de la población global, pero siguen estando dramáticamente subrepresentadas en la toma de decisiones.

El ámbito económico es aún más brutal. Según el Foro Económico Mundial, la brecha salarial de género a nivel mundial es del 20 %, lo que significa que, en promedio, las mujeres ganan solo el 80 % de lo que perciben los hombres por el mismo trabajo. Esta desigualdad se profundiza en el acceso a posiciones de liderazgo: menos del 7 % de las CEO de las empresas Fortune 500 son mujeres. Además, el trabajo no remunerado (como el cuidado de hijos y tareas domésticas) sigue recayendo desproporcionadamente en las mujeres, lo que limita su desarrollo profesional y económico.

A esto se suma una realidad alarmante: si seguimos al ritmo actual, la brecha económica de género tardará más de 130 años en cerrarse. No es una exageración, es un cálculo del propio Foro Económico Mundial. En otras palabras, ninguna persona viva hoy verá un mundo donde hombres y mujeres tengan igualdad de condiciones económicas.

La tecnología puede ser una gran aliada para reducir la brecha de género y algunos países ya están implementando soluciones innovadoras con buenos resultados. Por ejemplo, en Islandia, donde la brecha salarial es la más baja del mundo (menos del 10 %), se usa un software de auditoría salarial obligatorio para todas las empresas de más de 25 empleados. Este sistema analiza los sueldos en tiempo real y detecta desigualdades, forzando a las compañías a corregirlas o enfrentar sanciones.

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En España, el gobierno impulsó plataformas digitales que permiten a las mujeres acceder a trabajos flexibles y bien remunerados en sectores tecnológicos, promoviendo su inclusión en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Esto ayuda a cerrar la brecha de acceso a empleos mejor pagados, que históricamente han sido dominados por hombres.

En Estonia, la digitalización redujo barreras burocráticas para que más mujeres emprendan. Con un sistema 100 % online para abrir empresas en minutos y acceso a capital vía blockchain, las emprendedoras ganaron terreno en el ecosistema tecnológico. Otra estrategia interesante está en Japón, donde los robots y la inteligencia artificial están empezando a aliviar la carga del trabajo doméstico y de cuidados, automatizando tareas que históricamente recayeron sobre las mujeres.

La clave es aprender de estos modelos y aplicar soluciones tecnológicas escalables. Aunque, la tecnología no reemplaza la voluntad política, bien utilizada puede acelerar un cambio que, de otro modo, tardaría más de un siglo en llegar.

Matilde abrió un camino que parecía imposible en su época, pero su lucha no terminó con el derecho al voto. La democracia no es solo votar, es tener el poder de decidir, de avanzar sin barreras, de ocupar el lugar que corresponde. Ella lo dijo claro: "Los derechos no se mendigan, se conquistan con dignidad y esfuerzo." Y así debe ser. No basta con recordar su historia, hay que honrarla con cada paso adelante, con cada barrera rota, con cada desigualdad combatida. No hay vuelta atrás. Lo que ayer parecía imposible, hoy es un derecho. Y lo que hoy parece inalcanzable, mañana será innegociable. (O)

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