La pandemia y el persistente riesgo de contagio, los efectos relativos de las vacunas y la necesidad imperiosa de comunicarse y trabajar, han acelerado lo que ya venía ocurriendo: la expansión de la tecnología a los más diversos órdenes de la vida. Por ejemplo, el uso del zoom y los webinar se ha generalizado. Son herramientas que se han vuelto comunes. Esto supone que hay, y habrá, cambios sustanciales en muchas actividades y profesiones. Prueba, además, que algunos paradigmas han caído y que la sociedad debe acentuar y afinar su capacidad de adaptación. Sin embargo, los cambios que genera una revolución de tanta magnitud y velocidad, nos han sorprendido sin preparación, con sistemas legales obsoletos y actitudes políticas y sociales ciertamente arcaicas. Y con una lentitud legislativa impresionante.
I.- La inevitable penetración de la tecnología.- Casi no existen actividades que no estén determinadas por la tecnología, y lo estarán más aún en el futuro. El tema ha provocado ya, y provocará, inevitables efectos en la economía, las profesiones, el empleo y los salarios. La industria ya aplica en forma creciente la robótica; los diseños, la producción en serie, los controles de calidad se hacen, cada vez más, con prescindencia de los seres humanos. El comercio, el transporte, los servicios, las actividades asociadas al turismo y la educación son campo fértil para toda clase de sistemas informáticos. El periódico de papel se bate en retirada. La publicidad crece en forma exponencial en internet. La tecnología trabaja sin descanso, sin vacaciones ni sindicatos. En Quito, los guardias de los parqueaderos han desaparecido desde hace rato, hay máquinas que los sustituyen. Con los correos electrónicos y el wasap, la mensajería se ha vuelto obsoleta.
Estamos viviendo una profunda, irreversible y silenciosa revolución que afecta a los comportamientos sociales, a la economía, al trabajo y a la política.
II.- Un sistema laboral obsoleto.- Los efectos de la pandemia y la revolución tecnológica han superado la legalidad en la mayoría de los países, que, tradicionalmente, y bajo visiones conservadoras, han extremado la inflexibilidad de los sistemas de contratación. Somos testigos de cómo, en pocas semanas, el sistema legal en varios aspectos quedó obsoleto. Incluso el concepto de empresa está cambiando. La idea de puesto de trabajo, elemento esencial en el viejo sistema legal, en algunos casos, se ha vuelto ubicuo, en otros, ha desaparecido. La relación de dependencia, los horarios y jornadas cambian aceleradamente o simplemente ya no existen. Si se examina, en la perspectiva de las aplicaciones de la tecnología, la noción de contrato de trabajo que consta en el artículo 8 del Código Laboral, se concluirá que ha sufrido modificaciones sustanciales, y que, en cierta forma, ya no responde a la realidad. El Derecho, en general, sufre una sistemática desmaterialización y “deslocalización”. Las transacciones se hacen desde ninguna parte. Muchos contratos civiles, comerciales, etc. ya no responden a las antiguas normas de los Códigos de los países latinoamericanos. Los disputas que provienen de los negocios superan las estructuras procesales cuya caducidad es evidente.
La pandemia y las nuevas formas de relación personal y profesional -abstractas, mediáticas, distantes- incidirán directamente, y pronto, en la política, en la administración del Estado, y cambiarán numerosas concepciones y reglas, incluso las formas de expresar la participación democrática, de hacer campañas, decir discursos y votar.
III.- El desempleo y los salarios.- Una de las principales preocupaciones derivadas de la revolución tecnológica tiene que ver con la pérdida de puestos de trabajo y la desocupación, a causa de la sustitución de la mano de obra humana con las computadoras. Las respuestas de la Legislatura y de las dirigencias políticas, con ideas que corresponden a los años sesenta, no pueden quedarse en negar las evidencias y bloquear el acceso al uso de la tecnología. Hay que modernizar el régimen puesto que las innovaciones han llegado y seguirán llegando de todas maneras, y en forma veloz, y a veces, insensible Si la legislación no se adecua con sabiduría y oportunidad, la respuesta será la informalidad y el desempleo crónico y abierto.
A los efectos de semejante revolución en el orden laboral, se suman los que provienen de la migración, frente a los que no hay respuesta oficial consistente y de largo plazo. Además, está el tema de los salarios que compiten cuesta arriba con los costos cada vez menores de la tecnología.
IV.- Las profesiones, ¿están en riesgo?.- Las sociedades occidentales se estructuraron, en buena medida, en torno a las profesiones liberales, que, además de fuente de ingresos, son importantes sistemas de ascenso social. Las universidades son entidades de educación que forman abogados, médicos, ingenieros, economistas, banqueros, etc. Salvo notables excepciones, las universidades los forman aún al estilo del siglo XIX. La academia tampoco ha progresado frente a la agresiva presencia de la tecnología. Hay profesiones en riesgo, porque la tecnología está invadiendo sus espacios. Basta leer los libros de Andrés Oppenheimer y de Yuval Noah Harari.
V.- ¿Habrá respuestas oportunas?.- El crecimiento exponencial del fenómeno debería preocupar a las autoridades, a la academia, a los políticos y legisladores. Y en general a la sociedad. Es indispensable que se piense en las adecuaciones necesarias de un sistema legal cuyos conceptos datan de hace muchos años, y que han quedado fuera de juego.
En el Ecuador, no se advierte preocupación alguna respecto de “la fuerza mayor extraordinaria y universal” que nos agobia, y que al parecer va para largo. Tampoco hay ideas ni tesis sobre la pronta obsolescencia de los regímenes jurídicos y paradigmas políticos. La impresión es que asistimos a cambios sustanciales sin conciencia política ni pensamiento crítico.
VI.- La solución.- La solución está en enterarse de la verdad y en asumir esta revolución y sus consecuencias, entender el concepto y los efectos de la “fuerza mayor extraordinaria”, pensar sobre ella, cambiar los sistemas de formación de profesionales, modernizar las leyes bajo el entendido de que la saturación legal no es la respuesta. Hay que preparar a la gente. La solución no está en tirarle piedras al Uber, ni en hacer huelga contra los algoritmos y las computadoras, ni en satanizar los cambios que ya están aquí.
Este es el gran desafío en medio de la pandemia. (O)