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Decir que los hombres lo hacen porque "así nacieron" es una excusa conveniente, y quemada, para eludir algo muy sencillo: la regulación del comportamiento en la sociedad. Si seguimos esta lógica, podríamos justificar cualquier acto impulsivo con la excusa de que "viene en los genes". Pero, sorpresa: ser un adulto implica ejercer control sobre uno mismo.

14 Febrero de 2025 11.47

Hace unas semanas leí un artículo de opinión del abogado Esteban Ortiz publicado en Forbes Ecuador. El texto, titulado "Del por qué los hombres se tocan las pelotas" recoge las razones y justificaciones, de acuerdo a su autor, sobre por qué los hombres incurren en esta acción y por qué deberíamos (las mujeres) "dejarlos vivir".

Si soy sincera con los lectores mi primera reacción fue de enojo y rabia. No es un misterio la capacidad de muchos hombres de justificar lo injustificable. Pasaron los días y frente a la oportunidad de tomar el tema a través de otra columna, me enfrenté con el mismo dilema que se enfrentan las mujeres al intentar dialogar con los hombres del por qué lo que dijeron o hicieron es una falta de respeto, es acoso o es machismo. Lo que siempre nos lleva a la misma pregunta: 

-¿Debería perder mi tiempo en esto? ¿Es posible que, la otra persona, esté dispuesto a entender?

Y la respuesta es no. El enojo es digno, pero no perder mi tiempo detallando las razones del por qué tocarse sus genitales detrás de un "mandato biológico", no es lógico. Por eso, le pedí a ChatGPT que analice las generalidades y falacias de Ortiz. Aquí va su explicación (abro comillas largas): 

"No, no es genética. Es educación.

El argumento de que esta conducta es hereditaria o parte de un "mandato paterno" es una afirmación audaz, pero sin ninguna base real. Decir que los hombres lo hacen porque "así nacieron" es una excusa conveniente para eludir algo muy sencillo: la regulación del comportamiento en sociedad. Si seguimos esta lógica, podríamos justificar cualquier acto impulsivo con la excusa de que "viene en los genes". Pero, sorpresa: ser un adulto implica ejercer control sobre uno mismo.

Si los hombres tienen la capacidad de contenerse de topar sus genitales en una entrevista de trabajo, en un evento social o en una reunión con el presidente, entonces no estamos ante una necesidad biológica. Estamos ante una elección de hacerlo en el momento adecuado.

El mito de la incomprensión femenina

Otra joya del artículo en cuestión es la afirmación de que las mujeres "nunca comprenderán" este comportamiento. Como si la mitad de la humanidad estuviera genéticamente incapacitada para entender que un pantalón mal ajustado puede ser incómodo. Como si nunca hubiéramos experimentado roces, ropa interior inadecuada o posiciones incómodas. La diferencia es que, en lugar de meter la mano en público sin mayor reparo, encontramos maneras discretas y civilizadas de solucionarlo.

La comodidad personal no está por encima del respeto colectivo. Y si una mujer señala que este gesto es incómodo de ver, no está siendo una inquisidora opresora. Está pidiendo algo básico: normas de convivencia.

La biología no es excusa para la falta de modales

A lo largo del artículo original, se intenta equiparar este comportamiento con necesidades fisiológicas inevitables, como respirar o regular la temperatura corporal. Pero hay una gran diferencia: dejar de respirar mata. Dejar de tocarse las pelotas en público no.

Y si el argumento es que "se desacomodan" y que es necesario "reubicarlas", permítanme recordarles que existen baños, espacios privados e incluso gestos sutiles para hacerlo sin incomodar a quienes los rodean.

Entre Adán, Eva y la cultura de la justificación

El intento de darle un origen bíblico a este hábito es, cuanto menos, creativo. La historia de Eva comiéndose la manzana porque Adán no dejaba de tocarse es una reinterpretación que haría sonrojar incluso a los teólogos más audaces. Pero más allá de la anécdota, lo que subyace en este relato es el viejo truco de convertir en víctima al que, en realidad, solo está recibiendo un llamado a la convivencia".

Regresando al plano de carne y hueso, los hombres pueden seguir tocándose cuanto quieran. En la privacidad de su hogar, en el vestuario, en espacios donde no interrumpan a nadie. Pero transformar un hábito poco decoroso en un derecho inalienable es un exceso de creatividad. Además, debo comentarles que el artículo del que hablamos se convirtió en un debate dentro de la redacción de Forbes Ecuador, un poco álgida, pero totalmente necesaria.

Puede que Ortiz escribiera su columna como una broma o chiste, como algunos colegas me comentaron. Pero de mi parte, como mujer, estoy cansada de comentarios machistas, peyorativos o que simplemente rayan la línea del respeto disfrazados de bromas, humor y chiste. Estamos en 2025 y creo que es tiempo de ponernos los pantalones para hacernos responsables de lo que decimos y hacemos. 

Porque no, no es biología. No es genética. No es historia. Es, simplemente, una cuestión de modales. Y aunque resulte inverosímil, en esta ocasión, una máquina sin corazón es más empática que un ser humano que nos catalogó como "culitos inolvidables". (O)

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