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La resiliencia exige honestidad en el análisis del universo de los sucesos que ponderan el bien y el mal del desenvolvimiento de la sociedad. Es una revisión crítica generalizada de los distintos factores que gravitan en el conglomerado, a efectos de que la actitud frente a ellos no sea parcializada.

7 Febrero de 2024 15.16

Con ocasión de los serios retos que ya por décadas viene enfrentando, en lo que por ahora nos interesa Iberoamérica en la arena sociopolítica, ha adquirido actualidad un vocablo para significar actitudes demandadas de los agentes sociales por la propia sociedad. Nos referimos a la “resiliencia”. En su acepción gramatical, es la capacidad de adaptación de los individuos frente a actores perturbadores o situaciones adversas (RAE). Tan lacónica conceptuación, en el ámbito filosófico-social, adquiere connotaciones bastante más profundas que serán objeto de examen adelante.

Si bien la definición lingüística se remite a una “adaptación”, para las ciencias sociales así como para la filosofía, la resiliencia conforma también sensibilidad, pericia, habilidad y arte para enfrentar las adversidades, reveses, contingencias y peligros. Cuando estos son de naturaleza que merezcan y justifiquen “reacción” activa, que no mero “acomodo” pasivo, los afectados se encuentran compelidos a rebelarse y desafiarlos. El desafío resiliente es aquel modo inteligente y responsable de afrontar los infortunios y sociopatías sin desplomarse en frustraciones. El ente resiliente y las sociedades titulares de esta entereza pueden repeler lo negativo con base en su autoestima y su autoconfianza. De allí la necesidad de que los países promuevan procesos educativos consolidadores de tales valoraciones entre sus poblaciones.

La exigüidad de resiliencia en un pueblo es por lo general fruto de deficiencias en los referidos desarrollos formativos. Por igual, producto de anomalías, traumas y complejos sicosociales presentes entre dirigentes estatales deformes en moral y ética. Puede apreciarse notoriamente en el populismo, forjado mediante mensajes tergiversantes de las realidades sociales, transmitidos por impresentables políticos colmados de enredos mentales. 

A través de distorsiones de los fenómenos sociales, el populista que llega al liderazgo exterioriza sus fracasos… y desilusiones, consciente de no ser un hombre de bien, al margen de que dice serlo. Impone en sus seguidores similares obstáculos para el buen pensar y el buen actuar. Así logra la consolidación de parcelas comunitarias carentes de resiliencia para rechazar lo malo que esa “tendencia” política trae consigo. Recordemos que el populismo no es ideología. Por ende, esas fracciones lejos de coadyuvar en la búsqueda de soluciones a los problemas que abruman al estado, entorpecen su labor y lo conducen a la zozobra.

Mientras más desfavorables son los ámbitos políticos, sociales y económicos en que se desenvuelve un pueblo mayor resiliencia está llamado a tener. Remitámonos al sicólogo D. Goleman (Stockton, California, 1946), conocido por sus trabajos en torno a la inteligencia emocional. En su obra El cerebro y la inteligencia emocional: nuevos descubrimientos, sostiene que el “cerebro social tiene una infinidad de circuitos concebidos para adaptarse a la mente de otras personas e interactuar con ellas”. El estadounidense asevera que esa capacidad de adaptación está caracterizada por la aptitud de la psique para atender recíprocamente a los demás, por la sincronía no verbal y por la empatía. Esto confluye en lo que el autor afirma es “la facultad de gestionar las relaciones con los demás”.

Al ser un método de respuesta tanto a manifestaciones como a apariencias presentes en la sociedad, la resiliencia cabe ser estudiada igual desde una perspectiva fenomenológica. En ese contexto se espera de los agentes evoluciones conductuales que sopesen factores no solo factuales pero también metafísicos. Interviene, entonces, el conocimiento que entrevé y descubre, y el entendimiento que razona y deduce. El círculo se cierra cuando el hombre fusiona esos dos aparatajes en una transformación de los sentimientos contrarios en torno al fenómeno, para mudar hacia el imperativo de un bien que puede no ser el propio pero el social general.

La resiliencia exige honestidad en el análisis del universo de los sucesos que ponderan el bien y el mal del desenvolvimiento de la sociedad. Es una revisión crítica generalizada de los distintos factores que gravitan en el conglomerado, a efectos de que la actitud frente a ellos no sea parcializada. El momento en que existe el contingente de que la reacción resiliente a uno de los elementos gravite en perjuicio de otro, se hace presente la necesidad de diálogo. En tal sentido, el hombre resiliente es siempre un ente flexible, proclive a admitir errores y a rectificar. 

La rectificación resiliente parte de la observancia de los “hechos” con prescindencia de pasiones. Son nocivas en particular las efusiones gestadas en ardores e ímpetus políticos, en los cuales la falta de pudor ético es frecuente. (O)

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