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Los mitos terminan por tornarse en efectivos requerimientos de satisfacción de inclinaciones reprimidas. Cuando los pueblos se dejan convencer de la realidad de los mitos, caen en formas irracionales de desafiar a la vida. En caso de que la mitología deje de ser enfrentada en su real contexto histórico, corre el riesgo de exteriorizarse en términos de neurosis.

28 Agosto de 2024 14.16

La palabra proviene del griego “mythos”, que a su vez deriva de “myo”, en sentido de “misterio”. Es definida por la RAE como una narración maravillosa, o historia ficticia, situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Prácticamente todos los pueblos desarrollaron mitos a lo largo de su historia. Lo hicieron para explicar sus orígenes, revelar sus peculiares concepciones de la realidad circundante, manifestar formas de enfrentar la vida desde una perspectiva metafísica, e inclusive tratar de entender el por qué de actitudes frente al hábitat no siempre captado en demarcaciones objetivas. En este espectro, el mito es una forma de pensamiento o modalidad de percepción del discernimiento humano. Los mitos dispuestos de manera orgánica y sistemática dan lugar a la “mitología”… el discurso – el logos – en torno a los enigmas. 

Para el pensador británico G. S. Kirk, autor de varias obras en la materia, el mito es una “clase especial de cuento tradicional”. Hablar de cuento es referirse a leyendas o fábulas, lo cual no descarta su importancia a propósitos de penetrar en la comprensión del mito como fenómeno social. Sin perjuicio del despliegue de los mitos en las culturas orientales como la china y la japonesa, y en las occidentales como la romana y la griega, es esta última tal vez aquella que con mayor elaboración llega a nuestro medio. Empero, no podemos dejar de resaltar los mitos y consiguiente mitología de los pueblos mesoamericanos, y por cierto del Imperio Inca. El mito tiene un rol político desde el instante en que, por medio de él, busca llegar a la población con mensajes consolidadores de identidad nacional.

En el campo filosófico, la “alegoría de la caverna de Platón” puede representar un mito, sin que realmente lo sea. Nos referimos al grupo humano que al vivir en el interior de una cueva desconoce el mundo fuera de ella. Para estos prisioneros, las sombras proyectadas por la luz exterior son las cosas verdaderas. Al escapar uno de ellos y enfrentar a la luminosidad del cosmos real, conoce un asomo ignorado y toma conciencia de los objetos como son en la vida verídica. Regresa a la cueva para transmitir sus experiencias. Mas le es difícil acostumbrarse otra vez a las tinieblas, ante lo cual vaga sin rumbo tratando de que sus compañeros entiendan la objetividad de un mundo ajeno al suyo; estos no dan crédito a lo que les es transmitido. La alegoría simboliza la ignorancia frente al saber… el desconocer versus la sabiduría. Elabora así Platón en su teoría de las ideas; es decir la importancia de conocer la verdad para salir del engaño. La leyenda pasa a ser el medio transmisor de un recado filosófico.

Lo expuesto nos conduce a las ficciones en su perspectiva teológica. Las religiones son instituciones sociales concebidas mitológicamente con intereses políticos. Sin intención alguna de descalificar a las creencias entusiasmadas con seres superiores al hombre, siendo este lo sublime de la naturaleza – todos somos libre de profesar fes místicas – sí que las devociones parten de mitos. Al menos en occidente, los esfuerzos filosóficos por brindar explicaciones racionales, en particular de la religión católica, parten de rechazar la doctrina de Dios a la luz de “mitologías” adelantadas por Roma a la vera de la verdadera Palabra bíblica. 

Sin apasionamiento, la Iglesia Católica ha sido titular de una innegable habilidad para otorgar a Dios, a Jesús, al Espíritu Santo, a la Trinidad, a los apóstoles y a todos los santos de la Corte Celestial una connotación mitológica que ha calado hondo en ciertos estratos de la sociedad occidental. Es evidente que la teorización católica tiene ingredientes mitológicos, al margen de aseveraciones respecto del Hijo de Dios como ente real que ciertamente lo fue en tanto “personaje histórico”. Esto en modo alguno significa dudar de su existencia, pero colocarlo en una perspectiva verosímil.

El mito, en S. Freud, es una manifestación de la “emotividad” del hombre. Es un algo ligado a la naturaleza misma del ser humano a título de instinto necesario para dar sentido a lo que no lo tiene por sí solo. Siendo así, los mitos terminan por tornarse en efectivos requerimientos de satisfacción de inclinaciones reprimidas. Cuando los pueblos se dejan convencer de la realidad de los mitos, caen en formas irracionales de desafiar a la vida. En caso de que la mitología deje de ser enfrentada en su real contexto histórico, corre el riesgo de exteriorizarse en términos de neurosis. Tal es el caso de la religión desde el momento en que adopta posiciones fundamentalistas, que responden a la etapa psíquica bárbara del ser humano, identificada con su irracionalidad intrínseca e ignorancia desquiciante. (O)

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