Los liderazgos políticos, después del coronavirus
Los países que no logren formular e implementar estrategias efectivas de salida a la crisis adaptadas a esta “nueva normalidad” que viviremos en un futuro próximo van a estar en serios problemas.

Es habitual encontrar, en la extensa biblioteca histórica de las ciencias sociales, una manifiesta tensión entre quienes sostienen la preeminencia de los liderazgos y personas por sobre las estructuras, organizaciones y partidos, y viceversa. Sin soslayar la rica discusión que se viene actualizando ya desde los tiempos de la antigua Grecia, en la práctica ambas posturas se encuentran en un necesario punto intermedio, en un mundo en la que la mediatización de la política ha introducido inevitablemente una tendencia hacia la personalización de la política: ni organizaciones sin liderazgos, ni líderes sin estructuras hoy son realidades posibles.

En este marco, la crisis desatada por la inédita pandemia global del coronavirus abrió la “Caja de Pandora”. Aquel objeto místico en la cultura griega, de la cual salieron las grandes calamidades del mundo, aunque también la esperanza. La de estos días, en cuanto a calamidades se trata, es, sin dudas, la incertidumbre, la cual anticipa un mundo cada vez más complejo, más conflictivo y, por ende, mucho más difícil de gobernar.Es evidente que el mundo que viene, cuando las dificultades derivadas del coronavirus se disipen, o por lo menos se reduzcan, será un mundo política, económica y socialmente mucho más complejo, que aquel que vivimos hasta comienzos del 2020. La incertidumbre deja de ser un mero clima de época, para convertirse en un fenómeno propio de la vida cotidiana, con el cual líderes y sociedades tendrán que lidiar. En otras palabras, la incertidumbre característica de la “sociedad del riesgo” que vaticinara el sociólogo alemán Ulrich Beck a mediados de los ochenta, llegó definitivamente para quedarse.

Los países que no logren formular e implementar estrategias efectivas de salida a la crisis adaptadas a esta “nueva normalidad” que viviremos en un futuro próximo van a estar en serios problemas. Esto, naturalmente, es más sencillo de enunciar que de resolver en la práctica cotidiana. Sin embargo, si hay un elemento esencial para poder hacerlo, es el rol que desplieguen los líderes y las estructuras de gobierno.

Liderazgos apremiantes

A nivel mundial distintos estudios concluyen que los encuestados privilegian a aquellos líderes que lograron tomar medidas a tiempo, que no dudaron o negaron la escala de la crisis, que fueron mesurados y prudentes, que privilegiaron la salud y que hoy están sosteniendo medidas sanitarias activas. Entre ellos están la Canciller alemana Ángela Merkel, la premier neozelandesa Jasinda Ardern y el presidente estadounidense, Joe Biden. Pero el desafío no estuvo sólo en gestionar la crisis del coronavirus, sino además en no resignar una agenda proactiva para el resto de la administración pública, sobre todo en lo que respecta al sostenimiento de la actividad económica y el empleo. Si bien en países desarrollados, con mayores niveles productivos y estándares de vida más altos, esto podría ser una tarea más sencilla, no lo es en la América Latina profunda que alterna las deudas del siglo XIX (infraestructura y servicios básicos, pobreza, desigualdad, etc.) con los desafíos del siglo XXI (desarrollo tecnológico, combate al narcotráfico trasnacional, educación superior, etc.).

Si bien no fueron pocos los líderes latinoamericanos que experimentaron, sobre todo en los primeros meses del 2020 un aumento en su imagen positiva a raíz de las decisiones adoptadas y la percepción de sus ciudadanos en relación a los buenos resultados alcanzados en la lucha contra el Covid-19, esto fue un efímero fenómeno. En la actualidad, son sólo un puñado de mandatarios los que conservan una imagen positiva mayor que la negativa. 

Destaco de este panorama que venimos describiendo, dos lecciones a tener muy en cuenta. La primera es siempre tener en cuenta que la opinión pública está en constante movimiento; lo que puede ser de su agrado hoy, puede dilapidarse mañana. No hay lugar para conformismos o zonas de confort sobre los cuales descansar. En segundo lugar, la imagen positiva de cualquier líder no es acumulativa. Si los electores consideran que tal o cual mandatario ya no está a la altura de lo que se necesita, poco importan las glorias del pasado. Los ciudadanos están mucho más preocupados por el presente y por el futuro, que por el pasado. (O)