En 1831 nace en Ekaterinoslav, Rusia, en el seno de una familia aristocrática la escritora Helena P. Blavatsky. Sus insondables auto cuestionamientos filosóficos e inquietudes sobre su existencia, espiritualidad y religión la llevan a abandonar muy joven el país natal. Emprende en viajes que la trasladarían por el entonces Imperio Otomano, Egipto, India, Tíbet, varios países de Oriente, Inglaterra y los Estados Unidos. Como comúnmente sucede con aquellos seres que en sus periplos no se limitan a la observación intrascendente - pero profundizan en la cultura, historia, creencias, tradiciones, conductas y vida misma de los pueblos ajenos al propio - hurga más allá de las solas apariencias.
La penetración que promueve la obliga a cuestionar las fachadas sociales mojigatas, puritanas e impostoras imbuidas de prejuicios… es así como da origen - moderno - a la teosofía o sabiduría de dios. Nótese que usamos la palabra moderna mas no nueva. Ello por cuanto las raíces de este saber se remontan siglos atrás con Platón. Sin embargo, es Blavatsky quien sistematiza, ahora sí, la nueva aproximación a un conjunto de doctrinas, principios, conceptos, enseñanzas y valores que no conforman una religión sino lo que algún autor definió como filosofía científica de la vida. El 1875 la rusa funda la Sociedad Teosófica.
Hablar de sabiduría de dios es irrumpir en un conocimiento completo de todo lo que gira alrededor de cualquier ser supremo, partiendo por cierto del hombre. Y es que no hay nada más grande que la naturaleza humana. De allí que la teosofía como ciencia sea válida para el universo de religiones, siempre que las abordemos con la indispensable erudición racional, alejada de misticismos venenosos. La teosofía aboga por la verdad absoluta. Es decir, con esa lógica tan propia de la antropología religiosa de L. Feuerbach, para quien dios es tan solo una atribución de las cualidades humanas.
Católica como era Blavatsky de nacimiento, a través de esa filosofía aguda con que razona la vida, cuestiona al cristianismo. Califica a éste como la religión de la arrogancia, escalón hacia la ambición, carta blanca para el enriquecimiento fácil, la falsía y el poder; cómoda cortina para la hipocresía. En función de ello, la teosofía tacha la idea de un dios personal, pues iguala al hombre con dios pero no como aquel creado a la imagen y semejanza de éste, sino como ser divino en atención a su naturaleza. De hecho, los teosofistas hablan del alma humana, del alma espiritual y, por último, del espíritu. Ello obliga al verdadero creyente a entrar en uno mismo, para encontrar a dios allí oyendo nuestra propia voz.
La divinidad, para la teosofía, es el hombre mismo cuando acata su propia espiritualidad, la cual no cabe concebirla mediante fetichismos impuestos por iglesia alguna. Al respecto D. Hume, a mediados del siglo XVIII, decía que el biempensar obliga a la filosofía a no dejarse embaucar por la sofistería.
En su proyección pragmática, la teosofía instruye sobre una existencia apartada de todo cuanto pueda implicar egoísmo. Esto implica la mayor manifestación de la honra y la honestidad. Va atada a la verdadera fraternidad, pero no en términos de piedad como lo pregona el catolicismo, mas de compromiso en la unidad que representa el humanismo. Éste a su vez es un proceso de autoconciencia, que permite llegar a la meta del conocimiento real alejado de tabúes místicos.
La vida para la teosofía es una evolución natural que partiendo del nacimiento culmina en la muerte. Así, el imperativo es vivirla con la responsabilidad de las leyes que hacen hombre al hombre, y lo sitúan en el universo de que forma parte. Vivir en la esperanza de un paraíso desconocido y etéreo es un camuflar vivencial que pretende autorizar antojadizamente las injusticias terrenales.
Estamos frente a una doctrina del conocimiento allegado a dios, al cual se accede mediante el desarrollo espiritual, distante de toda y cualquier religión que profesemos. Aceptar imposiciones de iglesias que adaptan la religión a conveniencias de sus élites directivas, o adecuar nuestras conductas a interpretaciones acomodaticias, es deshonesto por decir lo menos. (O)