En nuestra cotidianidad, las empresas parecen omnipresentes, casi tan reales como las personas que las integran. Nos relacionamos con ellas a través del empleo, los productos que compramos o los servicios que utilizamos. Sin embargo, si reflexionamos un poco, nos damos cuenta de que las empresas no tienen una existencia tangible. No tienen cuerpo ni alma. Entonces, ¿qué son realmente? Son construcciones abstractas que solo existen en nuestra imaginación colectiva, sostenidas por el poder de las leyes y las creencias compartidas.
Yuval Noah Harari, en su obra Sapiens, plantea una idea clave para entender esta paradoja: lo que diferencia a los seres humanos de otras especies no es nuestra inteligencia individual, sino nuestra capacidad para cooperar en grandes grupos, algo que sería imposible sin las ficciones compartidas que hemos creado a lo largo de la historia. Mientras otras especies solo colaboran en grupos pequeños, basados únicamente en mantener su supervivencia; los humanos podemos organizarnos en sociedades gigantescas gracias a los mitos que inventamos: religiones, naciones, leyes... y, por supuesto, empresas.
Hace miles de años, desarrollamos la capacidad de imaginar lo que no existe. Este fue un hito en nuestra evolución, ya que nos permitió crear conceptos abstractos como justicia, poder y jerarquías. Aunque intangibles, estas ideas son fundamentales porque permiten que grandes grupos cooperen de manera eficiente y coordinada, algo impensable para otras especies.
Ideologías y nacionalismos son ejemplos de conceptos que, aunque no podemos tocar, organizan nuestras sociedades y dan sentido a nuestras acciones. De forma similar, las empresas son invenciones modernas que, aunque carecen de una base física, dominan la escena económica global.
En este contexto, las empresas modernas pueden verse como los "hechizos" más poderosos del siglo XXI. Al igual que los antiguos chamanes invocaban espíritus a través de rituales, hoy en día los abogados y empresarios crean entidades abstractas mediante ceremonias legales. Estos "hechiceros" no necesitan altares ni dioses; basta con un contrato, una firma y un sello. Y así, como por arte de magia, nace una nueva entidad legal: la empresa.
Es fascinante pensar que, en muchos países, las empresas son tratadas legalmente como personas. El término "corporación" proviene del latín corpus, que significa "cuerpo", aunque estas entidades carecen de uno real. No obstante, las empresas poseen derechos, pueden suscribir contratos, demandar y ser demandadas. Su poder reside en que, colectivamente, actuamos como si realmente existieran. Lo más sorprendente es que su existencia depende enteramente de nuestra creencia en las normas que las sustentan.
El dominio de las empresas en la economía global es un testimonio de la capacidad de los humanos para creer en estos relatos comunes. Un conglomerado multinacional no es más que una serie de acuerdos legales entre individuos. No tiene un cuerpo físico, pero genera enormes cantidades de riqueza, empleo y poder. ¿Cómo es posible que algo tan abstracto tenga tanto impacto en nuestras vidas? La respuesta radica en nuestra capacidad de convencernos de que esas ficciones son reales.
Al final, las empresas no son más que el producto de un hechizo moderno: el poder de la ley y la capacidad de los seres humanos para cooperar en torno a ficciones compartidas. Los abogados y empresarios son los nuevos hechiceros, capaces de invocar entidades abstractas con solo un puñado de documentos y firmas. Así, las empresas son tanto una maravilla de la imaginación humana como una prueba de nuestro talento para crear narrativas. (O)