Durante mis estudios de pregrado en psicopedagogía, uno de los proyectos que más me marcó fue el diseño de un proyecto educativo sin limitaciones: un proyecto de ensueño que pudiera transformar una realidad carente en una fuente de talentos.
Propuse la creación de una institución educativa en una zona rural, un lugar con menos oportunidades, pero con un gran interés por los deportes. La idea era diseñar un currículo que, además de incluir materias fundamentales como lenguaje y matemáticas, ofreciera una formación integral enriquecida con disciplinas deportivas. El objetivo era no solo fomentar la excelencia académica, sino también descubrir y potenciar el talento deportivo de los estudiantes.
Este recuerdo cobró vida en mi mente tras el reciente éxito de los deportistas ecuatorianos en las Olimpiadas de París 2024, donde la delegación alcanzó su mejor participación histórica con cinco medallas. Este logro es aún más admirable si consideramos que, a menos de tres meses del inicio de los Juegos Olímpicos, los deportistas ecuatorianos no contaban con los incentivos necesarios, lo que complicó su preparación. Según varios de ellos, “todos los años, el deporte sufre lo mismo”: atletas que recurren a empresas privadas o rifas para conseguir recursos, entrenadores que trabajan sin recibir su remuneración, o deportistas que han perdido a sus entrenadores.
Aunque existe un Plan de Alto Rendimiento (PAR) destinado a permitir que los deportistas de élite se dediquen por completo a su entrenamiento y alcancen sus metas, es evidente que no está cumpliendo cabalmente su objetivo.
Cada medallista olímpico ha conseguido su logro a costa de enormes sacrificios, esfuerzo y escaso apoyo. Recordemos el caso de Glenda Morejón, quien en 2017 entrenaba con zapatos rotos y cuya familia vendía salchipapas, chochos y otros productos para superar el obstáculo más grande que enfrentaba: el económico. En París 2024, junto a Daniel Pintado, Glenda ganó la medalla de plata en la prueba mixta de 35 km marcha.
¿Qué sucedería si nuestros deportistas recibieran el apoyo que merecen? Es probable que estuviesen más concentrados y muchos más podrían alcanzar una medalla.
¿Qué pasaría si en zonas rurales o aquellas donde los grupos delictivos están ganando terreno se implementaran proyectos educativos integrales que descubran y potencien el talento deportivo? Seguramente, tendríamos muchos más atletas como Daniel, Jefferson, Lucía, Glenda, Angie y Neisi, pero con más oportunidades y apoyo para lograr sus metas deportivas de manera justa y respetuosa. Y, sobre todo, estaríamos evitando que el talento se pierda, como sucede actualmente.
Lo que han logrado nuestros deportistas es una muestra de fortaleza y resiliencia increíbles, pero no debería ser tan duro ni tan sacrificado. Debería ser un camino más justo, que les permita explotar aún más el talento que ya han demostrado tener.
Quizá el sueño de crear un proyecto educativo que contemple competencias académicas y deportivas no era tan descabellado. Lo que sí es descabellado es la falta de apoyo y el escaso o nulo valor que damos a nuestros deportistas y a la formación que deberían recibir desde niños.
Más allá del oro, existe una necesidad apremiante de un apoyo integral para los talentos deportivos en Ecuador.
Ojalá nuestras miradas y admiración estén más tiempo, o siempre, acompañando a lo mejor que tiene este país: nuestros medallistas olímpicos. (O)