El origen etimológico del vocablo “responsabilidad” lo encontramos en el latín “responsum” traducido como “responder”. Hablar del tema en sus influjos filosófico y social es remitirse a una deuda ética, que comienza en uno mismo y se proyecta más allá de esa singularidad. No nos referimos, entonces, a la “responsabilidad social” como réplica formal concebida en términos del propósito de entregar algo – al conglomerado de que el hombre forma parte – a título reparativo o compensatorio, pero de un compromiso consciente para con el prójimo privadamente considerado.
Ser responsables es partir de la evaluación deontológica y teleológica de uno mismo, que redunde en su dignificación como persona. Tal “dignificación” implica prever, luego, el resultado ético de la evaluación en sus obligaciones frente a terceros. Si el individuo se limita a recitar ante él desolado, abstrayéndose de esos terceros, se genera un proceso deformativo de la sociedad. La “responsabilidad social” solo puede ser entendida en el contexto del adeudo a cada persona.
Filosófica, que también sociológicamente, los programas comunitarios que miran al universo social descuidando las individualidades de sus miembros son meros artificios paliativos. Cabe en este punto citar a X. Etxeberria, filósofo español contemporáneo: ser responsable es remitirse a la “globalidad de lo que somos”. Va en la línea de M. Heidegger, pensador alemán de mediados del siglo XX, para quien la responsabilidad está atada a “ser-en-el mundo” y “ser-con-otros”.
La pandemia que el planeta no termina de superarla reveló deficiencias intrínsecas de los conceptos de responsabilidad, en especial entre parcelas con escasa conciencia social. Algunas empresas – pocas felizmente – hacían gala de sus programas de “responsabilidad social corporativa”, mientras despedían trabajadores alegando “fuerza mayor”. Lo hacían sin compensaciones laborales de ninguna naturaleza… solo mirando a las frías finanzas que les interesaban, al margen de la profundización en miseria de desventurados sectores de la población. Olvidaron que responsabilidad es corresponder con igualdad los beneficios recibidos, no pasar por alto las buenas épocas en momentos de crisis que exigen solidaridad. Cuando la “fuerza mayor” es asumida como válida para violentar cometidos individuales y consiguientes colectivos, quienes la invocan pecan de ignominia.
Ontológicamente, la responsabilidad no debe ser discernida bajo consideraciones cuantitativas pero cualitativas. Así, la “justificación” a un actuar alejado del compromiso ético, a título de evitar un mal mayor, de ningún modo es aceptable.
El “poder” juega un rol relevante en materia de responsabilidad. En tanto mayor es el poderío de que goza un agente – sea imperio de carácter político, material o factual de cualquier orden – superior será el encargo de que está obligado a responder. Este es un factor poco percibido por el hombre-masa de Ortega y Gasset, que convenientemente alardea de su estatus al tiempo que se desprende de los gravámenes éticos que pesan sobre él.
La responsabilidad moral es un concepto “eudaimónico” aristotélico no en su alcance originario de “felicidad” mas de praxis en integridad, y por ende de racionalidad. La responsabilidad no es en exclusiva un objetivo como tal sino el universo de los medios hacia un designio honesto y decente. Si la responsabilidad es tomada como desnuda finalidad la misma se desfigura. No bastan, por ende, las buenas intenciones pues, como veremos adelante, la responsabilidad tiene una eticidad mayor. Quien se adjudica la responsabilidad en términos decorativos frente a la sociedad es el indigno per-se.
M. Weber, sociólogo y politólogo alemán, elabora alrededor de dos éticas que vienen a colación en el tema que nos ocupa: la ética absoluta y la “ética responsable”. En ésta el hombre – antes de proceder conductualmente – calcula, pesa y balancea las derivaciones de sus actos… y en función de ello actúa en consecuencia. Es una aproximación “utilitarista” a la responsabilidad. Citemos a I. Kant. Obliga al hombre a desenvolverse de modo que jamás ni en sí ni en aquella de otra persona, utilice a la humanidad solo como medio sino que simultáneamente la tome también como finalidad.
El individuo que enfrenta su responsabilidad desatendiendo los efectos de sus actos – o acomodando su ética al egoísmo – más temprano que tarde cargará con los resultados. La responsabilidad moral es la materialización de un sumario dialéctico de definición de medios y objetivos. (O)