No existe revolucionario comunista o socialista que no tenga entre sus gustos y aficiones, además de otras exquisiteces, al menos un buen reloj Rolex auténtico entre sus posesiones. Y como los mentados revolucionarios, entre varios defectos suelen ser fantoches y alharaquientos, exhiben sus amados caprichos, sueltos y brillantes bailando en sus muñecas, mientras alardean ante la prensa, fotógrafos o ante sus propios compañeros, sobre lo perverso que resulta el capitalismo para el pueblo llano al que defienden.
La historia está plagada de imágenes, anécdotas y evidencias de revolucionarios aficionados a autos de lujo, a los mejores y más costosos licores, a la ropa fina de diseñador, a las joyas pesadas y ostentosas en las que relucen pedruscos finos, y, por supuesto, a las más renombradas marcas de relojes del mundo, entre ellas el Rolex de todo anticapitalista que se precie de tal.
El Che Guevara, ícono de la izquierda recalcitrante, comunista confeso e ideólogo verdadero del proceso de rebelión cubano, era uno de esos hombres tan especiales como contradictorios que profesaba e imponía a la fuerza de los tiros aquello de patria o muerte, y preconizaba con el brazo en alto la revolución de los humildes, con los humildes y para la humildes, pero que, al final de sus días, mientras se jugaba la vida en una aventura imposible, casi en solitario y en medio de la selva boliviana, entre las escasas posesiones que llevaba para el combate, portaba dos relojes Rolex a los que cuidaba con más ternura que a sus propios hijos.
La historia dice que el 8 de octubre de 1967, cuando el general Gary Prado al mando de varios soldados del ejército boliviano capturó al Che Guevara y lo llevó a la escuela de La Higuera, en la misma zona selvática, mientras vigilaba al ilustre detenido, poco antes de que se lo ejecutara, con la voz baja, éste habría hecho una extraña confesión al general Prado diciéndole que en el momento de ser detenido tenía dos relojes Rolex que algún soldado se los había incautado. Uno de los relojes era de él y el otro era de su amigo y colega Tuma, que había muerto en combate. En vista de que de todos modos se los iban a quitar, el Che Guevara pidió a Prado que él se los guardara. Prado, en su propia versión, recuperó los dos relojes y se los mostró al Che. Le dijo entonces: “Márqueme bien el suyo”. El Che, con una piedra pequeña hizo una marca en la tapa posterior de su Rolex y se lo entregó al general.
El general Prado ha contado varias veces a la prensa que el reloj de Tuma se lo entregó a un comandante, y que él se quedó con el Rolex del Che Guevara. Varios años después, cuando se restablecieron las relaciones diplomáticas entre Cuba y Bolivia, Prado supuestamente devolvió al cónsul cubano el reloj del famoso revolucionario para que se lo entregaran a su familia. El general boliviano no supo al final el paradero del Rolex de Guevara, pero unos meses después de haberlo devuelto, el gobierno de Cuba, generoso y derrochador, le obsequió un nuevo y reluciente Rolex.
Los guerrilleros y revolucionarios (reales y de membrete) más afamados, sus acólitos y seguidores obsecuentes, entre ellos varios gobernantes actuales y pasados, con toda impunidad, con gran desfachatez e infinita estupidez, han exhibido siempre, públicamente, sus gustos y apegos obscenos por esos lujos que consiguen a punta de corrupción y que sus pueblos hambreados, apresados y subyugados, jamás verán ni soñarán mientras vivan en las cárceles revolucionarias que sus líderes han fabricado para ellos, con ellos y a costa de ellos, los más pobres, que son al final quienes pagan las cuentas de esas costosas y refinadas aficiones. (O)