Durante estas últimas semanas, luego de la posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, hemos sido testigos del retorno de migrantes con orden de deportación al Ecuador. Un primer vuelo arribó el 28 de enero, donde se evidenció que las condiciones en las que regresaban los ciudadanos eran denigrantes. Estaban encadenados por la cintura y los pies, sin acceso a agua ni comida. Sin haber cometido delitos graves, fueron tratados como si lo hubiesen hecho.
El pasado 4 de febrero llegó otro vuelo, y los ecuatorianos mencionaron que, en el interior del avión, permanecieron encadenados. En sentido figurado, las cadenas representan opresión, esclavitud o falta de libertad. Detengámonos un momento y pensemos: si nos estuviera pasando lo mismo, ¿cuán humillados nos sentiríamos? Si lo único que buscamos es un futuro mejor para nuestras familias, ¿por qué las cadenas?
Al arribar al país y salir del aeropuerto, algunos compatriotas lograron comunicarse con sus familiares, mientras que otros buscaron la manera de regresar a sus ciudades de origen. Algunos recibieron dinero por parte del gobierno para poder movilizarse.
Te puede gustar: La escuela está dejando de ser atractiva
Impacta la forma en la que han sido tratados y, si nos ponemos en su lugar, seguro sentiremos la misma desolación, incertidumbre y abandono que causa retornar a un país donde solo el 33% de la población tiene un trabajo fijo.
Según datos del Ministerio del Interior, entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 2024, 1,9 millones de ecuatorianos viajaron a 207 países, pero solo 1,8 millones regresaron al país, lo que indica que 94.767 compatriotas no volvieron a Ecuador.
¿Cómo debemos responder ante estos acontecimientos? ¿Cómo afecta a la familia la migración? ¿Qué consecuencias trae en el entorno familiar y escolar la partida de un miembro del hogar que, por lo general, es uno de los padres?
No te pierdas este artículo: Adolescencia olvidada: propuestas populistas frente a problemas complejos
Basta con abrir espacio a estas interrogantes para darnos cuenta de que existe un problema mayor, traducido en la falta de oportunidades laborales y educativas. Sus consecuencias en el desarrollo humano se reflejan en el rendimiento académico y el desarrollo socioemocional de los niños, niñas y adolescentes, quienes padecen los efectos de hogares quebrados y con diversas carencias.
Migrar es una decisión compleja, que refleja desesperación y búsqueda de algo mejor, que no se encuentra en el espacio en el cual se reside.
Ecuador debería ser un país de oportunidades, donde el talento permanezca y se potencie, donde no se rompan vínculos familiares y afectivos. No solo es importante mitigar el dolor y las consecuencias que esto trae, es necesario abordar las causas estructurales que obligan a los ecuatorianos a migrar.
Garantizar acceso a educación de calidad, empleos dignos, seguridad, son deudas pendientes en el país de donde muchos quieren partir. (O)