En los últimos tiempos las encuestas de opinión pública, utilizadas en general en la comunicación política para diagnosticar escenarios y obtener datos e insumos para la planificación estratégica, pero de manera particular y más intensa durante los procesos electorales, han sido objeto de diversos cuestionamientos, fundamentalmente por sus errores a la hora de predecir resultados y su aparente inutilidad para anticipar el futuro con exactitud. Sin embargo, pese a todas las críticas y a sus propias limitaciones de índole metodológica, no solo continúan siendo la herramienta para la investigación de la opinión pública más utilizada, sino también la más confiable, siempre y cuando se diseñen, implementen e interpreten correctamente.
Es necesario recordar que esta herramienta, también denominada encuesta por muestreo, fue desarrollada en la década del ´30 por George Gallup, Elmo Roper y otros pioneros en los Estados Unidos, y alcanzó un uso muy extendido en la política desde mediados de los ´60. En su definición técnica, constituyen instrumentos científicos sujetos a márgenes de error que permiten expresar la opinión de una sociedad o parte de ella. Su diseño e implementación demandan de la estricta observación y cumplimiento de una serie de reglas y leyes estadísticas, lo que las diferencia de otros instrumentos menos rigurosos desde el punto de vista metodológico, como los conocidos sondeos de opinión.
Toda encuesta consta, en este sentido, de tres pilares metodológicos básicos que hay que observar con rigurosidad: medición, muestreo y análisis. En términos más simples, estos tres pilares remiten a tres grandes preguntas básicas que el investigador que la diseña debería poder responder con precisión: qué se pregunta, a quién se pregunta y cómo se analiza esa información.
Analizando con mayor detalle cada uno de ellos, la medición se refiere a la construcción de los conceptos y variables que permiten traducir la realidad a unidades de análisis susceptibles de ser medidas y analizadas. Esta operación, que simplifica la realidad pero a la vez hace posible investigarla y conocerla, se plasma en el formulario o cuestionario que se administrará a los encuestados.
El muestreo, en tanto, se vincula con las técnicas estadísticas que se utilizarán para seleccionar los casos a analizar, lo que determinará la cantidad mínima de individuos que será necesario entrevistar para que la encuesta sea realmente representativa y permita generalizar los resultados al conjunto de la población. Esta generalización es la operación que se conoce como inferencia estadística y es clave para el éxito de una encuesta. En términos muy sencillos, es lo que permite que a partir de, por ejemplo 1.500 entrevistados, podamos inferir tendencias de opinión pública para 2,5 millones de electores.
Por último, el análisis remite al estudio de las relaciones entre las variables, y permite extraer conclusiones conceptuales y formular hipótesis de trabajo a partir de los datos empíricos. Sin embargo, es importante ser prudente en el análisis de los datos de las encuestas, no perdiendo de vista que las inferencias y generalizaciones en temas vinculados a creencias y valores son especialmente riesgosas. En este punto, cabe entonces aclarar que, si bien es posible a partir de los resultados obtenidos realizar pronósticos en relación a escenarios futuros, esta operación debe ser tomada con suma cautela, en cuanto incorpora inevitables factores contingentes y circunstancias inesperadas que pueden distorsionar los resultados.
En este contexto, vemos cómo muchas de las críticas a este instrumento provienen de confundir las diversas funcionalidades de las encuestas, especialmente en lo relativo a la posibilidad de realizar pronósticos a partir de ellas. Un problema que se amplifica, porque es esa la función de las encuestas que mayor acogida tiene en los medios de comunicación, en tanto les permite entretener a audiencias que desencantadas de la política y los formatos tradicionales en que ésta se presenta y representa históricamente, ven en esta herramienta una suerte de espectáculo que escenifica las campañas electorales como si fueran una suerte de carrera hípica con un desarrollo cambiante que mantiene la tensión hasta que el primero cruza la meta.
Sin embargo, en muchos casos, lo que se busca no es anticipar el futuro, sino detectar una oportunidad de intervención que permita cambiarlo. Es decir, se pretende detectar la posibilidad de una intervención capaz de procurar que lo que va a ocurrir no suceda, o que pase algo distinto. Tal como recuerda Julio Aurelio, pionero del estudio de la opinión pública y de la sociología política en Iberoamérica, es imprescindible, entonces, “dimensionar correctamente los resultados de los estudios de opinión: es necesario contemplar la relación interactiva que se establece entre las encuestas, la opinión pública, los climas mediáticos y la realidad social”.
En definitiva, no debería exigirse a las encuestas, al igual que a otras técnicas y herramientas de investigación social, pronósticos certeros, sino datos que sirvan como insumos para lograr una aproximación al fenómeno bajo estudio. Y esto no es poco en el complicado camino de decodificar a la escurridiza opinión pública, que siempre rehúye de explicaciones simplistas o análisis esquemáticos, especialmente en el contexto actual de sociedades cada vez más diversas y exigentes. (O)