Se abrieron los fuegos. Desde la Consulta popular de abril del 24 se dio inicio en los hechos a la campaña electoral por la Presidencia. La selección de nuevo gobernante será en febrero del próximo año, es decir, después de 8 meses y pico. Parecía un día lejano, pero la clase política lo ha puesto desde ya en nuestra mesa con su acostumbrada irresponsabilidad.
Y como dice la gente… se jodió la cosa. Tenemos campaña para rato, con todos sus sórdidos ingredientes: disputas, demagogia, derroches, campañas sucias, sorpresas de última hora, recorridos y bocinazos. Una danza que marca desde ya los comportamientos personales y de las agrupaciones políticas. Nada será inocente. Nada sincero. El país y el sentido común serán pisoteados otra vez.
A estas alturas -junio 24- tenemos ya 6 precandidatos. De colores no muy diversos. Varios saben que no llegarán a la segunda vuelta ni de milagro pero persisten. Y faltan al menos 3 que no van a quedarse quietos o a expensas de algún aliado poco confiable. El país en modo campaña. Apresado por esta emboscada legal de los políticos. Y con escasas herramientas de defensa.
Se acabó la autenticidad y la espontaneidad. El concurso de disfraces lo empapa todo. Como en un concurso de belleza, o en uno de imitadores (tan celebrados últimamente) , una carrera de trenes o una de caballos. Nada es lo que parece. Todo empieza a ser moldeado en los laboratorios del marketing político. Comandados por especialistas nacionales o importadas que cobran buen billete. Y que se ingenian para que el engaño parezca virtud.
Tras bambalinas, se fabrica el perfil del personaje. Desde los aspectos físicos como el maquillaje, el peinado, el vestuario, el tono de la voz y las poses, hasta las actitudes y gestos: sonriente, firme, tolerante, confrontador, venenoso, moderno, sarcástico, macho. Puro oropel. Productos de consumo que se volverán obsoletos en poco tiempo. El modelo admite, por supuesto, adaptaciones locales. No se presentará igual en la costa que en la sierra, ni en el país o el extranjero.
Se construyen también discursos y narrativas de acuerdo a las condiciones. Las ideologías se esconden para dar paso a las proclamas inflamadas. En estos tiempos, ser oposición resulta un buen negocio. Más aún si las cosas se ponen difíciles. Se ensucian las decisiones de la Asamblea; el blindaje de la Vice Abad es una prueba. Se pactan alianzas insólitas: RC + SC + Construye es un ejemplo. Se exacerban las debilidades del otro y se amplifican los propios atributos, aunque no pasen de 3 ideas contadas y calcadas casi siempre.
Las agendas vacías son la constante. Generalidades, diagnósticos conocidos y ausencia de propuestas viables, concentradoras, atrevidas. Pero no importa. Lo clave es ganar poder, siempre poder. Y recibir el aporte del estado con la plata de todos. Tres temas se repiten sin despliegues, ni creatividad, ni novedad: inseguridad, falta de empleo, corrupción. Ni idea de temas estructurales. Ellos no venden votos. Son difíciles de posicionar.
Hay que señalar, sin embargo, que las condiciones son complejas. El asesinato de Fernando Villavicencio y los sicariatos a figuras políticas locales, han colocado un ingrediente nuevo. Ser candidato es un peligro; es colocarse en la mira de los bandidos. Los equipos de seguridad -costosos y poco preparados- son ya parte del paisaje. Pero el poder enloquece. Solo así se explica que muchos candidatos lo arriesguen todo: dinero, esfuerzo, prestigio, familia, vida.
Apáticos pero no muertos
Al otro lado de la oferta de personajes, la ciudadanía baja la guardia y opta en su mayoría por retirarse, por el desprecio a la peste política y por la apatía a la hora de participar. Ésas son, lastimosamente, las reacciones predominantes, las formas de resistir y responder a estos interminables procesos. La sociedad pasmada -como dice Santiago Basabe- se vuelve vulnerable. Al final, terminará quebrándose a favor del mejor producto electoral de consumo. Que rara vez coincide con el candidato más preparado, mejor acompañado y transparente.
Hay que reconocerlo. La trampa funciona a la perfección. Aparentemente no queda otra que escoger el disfraz más luminoso o excéntrico. Lo único que puede salvarnos en medio de esta feria, es la sensatez. La sensatez que viene acompañada de alertas tempranas y sentido crítico. Es preciso confiar en que la ciudadanía no coma cuento. Que pueda detenerse a pensar el país y se subleve contra la pobreza de mensajes que recibe. Que convierta unas malditas elecciones en procesos democráticos serios e informados, frescos y alegres, esperanzadores. (O)