Es imposible contar cuántas veces he visto a un niño haciendo una rabieta en la calle. Y también es imposible contar cuántas veces fui parte de las personas que comentaba: “por qué no hacen algo sus papás” o “es un niño malcriado”. Son frases sueltas, pero llenas de una carga cultural que ha venido pasando de generación en generación. Ahora puedo decir que eso tiene un nombre y es la falta de empatía y paciencia con el prójimo. Los niños pequeños son seres que están conociendo un mundo nuevo y están aprendiendo a interactuar con él. Muchas de sus acciones son criticadas, pero no lo son cuando las realiza un adulto. Cuando lloran no lo hacen para fastidiarle el viaje, el almuerzo o el paseo. Lo hacen porque están aprendiendo a controlar sus emociones y muchos ni siquiera hablan. ¿Cómo pueden expresar lo que sienten si no llaman la atención de su cuidador primario?
En mi propia casa, con mi propia familia, he sentido las miradas de crítica (como si lo pudieran hacer mejor) y no faltan comentarios como: “te está manipulando”, “no le hagas caso si llora”, “déjalo llorar, no lo cojas” o “no me gustan los niños llorones”. Es culturalmente aceptable que un adulto lo haga, pero nos fastidia cuando un bebé lo hace. Esta columna es un llamado a otras mamás que se sienten juzgadas porque están criando a sus hijos desde el amor y el respeto. Ahora criamos a niños basándonos en la ciencia y en estudios, ya no creemos en “los cucos” que nos dicen los mayores. Tenemos evidencia científica de que las opresiones sí generan traumas y problemas en el desarrollo de una persona. Lo que a la larga afecta a toda la sociedad y ralentiza el desarrollo económico.
Y les cuento, todo es natural. Los niños lloran porque está en sus genes, es un proceso evolutivo de supervivencia. Pegarle, gritarle, mutilarle… son conductas voluntarias que no obedecen a los genes, solo a la capacidad de sus inventores de convencernos para hacerlas. Entonces, debemos dejar de lado esas teorías de que los golpes y los gritos son la solución. ¡Qué mejor que enseñarles a manejar su frustración, sus miedos y sus alegrías! ¡Qué mejor que estar con ellos cuando nos necesitan! ¡Qué mejor que acompañarlos en sus momentos más tristes! ¡Qué mejor que ser un papá y una mamá presentes!
También, es un llamado para los que deciden no tener hijos. ¡Viven en una sociedad lleno de niños y niñas y ser empático no les sentaría mal! Debemos dejar de ser expertos en juzgar y detenernos a pensar que talvez, esa madre o ese padre, están igual de afligidos por las rabietas de su hijo, muy normales en su desarrollo. No los podemos esconder en nuestras casas o irnos disculpando con todos por una actitud que es totalmente normal.
Somos expertos en decir qué está mal del otro, pero les invito a abrir su mente y dejar de pensar que los niños son manipuladores, controladores, egoístas, malcriados… ¿Por qué calificarlos con adjetivos que ni siquiera entienden? Nosotros los adultos, muchas veces, no podemos controlar nuestras emociones y actuamos impulsivamente, por qué pensar que los menores lo pueden hacer mejor que nosotros.
Me permito hacer esta reflexión porque es cansado ir explicando a todo el mundo que la crianza ha evolucionado, que lo que funcionó hace 50 años, ya no funciona ahora. Los valores y la educación, no están en tela de duda, pero sí los métodos para llegar a eso. ¿Creen que los “niños terroristas” participaran en actos delincuenciales si sus papás les hubieran prestado más atención, amor y respeto?
Un simple acto puede cambiar muchas cosas y como sociedad deberíamos ser más abiertos. No podemos permitir que una familia tenga que salir de un restaurante porque su hijo se puso a llorar. No podemos permitir que tengamos que ahogar los sollozos de nuestros pequeños por no molestar al vecindario. No más, llorar no es malo, no son malcriados, son niños y pequeños, no se olviden de eso. Están aprendiendo y pasando por lo que nosotros pasamos hace muchos años. (O)