Defoliando calendarios, tachando fechas y cumpliendo puntualmente con las horas, arribamos a diciembre. El mes de los abrazos, el de los regalos, el de las promesas y el de los recuerdos. Llegó diciembre y el año se termina, señal que nunca se detuvo el tiempo, el destino hizo lo suyo y durante 2024, la vida siguió de una manera inédita mezclando apagones con sequías y desazón con rabia, incendios con desconciertos, impotencia con rebeldía, agrediendo la salud mental y rompiendo economías -no es la primera vez que con sombrío panorama- adviene diciembre para llevar a cabo su tradicional cometido.
Diciembre el mes soñado por los migrantes del mundo para volver a los suyos, regresar a su tierra y disfrutar hasta del aire que junto con el viento son los transparentes testigos de añorados paisajes. Familiares, vecinos, amistades del barrio y todo ese conglomerado que forma "mi gente" a la que nunca se olvida y que se le encuentra cambiada pero igual de cariñosa, que no depara en regalar afecto, ternura en cada encuentro y que repleta el alma en cada despedida.
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Diciembre siempre será especial, un mes en que la nostalgia se viste de gala y sale a rememorar un pasado que abarca desde nuestra propia infancia hasta el despertar a la vida de hijos y nietos. Ningún otro mes como diciembre tiene esa magia, ese inexplicable sentido de regresar el tiempo, de recrearnos en vivencias que no siempre quieren mostrarse, pero que viven en la memoria de un sinfín de navidades, cuando siendo los mismos éramos tan diferentes.
Mes que cambia la decoración de ciudades y comarcas, mes que se engalana con pesebres y nacimientos, con coníferas gigantes, medianas y reducidas, cubiertas -antes de luces- hoy mayoritariamente de bombillos y guirnaldas. Diciembre de las novenas y los rezos familiares, mes de los festejos y compromisos. Mes de las reuniones, de los balances y los encuentros, Mes de apretadas agendas, de visitas obligadas y de brindis repetidos. Mes de los aguinaldos, de las sorpresas y de las desbordantes emociones.
Hospitales, cárceles, cuarteles y campamentos tienen en diciembre ese mes distinto, como si de pronto las distancias se acortaran y un extraño calor de hogar recorriera por sus sendas, dormitorios y salas, presagiando la llegada de momentos luminosos con repiques de campanas y amaneceres tranquilos.
Diciembre mes del amigo secreto, del obsequio inesperado, de la funda de caramelos, de los ahorros gastados. Mes festivo que da la impresión de pasar muy rápido, de no detenerse nunca y sus días -especialmente sus noches- parecen no tener final, que invariablemente concluyen reprochando al tiempo y en ocasiones anulando el olvido.
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Cruentas y prolongadas guerras siempre tomaron en cuenta a diciembre, calamidades, pestes y tragedias naturales como que respetaron sus días y entre dolor y llanto rememoraron costumbres y tradiciones. Diciembre el de la navidad y del año nuevo, el de los mensajes tiernos, de las esperadas cartas, o quizás de antiguas y modernas postales, o tal vez de prolongadas o puntuales conferencias incluso mes de insólitas llamadas y repetidos whatsapps decembrinos. Razón tuvo un enamoradizo anciano con dotes de poeta al decir que "llegar con vida a diciembre siempre fue una buena nueva, disfrutar sus momentos una quimera y saborear sus horas un deleite ".
Los amigos que se fueron, los padres que ya no están y los hijos que marcharon a buscar lo que el país les niega, parecen retornar cada diciembre y dan la impresión de asomarse como entonces, los volvemos a ver en las cenas, en las tertulias, en la calle, en los lugares que solíamos recorrer y en los sitios donde nos íbamos a encontrar. Diciembre hizo el milagro, de diluir su ausencia y convertirla en imaginaria compañía, prodigio, que la razón y la lógica no pueden explicar, lo que el amor, con sencillez lo hace.
Diciembre que inspiró la pluma de Raúl Andrade, para con regia y elegante prosa señalar ufano, un Quito acunado de villancicos, dorados pristiños y personajes pintorescos que dejaron una inmensa galería que no muere. "Diciembre de los niños" tituló Jorge Carrera Andrade a uno de sus poemas: "Diciembre se ha puesto su delantal blanco / y abre una temporada su cocina/...para los niños trae colgada de su brazo/ la Navidad, cestilla de buñuelos". Con singular maestría - en un artículo llamado "Quito, a dos cuadras del cielo"- Jorge Enrique Adoum, otro poeta y escritor ecuatoriano, describió cómo los niños de antaño, ocho días antes de la nochebuena, con desbordante imaginación, afanosamente construían nacimientos de la nada.
Diciembre el mes de los buenos deseos, de las felices pascuas, el que agranda la esperanza y acuna los proyectos, El mes que sobrevive a todos los embates, el que significa el triunfo de la vida, el que no esquiva ni risas ni buenos momentos, el que no regatea ni negocia con el pesimismo y que como prueba derrocha entusiasmo en sus treinta y un días. Ese diciembre ya está entre nosotros dispuesto como nunca a compartir sus horas, a brindarnos soporte en medio de este tiempo oscuro y enrarecido. Para decirnos que sigamos adelante," que no debemos, que no podemos doblegarnos", que seguro volverá el próximo año a favorecernos con su esencia, a derramar añoranzas, levantar ánimos y exhibir esa magia que flota, perfumando el ambiente. (O)