Para el hombre nacido y crecido en Occidente, la “muerte” es su más grande angustia. Lo es al punto que deja de vivir… pensando en el fin. Al atormentarse por la inefabilidad de su defunción, se abstrae de una vida en verdad y en libertad, lo cual representa una transvaloración de la muerte. Subsiste desconsolado ante la “enseñanza” cristiana de que la muerte de Jesús se dio para el perdón de los pecados, que confluye en la vida perpetua. La muerte es un hecho biológico, fatal, en nada atado a transgresión moral alguna.
La vida es el llamado a vivir. Clamor a la plenitud de la existencia. La muerte es ese final del lapso entre el nacimiento y la extinción de la persona. Durante tal período, el hombre está llamado a realizarse como humano, al margen de toda y cualquier limitación atribuida por principios morales que no sean los propios nuestros (existencialismo). Vegetar a la espera de una “vida eterna” es la mayor contradicción tanto de la vida como de la muerte.
Filosóficamente, la muerte es negación suprema de la vida pero no como punición o escarmiento mas como el fin de una existencia, llamada a ser vida. Si bien frente la muerte todos somos iguales – ilustración cristiana de la pantomima tétrica – es una igualdad hipotética. En todo orden, la diferencia será palmaria por la vida que hayamos llevado. El pasado anterior a la muerte marca el contraste al momento del deceso. De allí la tristeza que debe sufrir el moribundo al recapacitar en lo que pudo hacer por su felicidad, pero de lo que se abstuvo por manías, escrúpulos y obcecaciones impuestas por terceros.
Transvalorar la muerte, para F. Nietzsche, es manifestación de decadencia en la humanidad: “no olvidemos nunca que fue el cristianismo el que hizo del lecho de muerte un lecho de tortura” (Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales). Mediante esta extravagante conversión se mantiene al hombre en vilo… a la espera de un desenlace que no lo puede evitar pero a través del cual se coarta su dignidad. Así llega el teutón a la “muerte de Dios”, con la que el horizonte se presenta libre. Recalcar en la muerte como castigo, por parte de un Dios anti-vida encaprichado por el pecado, es una transmutación de la muerte, afirman sus analistas.
Si la vida debe ser digna, la muerte con más razón. Por ende, toda sociedad que respete al hombre está llamada a contar con un régimen legal en materia de eutanasia, que garantice su dignidad en la muerte.
Sin perjuicio de la concepción que tengamos del evento, es uno del cual el hombre no puede escabullirse, pudiendo enfrentarlo en términos metafísicos si pretende ir más allá de la mera materia. Sin embargo, como cualquier esfuerzo abstracto, demanda de suficiente raciocinio. En efecto, la inteligencia obliga al entendimiento completo de los distintos factores involucrados en los fenómenos humanos. El limitado en lucidez mira a los sucesos con recelo al ponderar los elementos abstractos como atentados a sus dañinas convicciones carentes de intelecto. Es inútil esperar que el tonto razone.
Las teorías más profundas y polémicas tejidas alrededor de la “muerte” las ofrece F. Nietzsche en varias de sus obras. Remitámonos ahora a El anticristo. El alemán encuentra una correspondencia entre Sócrates y Jesús al haber querido los dos sus muertes. Las describe como los “más grandes asesinatos judiciales de la historia universal”, que los asemeja a suicidios disfrazados. La cicuta en el griego y la cruz en el judío, más allá de sus simbolismos gráciles, representan la injusticia humana que la consintieron sin resistencia alguna. En el caso de Cristo, inclusive de buen agrado para la remisión de pecados que ni siquiera eran los propios. En El anticristo refiere al Hijo de Dios como un rebelde incomprendido, siendo que la comunidad no alcanzó a entender que su deceso fue más bien declaración de superioridad sobre el “ressentiment” (resentimiento y hostilidad del oprimido).
La Iglesia Católica hizo de Romanos 6.23 – Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna – un himno al evento físico hasta convertirlo en uno moral, cruel y despiadado. La incomprensión de la comunidad judía en tiempos de Jesús quedó avalada transvalorando la muerte.
La transmutación llega a su clímax con la hora de la muerte. “No hay muerto malo” dice el vulgo cristiano. Al cadáver se le endosan los defectos – avaricia, egoísmo, envidia, etc. – que el vivo los tuvo… pero que los deudos se autoconvencen que por ser pecados fueron expiados al fenecer en Dios y quedar habilitado para el Reino del Señor. Macabra transvaloración de la muerte, a superarla. (O)