"Percepción" es la acción y el efecto de percibir, que -a su vez, según la Real Academia Española en una de sus acepciones- es el captar por uno de los sentidos las imágenes, impresiones o sensaciones externas. La abordamos con alcances sociológico y político, partiendo del psicológico. Nos interesa la manera cómo los agentes sociales advierten y asumen los hechos, los actos y las conductas; en definitiva, los fenómenos que acontecen en la sociedad, para reaccionar en consecuencia. La recepción de los sucesos, a efectos de su trascendencia fáctica, no es física, pero de orden emocional. Incumbe a la forma en que una persona recoge en su mente la fenomenología, la procesa metafísicamente, arriba a las conclusiones que considera procedentes y emprende en la acción consiguiente.
Sin perjuicio de su proyección sociopolítica, las percepciones como declaraciones del conocimiento tienen ramificaciones psicológicas. Ello, en tanto están ligadas a la conciencia. Están, por igual, atadas a la capacidad "juzgadora" del hombre según su escala de valores sociales, que gravita en la sanidad psíquica del ente. Allí puede germinar la discapacidad del ser para discernir psicomoralmente entre el bien y el mal en el proceso de percepción. Cuando este se encuentra viciado por factores distorsionantes del juicio, el resultado es un sociópata.
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Es sociópata la persona que padece del llamado "Trastorno de personalidad antisocial - TPA". Este se manifiesta en una percepción contaminada por conductas maniobreras de las realidades, insensibilidad afectiva, ecpatía (antónimo de empatía) y mitomanía... en conclusión, comportes de perturbación mental con trascendencia social.
En el ámbito sociológico, la percepción conduce a lo que Max Weber refiere como "visión del mundo", relacionada con un "conjunto coherente de valores". Según el sociopolitólogo, tal visión, para los griegos, era escueto destino -fate- de carácter irracional. Para el judaísmo, esa perspectiva la lio a una deidad antropomórfica, omnipotente y monoteísta. Siempre conforme nuestro autor, la representación judía llegó al cristianismo con la misma visión del Dios en fe, que sin embargo perdió su monoteísmo a través del subterfugio de la Trinidad.
Para la Iglesia católica, la deducida percepción del mundo y la fenomenología mundana están vinculadas a un Ser etéreo. Ente incorpóreo que es la razón, la causa y el efecto que, mediante su presencia en la psique del humano, lo conduce a percibir fatídicamente los acontecimientos. En tal sentido, pretende convencernos de que lo bueno y lo malo es mera decisión de Dios, que como tal debe ser percibida y aceptada por los hombres sin razonamiento alguno. Esta "teorización mística" de las percepciones llega a la insensatez, rayando en la estupidez. Para los católicos irreverentes en inteligencia, que no son todos, inclusive los fenómenos naturales -terremotos, lluvias, sequías, etc.-, en su "singular" discernimiento perceptivo, son mensajes castigadores por el pecado. Así, celebran misas pidiendo perdón al Señor, y rogándole que bombardee las nubes inexistentes para que termine el estiaje.
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De la doctrina extática de la percepción se vale la "comunidad católica" para justificar el impresentable statu quo social imperante. Su superación demanda de percepciones a la luz del raciocinio, de la moral y de la ética de cada agente en el espacio que ocupa en la sociedad. Si la percepción hace abstracción de la realidad evidente, corremos el riesgo de convertirnos en meros receptores pasivos de recados atentatorios de la decencia objetiva. Este decoro y pudor obligan al individuo a conducirse responsablemente "en" sí y frente a sus congéneres. Es forzoso percibir a la decadencia y degradación de la sociedad como consecuencia de la indolencia humana ante las injusticias sociales.
Llegamos a la política. Es en esta dónde la percepción está llamada cumplir un rol trascendental, pero la cual -paradójicamente- es enfrentada con escasa dignidad. La percepción en el quehacer político tiende a ser pura y estricta conveniencia. Sus actores perciben aquello que les interesa y se ajusta a su provecho; lo otro es desechado. En el clímax de la inmoralidad, manipulan metafísicamente la percepción para adecuarla a protervos propósitos de "poder", para los que todo vale. El político que así actúa no mide las consecuencias sociales de sus manoseadas percepciones. Se limita a hacer y dejar de hacer lo que le conviene, "con tal" de lograr su cometido.
Este tipo de político ninguna atención presta a la verdad ni a la ética. En él confluye todo lo negativo que, en torno a la percepción, hemos expuesto. La sociedad está compelida a desenmascarar a cualquier actor social grosero en sus expresiones perceptivas. (O)