No tenía previsto escribir este artículo. Estaba borroneando sobre otros temas para esta revista cuando, de la manera menos pensada, se quebró el país. Quizás se lo veía venir por todo lo que estaba sucediendo, pero como pasa con delitos de esta naturaleza el sacudón ocurrió de manera inesperada y nos dolió. Fue un golpe muy bajo, en los huevos y cerca de la moral, que es donde más duele, y como sucede en estos casos este hecho genera sentimientos de impotencia y miedo. Nos llegó a todos por igual, porque no importa si coincidíamos o no con Villavicencio, lo que ocurrió es algo que frustra, conmociona y sacude. No hay otro tema posible porque no estamos de humor para hacer chistes o campañas políticas o no preocuparse por este país. Es imposible escribir sobre otra cosa que no sean reflexiones sobre este hecho porque el ánimo no lo permite.
Por eso, este error del destino hace que indefectiblemente tengamos que pensar muy bien las cosas que están ocurriendo. Nos han botado al piso y es fundamental levantarnos y sentir orgullosos que somos los primeros los hijos del suelo, que somos esa semilla que está germinando. Es momento de acordarnos donde vivimos, que éramos un país de paz y que la corrupción, el narco y los juegos de poder no estaban cuando crecimos felices jugando a la pelota en el barrio. Porque si bien estos males siempre existieron, los niveles a los que hemos llegado lo vuelven peligrosamente intolerable.
Es necesario volver al origen porque hay que ser valientes por nuestros hijos y entender qué no es cuestión de no tener miedo, sino de superarlo. Volver al origen no es nostalgia ni melancolía, ni es amor a las costumbres. Es, simplemente, el lugar de donde somos. Por ejemplo, en mi caso Quito no es mi lugar de origen. Es mi origen. Es con quien he crecido, quien me ha enseñado, lo que he logrado ser. Soy yo y mis circunstancias, como decía Ortega y Gasset.
Entender cuál es nuestro origen es imprescindible porque ahí está el camino que hemos hecho y lo que añoramos. El origen es nuestro lugar seguro, ese happy place rodeado de buenos recuerdos, de momentos inolvidables, de música que nos traslada junto con el olor de las viejas historias. No la historia que leemos en los libros sino la que cada uno construye con esfuerzo. Es volver a ver para acordarnos que fuimos felices. El miedo no nos puede ganar nunca.
Hay que regresar a ver la tierra de nuestra infancia para luchar por eso que vivimos, porque lo vale. Ese lugar es Ecuador, donde vivieron nuestros padres y abuelos, hicimos amigos, corrimos por las calles, jugamos y recibimos chancletazos. Ecuador es el lugar donde nos enamoramos, el país de nuestras primeras veces, de nuestras alegrías y, por qué no, de nuestras desilusiones. Donde crecimos y de donde somos. Sin duda, lo que forma parte de nuestro origen.
A partir de ahí, volver a construir. Acordarnos que nos cobija una misma bandera de tres colores y que en algún momento, Dios miró y aceptó el holocausto, y esa sangre fue germen fecundo de otros héroes que, atónito, el mundo vio en tu torno a millares surgir. Por eso vale la pena luchar. Por el bien común que termina siendo el nuestro también. Por vivir en el país maravilloso del auténtico ceviche, del encebollado y del dilema de si va con canguil o patacón. Del hornado con llapingacho, del ecuavoley y la tripa mishqui. De su gente alegre. Del pan de la esquina y el olor que lo envuelve. De la sal quiteña y la rapidez del mono vivo. Todavía tengo fe en la gente sencilla (en los otro, no tanto). Tengo esperanza de que este país todavía se puede salvar por la gente buena que ha nacido aquí.
Pensadas las cosas, hay que volver a resetear la memoria. Reiniciar el sistema y empezar de nuevo. Que estas elecciones sirvan para algo y no solo para dejar gente muerta. Así, hay que identificar con claridad quién está del lado de los asesinos, quien del lado de la vida. Quién es el que odia, quien el que ama. Quién tiene sed de venganza, quién piensa en construir. Que los corruptos condenados no vuelvan a seguir esquilmando al país. La línea conductora está clara. Por ahí hay que ir. Sacudámonos del shock, como valientes que somos, y recuperemos el país de nuestro origen.
Con los años uno aprende que lo que importa son los recuerdos imborrables que vas a atesorar para contarles a tus nietos. ¿Por qué seguimos luchando por este país? Porque es un país que todavía se puede permitir muchos recuerdos. Porque, sin duda, a mis hijos todavía les tengo que contar un montón de cosas increíbles que van a pasar en este país. ¿Y usted? (O)