¿Les parece común conocer a una persona por mucho tiempo, tener una noción de su trabajo o sus negocios, seguirla en redes sociales... y de un día para el otro ver cómo el lujo invade su vida y cómo sus límites monetarios se desvanecen? Debo aclarar que esta columna es un cuestionamiento de hasta qué punto el dinero fácil es lo correcto para nuestra sociedad.
En menos de un año he visto cómo ciertos negocios pequeños se convierten en grandes fábricas, cuando a otros les toma varios años, incluso décadas. Estoy segura que la gran mayoría de ecuatorianos no podría llenar todos los parqueaderos de su nueva "mansión" con autos de alta gama. Tampoco podría abrir masivamente tiendas, viajar con frecuencia, tener departamentos en varios lugares o ciudades, invertir millones de dólares en restaurantes o discotecas. Es poco probable o muy difícil de conseguir en cuestión de meses.
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Hay que aclarar que no hablo de grandes conglomerados, compañías familiares o empresarios de buena fe. Hablo de un segmento de la población que acudió a un delito para mejorar su estilo de vida. ¿El problema? Normalizar que esto es correcto, compartirlo (indirectamente) en redes sociales y dar un ejemplo erróneo a las nuevas generaciones. Para aquellos que no lo saben, el lavado de activos es un proceso que disfraza los orígenes ilegales de ciertos fondos o bienes para hacerlos parecer legítimos. Muchos reciben dinero para invertir en sus negocios y no se dan cuenta que entraron a formar parte de las estructuras criminales que tanto critican.
Se quejan de la inseguridad, de la delincuencia, de los sicariatos, de los secuestros... cuando ellos mismos son sus patrocinadores indirectos. Estoy convencida de que cada uno de ustedes conoce a un posible "lavador", que no solo se disfraza tras la máscara de un businessman exitoso o un emprendedor con agallas, sino que acusa al Estado, a las autoridades, a la población... de tantos problemas de inseguridad. Señores, ustedes son cómplices y vivimos en un país donde el dinero puede comprar todo, incluso sus conciencias.
Las fuentes más comunes de estos fondos ilegales provienen del narcotráfico, el tráfico de armas, de la corrupción, del tráfico de personas, de la pornografía infantil, del robo, del contrabando, de la evasión fiscal... No puedo entender cómo presumen de "estas riquezas" cuando, posiblemente, los fondos llegan del abuso sexual o la venta de niños. Todo este dinero viene precedido de otros delitos. ¿En qué momento perdimos valores como la empatía por el otro?
Para que entiendan que no es un problema aislado, de acuerdo con cifras oficiales, se estima que este año el lavado de activos alcanzará los US$ 3.500 millones en Ecuador. Casi el doble de lo que ingresa al Presupuesto General del Estado (PGE) por la explotación petrolera. De acuerdo con el Ministerio de Economía y Finanzas, el monto total de lavado podría estar rondando entre el 5 % y el 7 % del PIB nacional.
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Las provincias con mayor índice de este problema son Guayas, Pichincha, El Oro y Azuay. Pero, asumo que este "fenómeno" se expande con fuerza en un país donde normalizamos lo incorrecto e idealizamos tener dinero, sin importar de dónde provenga. Si queremos mejorar como sociedad, debemos cambiar la imagen que mostramos en nuestro entorno, enseñar a nuestros niños y niñas lo que está correcto y lo que no, que tengan la capacidad de entender que el dinero no lo es todo y hay otras maneras (correctas) de alcanzar una tranquilidad financiera y vivir con dignidad. ¡Nada es imposible!
Hagamos caso a los miles de rótulos que están en las paredes de los bancos y las cooperativas que nos advierten de los peligros de caer en este delito. Cuando nos ofrecen mucho retorno, en poco tiempo, sin "hacer nada", es momento de correr al sentido contrario. Piensen en sus familias, en sus hijos y en el ejemplo que están dejando en esta sociedad que está rota por las malas decisiones que tomamos. Y si no nos queda claro, de acuerdo con el Código Orgánico Integral Penal, la pena de cárcel por lavado de dinero puede ser de hasta 13 años de privación de la libertad. ¿Vale la pena? (O)