En un documento hecho público este lunes, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) hizo suya la teoría de que el mundo vive la ruptura de la globalización y lo que se abre paso es una regionalización de la economía mundial. ¿Es así?
Al presentar un informe de la CEPAL titulado Repercusiones en América Latina y el Caribe de la guerra en Ucrania: ¿cómo enfrentar esta nueva crisis? , el secretario ejecutivo interino de la Comisión, Mario Cimoli, declaró que América Latina y el Caribe enfrentan nuevos escenarios geopolíticos. La ruptura de la globalización puede llevar a diferentes configuraciones regionales que determinarán sus políticas con base en objetivos de soberanía en defensa, energía, alimentos y sectores industriales clave, desde los de más alta tecnología hasta algunos de insumos de amplio uso, como los fertilizantes. Y añadió que ante esta regionalización de la economía mundial, América Latina y el Caribe no pueden continuar actuando de manera fragmentada, por lo que es necesario aumentar el papel de la articulación regional en las respuestas a la crisis: formular e implementar respuestas de América Latina y el Caribe en su conjunto o de sus bloques de integración.
Ya antes hubo voces que analizaban este fenómeno. El columnista David Brooks del The New York Times publicó sobre ese tema un artículo en el mes de abril, en el que asegura que la invasión rusa a Ucrania y sus consecuencias geopolíticas parecen ser el inicio del fin de la globalización, tal y como se conoce. Según Brooks, todas las cifras y las tendencias apuntan a que en el mundo se crearán dos o tres bloques comerciales a lo sumo y que desde ahora el intercambio dejará de ser lo que ha sido. Es la tesis también de John Micklethwait y Adrian Wooldridge, que publicaron un ensayo en Bloomberg. Brooks dice que este contexto general, y en especial la invasión de Ucrania, está enterrando la mayoría de las premisas fundamentales en que se ha basado el pensamiento empresarial durante los últimos 40 años", aunque dice que por supuesto, la globalización, en lo que respecta a los flujos comerciales, continuará. Pero la globalización como lógica impulsora de los asuntos mundiales parece haber terminado. Las rivalidades económicas se han mezclado con las rivalidades políticas, morales y de otros tipos en una competición mundial por el dominio. Para él, la globalización ha sido reemplazada por algo que se parece mucho a una guerra cultural global.
¿Es así?, preguntábamos al principio. La respuesta está en qué se entiende por globalización. Si la globalización es solo el comercio mundial liberalizado, para el cual prácticamente no existen fronteras, es verdad que está sufriendo serios quebrantos. Pero si se entiende la globalización como el fenómeno histórico que hizo que las relaciones sociales dependen cada vez menos del territorio, como lo sostengo desde 1999 (ver mi libro En el alba del milenio. Globalización y medios de comunicación en América Latina, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar-Corporación Editora Nacional, Fundación Friedrich Ebert, 1999), no parece ser el fin ni la ruptura anunciada. Yo me inscribo a aquello de que Globality is supaterritoriality, que decía Jan Aart Scholte (ver su importante libro Globalization: A Critical Introduction).
La globalización tiene cinco rasgos clave, y algunos de ellos no han sufrido los pavorosos efectos que el documento de la CEPAL imagina. Por ejemplo, el alcance, cobertura, calidad y velocidad de las comunicaciones, o la existencia de problemas y causas comunes a toda la humanidad, están allí, intactos. Es verdad que la abundancia, eficiencia y contundencia de las conexiones económicas entre sectores y países pueden estar sufriendo una disminución, que no ruptura. Pero las transnacionales siguen teniendo operaciones planetarias, aunque McDonald's y otras cadenas estadounidenses se hayan retirado (con toda la razón) de Rusia. No es que yo defienda la globalización: procuro ser objetivo y no la veo desaparecer.
Para la CEPAL, cuyo documento es profundamente pesimista, la guerra entre la Federación de Rusia y Ucrania [debía haber dicho la invasión de Ucrania por Rusia] ha generado una crisis internacional cuyos efectos en América Latina y el Caribe se deben analizar en el marco de casi dos decenios de choques externos que, pese a tener distintos signos e intensidades de un país a otro, han deteriorado las condiciones de inversión y producción en la región en un contexto de incertidumbre persistente, por lo general creciente. Entre esos choques externos destacan la crisis financiera internacional de 2008-2009, las tensiones económicas entre los Estados Unidos y Europa, por una parte, y China, por otra, a partir de 2017, la pandemia de enfermedad [crudo pleonasmo porque pandemia es precisamente una enfermedad que se extiende por el mundo entero] por coronavirus (covid-19), a partir de 2020, y posteriormente la guerra en Ucrania. Estos choques han redundado en cambios que se han retroalimentado, han debilitado la globalización como motor del crecimiento y han llevado a que las razones geopolíticas predominen sobre las razones de eficiencia.
Remite entonces el organismo de la ONU a un gráfico que demuestra, sí, que la globalización entendida como comercio y crecimiento del PIB global, tuvo un período de expansión hasta la crisis de 2008-209, y ha venido reduciéndose desde entonces. Según el organismo, el modelo de globalización basado en cadenas internacionales de producción, que se concentró, como dice el informe, en tres grandes fábricas mundiales (América del Norte, Asia Oriental y Europa), afectó negativamente el empleo y los ingresos de las clases trabajadoras y los estratos de ingresos medios en los países desarrollados, lo que impulsó posturas nacionalistas y antiglobalización en los Estados Unidos y los países de la Unión Europea. Discrepo aquí también: no es que la globalización afectó el empleo y los ingreso de todas las clases y estratos, sino que afectó a algunos estratos, aquellos vinculados a la extracción de carbón y a la industria tradicional de esos países.
Ciertamente con la covid-19 y la guerra imperialista de Rusia se ha producido la ruptura de diversas cadenas productivas manufactureras. Como dice el informe, "el caso más destacado es el de los microprocesadores, por sus efectos en un gran número de actividades que van desde la producción de hardware hasta la de automóviles y maquinaria industrial y no es menos cierto que la guerra en Ucrania produce disrupciones en los sectores de producción primaria (petróleo, gas, aluminio y cereales) y en sectores industriales que producen insumos de uso generalizado en la agricultura, por ejemplo, fertilizantes. A esto se suman las disrupciones en el sistema de transporte marítimo (saturación de puertos, largos período de espera de los barcos y alza de los fletes), y que todo lo anterior ha producido tendencias de relocalización de empresas.
Esto es verdad, pero me llama la atención que el estudio de la CEPAL en vez de ver todo esto, más la expansión de la demanda en los países desarrollados debida al incremento de ayudas económicas a las familias durante la pandemia, como algo que América Latina debe aprovechar para expandir sus exportaciones actuales y sustituir y remediar las cadenas de suministros, se limita a las obvias recetas de progresividad tributaria, contener las presiones inflacionarias, sostener el bienestar de los sectores más pobres, priorizar la seguridad alimentaria, mantener o aumentar los subsidios a alimentos, implementar acuerdos de contención de precios de la canasta básica con productores y cadenas de comercialización, y reducir o eliminar aranceles a la importación de granos y otros productos básicos…, es decir un conjunto de medidas destinadas a los mercados internos de cada país.
La receta no puede ser encerrarnos y protegernos. Si otras zonas se aíslan y se encierran, es el momento de que América Latina y el Caribe expanda su producción exportable y vuelva a desempeñar un rol importante en el comercio mundial. Ese es el desafío de la hora. (O)