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El macho indecente, que en realidad lo es siempre, será receptor de cuernos cuando como derivación de todo lo anterior su pareja se sienta sola y abandonada en suerte.

6 Septiembre de 2023 16.42

En una de sus manifestaciones más infames, los hombres machistas – que a su vez se agrupan en parcelas sociales de idéntica naturaleza – hacen gala de su propensión a relaciones “amorosas” con mujeres distintas de sus parejas. Esto al tiempo de ser acérrimos críticos de las mujeres que abogan por similares facultades al amparo de elementales principios de igualdad. No nos compete entrar en divagaciones subjetivas sobre la moralidad u honestidad de las prácticas afectivas o sexuales por fuera del núcleo conyugal o de exclusividad; dejamos el tema al estricto equilibrio de los actores de los dos géneros.

En algún artículo afirmábamos, remitiéndonos a I. Caruso (La separación de los amantes), que la monogamia está institucionalizada por la “sociedad opresiva” represora de instintos parciales en interés de la enajenación del rendimiento humano. La capacidad de enamorarse no es un “por siempre”. Comentábamos: la psicología habla del vestigio cernícalo de la persona… tendencia a sustituir a la pareja por exigencia de la “pulsión”, que es el instinto animal del ser humano. Éste, para S. Freud, es el “deslinde de lo anímico con respecto de lo corporal”. Ergo, la infidelidad es consecuencia de la “herencia mamífera, con base en la cual el ser humano no ha logrado asimilar la norma monogámica”. No lo hará jamás, pues al margen de moralidad o inmoralidad es sociológicamente un convencionalismo.

Retomemos a los machistas que subsisten engañados por su hombría descalificadora de la mujer. En particular, a los “cornudos”. Sin perjuicio de las varias versiones que existen sobre el origen del término, nos interesa la que brinda el canónigo S. de Covarrubias (1539 – 1613). Identifica el vocablo con los cuernos. Pero no de cualquier animal sino del buey, siendo que éste puede ser “llevado con paciencia por los cuernos”. La imperturbabilidad del Siglo de Oro español la identificamos con la grande y bienvenida virtud de la mujer actual, que se traduce en la sutileza, la perspicacia, la intuición y el ingenio con que impregna sus actuaciones.

Estadísticas de al menos las últimas cinco décadas señalan que el aforo de mujeres infieles es prácticamente el mismo que el masculino. Entonces, ¿por qué se dice, en yerro, que hay más adúlteros que adúlteras? Pues porque a diferencia del “macho” quien debido a su equivocado concepto de masculinidad no tiene mayores reparos en ser pillado, la mujer – más inteligentemente – lo es solo si quiere y permite ser sorprendida en su conducta. Alguien afirmaba que el “adulterio femenino es un recurso estilístico puesto al servicio de una intencionalidad”.

Harían bien los cornudos en tomar conciencia que no lo son en secuela de debilidad ética alguna de sus parejas, cuanto por reacción lógica de la mujer a los procederes del hombre. Cuando los cornudos lo entiendan dejarán de adjetivar a sus parejas, y se preocuparán más en mejorar sus desempeños de todo orden. “Los” víctimas de cuernos son nada más que damnificados por su propia ineptitud para mantener la pareja a su lado exclusivo. Quien rechace esta realidad es un “cunfundido”, no “confundido”, perenne. De allí que son casi inexistentes los receptores de cuernos en ocasión única; quien lo fue una vez, de seguro volverá a lucirlos.

La mujer opta por alternativas como reacción tanto al machismo cuanto a otros modos conductuales reprochables del hombre, que igual germinan en aquel. Factor sopesante es, por ejemplo, atentar contra la dignidad femenina, entre distintos elementos, mediante el maltrato físico y el menosprecio intelectual, presentes en los machos inseguros de su particular valía. En la mujer estas conductas despiertan el amor propio que permanecía somnoliente y despierta con furia. Ello produce un apetito de venganza comprensible, que ayuda a elevar la autoestima femenina.

También abona en la materia el aburrimiento al interior de la pareja. Este bostezo relacional puede ser de varios tipos. El principal es, sin duda, la falta de una vida sexual de calidad. De hecho, los machos “malos polvos” terminan por minar la relación dual al punto que la mujer busca satisfacción sexual en terceros. Si la vida al interior de la pareja es también mediocre en intelecto, el círculo se cierra. El asunto adopta visos de dramatismo si la estupidez del hombre lo lleva a endosar responsabilidades a la mujer sin reconocer las propias, al tiempo que – al conocer de sus cuernos – emprende en violencia doméstica.

Por último, el macho indecente, que en realidad lo es siempre, será receptor de cuernos cuando como derivación de todo lo anterior su pareja se sienta sola y abandonada en suerte. Juzgar y estigmatizar a la mujer en el hilo acá analizado y comentado es impúdico y por tanto inaceptable. (O)

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