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El 2021 vio aparecer a un mundo que buscaba aire, necesitaba recuperar su movilidad, reencontrar sus relaciones, salir del enclaustramiento. Un mundo que desbordó su comportamiento y puso en peligro la recuperación, cuyo mensaje de fondo es un mundo que ama la libertad y comprendió lo que era perderla, aunque sea por una razón de supervivencia colectiva.

8 Diciembre de 2021 16.39

Un nuevo año va camino a ser parte de la historia. Será marcado como el año del rebote, de la recuperación, de la esperanza frente al desasosiego del 2020 que rompió toda previsibilidad y confirmó que lo inesperado es parte de la convivencia, de lo posible, aunque no de lo deseable.

También se lo recordará como el tiempo de la reflexión ante los daños de la equidad, de la pérdida de años de esfuerzo por construir un mundo más justo, con oportunidades que se vaciaron por la amenaza de la pandemia y la abrupta paralización de las economías. De los esfuerzos por entender la nueva realidad que pide a gritos soluciones que algunos los oyen mientras no faltan los que mantienen su sordera.

Para el país, el 2021 deja muchas lecciones, entre las cuales se destaca aquella que nos recuerda que con enjundia nada puede darse por perdido. Que los malos tiempos dejan enseñanzas que requieren ser recordadas con insistencia para no repetirlos. Que todo esfuerzo por salir de un atolladero se vuelve inútil si los dirigentes no concilian posiciones. En fin, que la convivencia parte del respeto a la libertad y los derechos de las personas. Que ninguna minoría tiene privilegios ni puede imponer sus caprichos.

Que una buena economía necesita de instituciones que soporten la vitalidad de la creatividad de los habitantes, que respeten sus tradiciones, las cultiven, las enaltezcan y no sean corroídas por visiones que cercenan sus derechos. Que las actividades que aúpan enormes beneficios colectivos en especial para tareas de pequeña escala, de alta demanda de trabajadores o emprendimientos, que en definitiva son el objetivo central de una buena política económica como es la de generar empleo y hacerlo de manera intensiva a fin de crear coyunturas que las tradiciones las consolidan, no deben ni pueden ser objeto de maniqueísmos ideológicos o visiones radicales.

El 2021 vio aparecer a un mundo que buscaba aire, necesitaba recuperar su movilidad, reencontrar sus relaciones, salir del enclaustramiento. Un mundo que desbordó su comportamiento y puso en peligro la recuperación, cuyo mensaje de fondo es un mundo que ama la libertad y comprendió lo que era perderla, aunque sea por una razón de supervivencia colectiva. El péndulo se hizo presente y confirmó que los extremos no construyen futuro. 

Un ejemplo cercano de estos desmanes lo tuvimos cerca. Hace pocos días vimos como Quito ha perdido la lucidez de sus fiestas. Desaparecieron los actos culturales. Afloraron actos vandálicos que desdicen de la tradicional cultura capitalina. Ha desaparecido la alegría, el buen trato, el ingenio popular y lo han reemplazado los actos burlescos, el lenguaje patán, la violencia. Se impiden actividades tradicionales que atraen turismo con clara intencionalidad de coerción de derechos, pero nada se dice o hace contra la violencia entre seres humanos.

Este es un ejemplo de ese péndulo que lo crean decisiones marcadas por el fanatismo de la ideología de un Estado coercitivo, que impone su voluntad creyendo que es el poseedor de la verdad, cuando más bien se convierte en un generador de distorsiones y mutilador de derechos. 

Los Estados que cuidan los equilibrios fundamentales de la organización colectiva, no son aquellos que basan sus decisiones en la prohibición de labores u ocupaciones, en la discriminación dirigida, en la imposición violenta sino en la regulación de la conducta entre seres humanos para garantizar que obligaciones y derechos convivan en armonía, y eso lo ha dejado muy claro el 2021. (O)

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