En su connotación psicosociológica, que por ahora nos interesa, las experiencias son discernimientos que se forman las personas y sociedades en función de vivencias pasadas, las cuales establecen bases de conducta y/u ordenan su quehacer posterior. Mientras más necios sean los individuos y las poblaciones para aprender de la mundología, menor será el beneficio que extraigan de sus experimentaciones... y mayor la imposibilidad de lograr progresos en la consolidación de realizaciones provechosas.
Entre los ejemplos emblemáticos del óptimo aprovechamiento de las experiencias se cuenta a aquel de la actual Unión Europea. Luego de que la II Guerra Mundial prácticamente devastara Europa, Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos suscriben en abril de 1951 el Tratado de París, por el que se constituye la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). El Tratado tiene su fuente en la Declaración Schuman del 9 de mayo de 1950. Este es el antecedente próximo de la actual UE, tal vez la mejor pragmatización de cómo una experiencia de hecatombe humana, la emplearon pueblos pensantes para articular esfuerzos conjuntos que han dado origen a uno de los conglomerados de naciones más prósperos de la historia.
Lo expuesto lleva a referirnos a Abraham Maslow, psicólogo estadounidense, y sus estudios en la materia. Para éste, el potencial de transformación del ser humano está ligado a las usanzas con que el hombre da sentido a su vida. Habla de lo que denomina experiencias cumbre, que habilitan a la persona en el logro de su propio reconocimiento y fortalecimiento, en función de los cuales enfrenta la vida en consecuencia. Las experiencias bien asumidas son verdaderas motivaciones en el proceso de afirmación de la ética y la moral tanto en los individuos como en las asociaciones de estos.
Al dejar pasar inadvertidas a las experiencias, el hombre corre el riesgo cierto de in-comprender el presente. Se sumerge en sus propias frustraciones y se rebela irracionalmente. Tal es la posición que adopta frente a los movimientos sociopolíticos, que por lo general son la secuela de males endémicos de sociedades que no pudieron ni supieron enfrentarlos de manera oportuna.
En el plano sociológico, las experiencias están llamadas a ser efectivas enseñanzas dirigidas a aquellos fragmentos que por ignorancia o intereses no asumen sus responsabilidades. La energía que impongamos en aceptar las experiencias como lecciones de vida, nos permitirá entender el porqué de los fenómenos sociales que al analizarlos de manera aislada son percibidos con mensajes equivocados. Aquí radica el error conceptual de las ideologías radicales. La asunción de las experiencias es aprender a aprender, que nos brinda la oportunidad de in-flexionar hacia actitudes de excelencia abandonando la mediocridad conductual.
Para François Dubet, sociólogo francés, cada experiencia social procede del acoplamiento de tres lógicas en la acción, a saber, la integración, la estrategia y la subjetivación.
Al desarrollar esta propuesta metodológica, el tratadista afirma que los actores tienden a construir la experiencia en el seno de las relaciones sociales mediante referentes simbólicos y pragmáticos: la subjetividad está socialmente definida por la tensión entre una representación del sujeto y las relaciones sociales. Habla Dubet de la existencia de una sociología de la experiencia social, que busca definir la experiencia como combinación de lógicas de la acción. Complementa su teoría sosteniendo que los agentes sociales estamos compelidos a articular las lógicas de cada acción, siendo que la dinámica de esa actividad construye la subjetividad del actor y su reflexividad.
Algunos países de América Latina vienen sufriendo movimientos sociales que los fragmentos políticos más reaccionarios de la región se resisten a entender. No los comprenden, precisamente, porque no fueron capaces de analizar en forma debida y oportuna su gestación histórica. Es decir, se abstrajeron de las experiencias. Limitaron por decenas de años las fronteras de su mundo a realidades que eran solo las suyas... no aprendieron la lección que las experiencias les ofrecían.
Los mensajes transmitidos por los sectores que experimentaron situaciones muy distintas al bienestar humano integral fueron desoídos. Faltó agudeza en la percepción. No se dieron adecuada cuenta de que en las experiencias sociales bien racionalizadas hay dos sujetos: el pasivo y el activo. El primero, penosamente las vive hasta donde puede soportarlas; luego, obviamente reacciona en rebeldía. El activo, es el poseedor de suficiente conciencia para captarlas y transformar las del pasivo humana y responsablemente.
Así son las experiencias que están llamadas a ilustrarnos. (O)