Entre los estorbos mentales de que padece el ser humano para su realización como ente pleno en su faceta de animal pensante, los tabús y prohibiciones dictados por la sociedad en torno a la sexualidad son de los más relevantes. En el mundo occidental, la institución con mayor rol en la materia ha sido la Iglesia Católica. Concibe un acervo de preceptos interesados en mostrar a la sexualidad como asomo enfermizo y degradante. Al hacerlo contradice a los elementos antropológicos del sexo, y elabora a su derredor una teo-filosofía insustancial. Relaciona a las prácticas sexuales con el amor espiritual. Así violenta la esencia natural de la libido como apetito humano, que científicamente no está ligada al espíritu, pero al cuerpo. El amor puede hacer presencia en el sexo mas no es determinante en este.
La intrincada elaboración cristiana respecto del sexo parte de la noción de "castidad", conceptuada en el Catecismo de la Iglesia Católica a título de virtud envolvente de "integridad de la persona y de integralidad del don". Define a la fornicación como la unión carnal fuera del matrimonio, contraria a la dignidad de la persona y de la sexualidad humana. Citando a Mt. 5, 27-28, en cuanto al "mirar a una mujer", afirma que quien lo haga deseándola, ya comete adulterio en su corazón. Al margen de las interpretaciones en fe que de lo expuesto cabe, es ridículo y extravagante.
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En consecuencia, convoca al hombre a vivir en castidad hasta la consumación del matrimonio. Contempla otra forma de ella: la virginidad o el celibato consagrado, catalogado como manera de dedicarse a Dios "solo con corazón indiviso". Eso en el contexto de la virginidad a modo de cualidad aspiracional, al punto que el propio Catecismo - remitiéndose a san Juan Crisóstomo - sostiene que denigrar el matrimonio es reducir la "gloria de la virginidad", y elogiarlo es realzar la admiración que corresponde a la virginidad. Aludiendo a Mt. 19, 12 asevera que hay eunucos nacidos así del seno materno, otros hechos por los hombres... pero también los hay que se hicieron tales a sí mismos por el reino de los cielos. Dice el Catecismo, quien pueda entender, que entienda. En este sentido, filosóficamente, otorga al matrimonio una suerte de recompensa para quienes no fueron capaces de honrar a la virginidad ni al celibato.
Referirse a la sexualidad demanda remitirse a la teoría del poder. Ello nos lleva de manera indefectible a M. Foucault (1926 - 1984), quien procesa nociones en filosofía, sociología y antropología. En la materia su icónica obra es la Historia de la sexualidad. Asegura que la transformación del sexo en discurso se inicia en la tradición católica con la "confesión". La recoge también F. Nietzsche en su teorización del sicoanálisis.
Para Foucault, el "poder" no lo ejerce en exclusiva el Estado a través de sus órganos de dominación política. Existe en la sociedad un complejo aparataje de control sobre el hombre, tendiente a lograr su adecuación a modos conductuales reflectivos de propósitos por mantener al ser humano sometido a paradigmas morales que coartan sus atrevimientos y libertad. Habla de un "mecanismo del panóptico", significando la vigilancia permanente. Nosotros la complementamos: con el designio de sancionar a quien se aparte de dogmas impuestos por la hipocresía y el alcahueterismo. A esa "vigilancia" Foucault la cataloga de exhaustiva y omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, "pero a condición de volverse ella misma invisible". Es el caso del sexo usado como herramienta de sometimiento a voluntades ajenas.
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En El orden del discurso (1971) reconocemos a los fenómenos que el de Poitiers los representa como distorsionantes de la oratoria honrada y honesta. Así tenemos a la tendencia místico-social de acreditar como verdadero a aquello que es intrínsecamente falso. Conforme lo expuesto al inicio, la iglesia ha elaborado una doctrina aberrante del sexo, pero que la asumen de axiomática quienes en función de su fe no osan cuestionarla. Va aún más lejos al castigar el quebrantamiento de la norma con la condena al fuego eterno.
Por otro lado, la sociedad identifica a la locura - contraria a la razón - con aquello que contradice las inclinaciones sexuales ortodoxas. Citamos a Pío XII, quien demanda de los esposos mantenerse en los límites de una justa moderación sexual... cualquiera sea la acepción que tengamos de mesura. Lo señalado confluye en la propensión a disimular el discurso absteniéndose de emplear palabras precisas cuando las circunstancias lo exigen.
Una impecable aproximación a la sexualidad demanda de asumirla con naturalidad. Si la contaminamos de tabús religiosos y sociales, propios del hombre limitado en erudición, la persona morirá engañada. (O)