Existen dos tipos de personas: las que viven para el interés compuesto y las que viven del interés compuesto. “Para” o “de”.
Cuando me llegó este llamado a etiquetarme, no tuve dudas de que quería pertenecer al segundo tipo de persona. Ha definido mi vida. Sobre todo porque el interés compuesto es una ley universal y, como tal, no aplica únicamente al dinero, sino también a la salud, las relaciones, a los malos y buenos hábitos. Todo se compone.
Por ello cuando tengo una deuda soy muy consciente de que debo pagarla cuanto antes.
Y este es el caso del día de hoy.
Tengo una obligación con ustedes, amables lectores, o al menos con los que leyeron mi última columna en Forbes, hace 3 o 4 semanas.
Y no quiero caer en mora. Caso contrario la deuda seguirá creciendo. Cuando uno por fin se da cuenta de la imposibilidad de no pagar el compromiso, ya sea porque el mismo universo se encarga de cobrarlo a la fuerza (todo se paga en está vida o en la siguiente) o porque nos envían un recordatorio de que el pago ha vencido en forma de carta, indiferencia, reclamo, o mirada indescifrable.
Por ello el día de hoy he venido a contarles cómo atravesar el techo de complejidad. Aquel que creamos nosotros mismos en nuestro afán de encontrar una ruta hacia la no extinción de nuestras empresas o el crecimiento constante que nos exige nuestro trabajo.
Debo pagar la deuda. Caso contrario generará intereses. Compuestos.
Si leíste mi anterior artículo, habrás notado que lo que pretendía con él era simplemente brindar claridad. Sin ésta última, cualquier paso es un paso en falso.
Así que si aún no has leído el artículo anterior, léelo. Acá te espero.
Una vez que comprendemos que hemos dejado de crecer por la complejidad que nuestros propios actos han creado, podemos dejar de buscar al culpable y concentrarnos en la solución. De forma similar a lo que hacemos cuando nos perdemos en una travesía, debemos regresar al principio, al punto en el espacio-tiempo donde empezó todo.
Y dado que nosotros creamos el techo que ahora nos impide crecer, en nuestro afán por eliminar de entre las opciones la opción de extinguirnos, el punto de inicio somos siempre nosotros.
Debemos regresar a nuestra esencia.
Para ello conviene preguntarnos:
● ¿Por qué decidimos emprender o aceptar el cargo que ahora ocupamos?
● ¿Está razón sigue estando vigente hoy en día?
● Si volviéramos en el tiempo al momento en el cuál tomamos la decisión de emprender o aceptar el trabajo que desempeñamos hoy por hoy, ¿diríamos nuevamente que sí a la oportunidad?
Las respuestas a estas preguntas pueden ser incómodas y causarnos unas ganas irresistibles de actuar. Y esto está bien. Sin embargo, antes de hacerlo es preciso reconocer algo que casi siempre pasa desapercibido.
Está demostrado que cuando no trabajamos en nuestros talentos, cuando caemos en la trampa de satisfacer las demandas de un cargo o las necesidades de que seamos algo que no somos de las personas a nuestro alrededor, dejamos de ser felices.
Todos hemos experimentado en algún momento esto.
Por ejemplo, cuando nuestra mamá nos decía que debemos terminar lo que comenzamos y nos enfocamos en cumplir con esa condición sin darnos cuenta que preferimos crear libremente sin tener que preocuparnos por que sucederá con la creación después de haber sido generada.
O cuando intentamos que todo quede bien organizado en nuestro puesto de trabajo porque escuchamos a un “gurú” de negocios decir que un escritorio desordenado es el reflejo de una cabeza desordenada en vez de reconocer nuestra necesidad de tener todo a la mano para poder funcionar mínimamente.
A mi me causa ansiedad el solo pensar que debo dar seguimiento a tareas de mi asistente personal. A Paula, mi asistente personal, le causa ansiedad el solo pensar que no le diré claramente lo que espero de ella.
Cuando somos quienes no nacimos para ser el dolor en forma de estrés es insoportable.
Y dado que las personas somos mediocres en casi todo excepto en tres o cuatro cosas, casi todo lo que hacemos nos puede producir estrés. Esto nos lleva a las preguntas realmente relevantes:
● ¿Conozco cuáles son mis talentos o fortalezas?
● ¿Las uso en el día a día?
Si saltamos a cambiar lo que quizá nos hemos dado cuenta en este momento que debemos cambiar para poder atravesar el techo de complejidad sin visibilidad de nuestros talentos lo único que conseguiremos es desordenar a nuestros equipos con la promesa de un cambio que nunca llega.
Lo único que lograremos es causarles frustración, ¡que también se compone!
Así como sufrimos dolor cuando hacemos lo que no fuimos diseñados para hacer, cuando hacemos lo que nacimos para hacer, somos felices.
Este es el indicador.
La verdadera transformación requerida para atravesar el techo de complejidad no es digital, ni de ningún tipo externo para el caso. La verdadera transformación es interna, de mentalidad, de reconocer que la única posibilidad de crecimiento es ser nosotros mismos.
Deuda pagada, ¡nos vemos el próximo mes! (O)