La economía del siglo XIX fue calificada de economía liberal; el principio fundamental del sistema fue la libertad. La no intervención del Estado en materia económica fue la regla: los mecanismos del mercado debían poder funcionar sin trabas.
Esos mecanismos reposan sobre el papel de los precios. El precio, nacido de la oferta y la demanda, determinaría el nivel de producción, el empleo, el consumo, y sirve de guía para la asignación de los factores de producción.
La idea del mercado como garantía de la eficacia sigue estando presente en el discurso público, lo que invita a examinarla.
Los mecanismos del mercado permitirían asegurar el óptimo económico y la mejor asignación, al menor costo, de los recursos.
Cabe preguntar al respecto: los mecanismos del mercado son suficientes para responder a los objetivos de una economía del presente siglo?
En primer lugar, el mercado no asegura las condiciones del crecimiento económico -un fenómeno de largo plazo- ni las perspectivas de desarrollo futuras. Su ámbito son los bienes cuya rentabilidad es segura y casi inmediata, mientras que el crecimiento supone también la producción de servicios a menudo no rentables.
Si bien el precio es un indicador en el campo en donde las reacciones de los empresarios pueden ser rápidas, el mercado ignora todo lo que es proyección al futuro, en especial lo atinente a las características futuras del consumo. Por tanto, tiende a sacrificar las inversiones actualmente no rentables en beneficio de aquellas actualmente rentables, pero de poca utilidad para las posibilidades de expansión futura de la economía. Esto desemboca en el desperdicio de recursos productivos, como la multiplicación de marcas, la disminución del tiempo de duración de la vida útil de los productos con el fin de acelerar su renovación, la fabricación de bienes superfluos, las actividades contaminantes pero rentables….
Se diría entonces que el crecimiento económico requiere de la utilización de servicios no rentables en el corto plazo, tal el caso de la educación y de la investigación científica y técnica.
El costo de la investigación es elevado, inclusive en los sectores tradicionales, y sus resultados, siempre aleatorios, ofrecen sus frutos en el largo plazo. Lo mismo sucede con la educación, cuyos efectos se logran al final del proceso de formación y son de difícil cuantificación.
En consecuencia, se puede anotar el carácter insuficientemente prospectivo del precio de mercado y su apego e interés `por la rentabilidad. En ese sentido, las condiciones del crecimiento no pueden estar aseguradas.
Importa, por otra parte, volcar la atención sobre la acción del mercado en el mantenimiento de las desigualdades sociales.
El consumidor es débil frente a los medios financieros de las grandes empresas, que disponen de poderosas herramientas para aumentar sus ventas, mantener los precios elevados e inclusive destruir los stocks excedentarios. El mercado consolida la posición del más fuerte, tanto para productores como para consumidores, contrariamente a lo que señala la teoría clásica según la cual existe la competencia perfecta, es decir la presencia de muchas unidades de producción sin que alguna de ellas tenga capacidad de determinar los precios del mercado. El mercado en las economías modernas está muy alejado de ese esquema, dada la presencia de grandes monopolios que pueden determinar las condiciones de la oferta, en precios y cantidades.
Los mecanismos del mercado no responden, o lo hacen imperfectamente, a los objetivos que debe tener una economía de cualquier nivel de desarrollo en los tiempos actuales un crecimiento equilibrado que permita la reducción de las desigualdades. (O)