La Reforma protestante (II)
El cuestionamiento luterano a la hegemonía católica permitió a los príncipes estatales defender su independencia del centralismo romano, lo cual impulsó la Reforma ya no teológica pero política. De hecho, la primera terminó por ser un comodín en el contexto de las "guerras de religión" que se dan en Europa en los siglos XVI y XVII.

Durante varios siglos la Iglesia católica advertía un sostenido proceso de deterioro ético entre sus miembros, que no decir de decadencia en sus proclamas. Si bien fue Martín Lutero quien instrumentó la Reforma, es indispensable retrotraernos a al menos finales del siglo XII y principios del XIII. A los Cátaros y sus creencias, que Roma las catalogó como "La gran herejía". Fue un grupo humano del sur de Francia. Sin dejar de declarar su cristianismo, resistieron aceptar a la Iglesia católica como institución representativa de su religión. Calificaron de hipócritas tanto al bajo clero como a la jerarquía romana... sedientos de riquezas terrenales y libidinosos, lo cual no se aparta de la realidad desde la Edad Media, durante el Renacimiento y que perdura, penosamente, en el siglo XXI. La reacción de la Iglesia llegó a su clímax con la llamada Cruzada Albigense, que entre 1209 y 1229 en nombre de Cristo arrasó con pueblos y su gente en la Francia austral.

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Para el luteranismo, la salvación del hombre está supeditada solo a la intervención de Dios, sin mediación de humano alguno. Rechaza de manera enfática toda y cualquier conexión con la fe y dogmas no contemplados en las Sagradas Escrituras. Este constituye, tal vez, el mayor cuestionamiento a la organización impuesta desde Roma. La capital de los católicos, mediante subterfugios interpretativos de su rol, pretendía consolidar su "poder terrenal" con propósitos ajenos a la religión.

Específico rechazo hace la Reforma del "Orden sacerdotal", siendo que todos los creyentes son sacerdotes por el bautismo, dice. Sin perjuicio de consideraciones escolásticas, elabora alrededor de la declinación moral observada en los monasterios y órdenes religiosas, que repercutió también, principalmente durante el Bajo Medioevo, en una crisis académica al punto que Lutero llama a evitar todo contacto científico con la teología católica.

Particular referencia urde en torno al celibato como manifestación "contranatura", no respetada por ningún estamento eclesiástico. Asimismo, Lutero recusa a la Virgen María y a los santos creados por el catolicismo como figuras de adoración. Respecto de los santos, mártires y otros intercesores entre Dios y los hombres, es categórico en exponer su inutilidad. La Iglesia luterana es "Cristocentrista". Esta aproximación "teo-doctrinaria" conforma un serio cuestionamiento a la artificiosa paráfrasis romana de la Biblia, en que sustenta ambiciones materiales alejadas del mensaje de Cristo.

La Reforma tiene por igual un influjo político. Las teorías luteranas aparecen en un momento crucial de la política europea. Carlos V (I de España), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, nieto de los Reyes Católicos y de Maximiliano I de Habsburgo, hijo de Juana la Loca y de Felipe el Hermoso, recibe un extenso legado. Cubría los estados de la Casa de Austria; los derechos sobre el ducado de Milán y el imperio alemán; los Países Bajos, el Franco Condado, Artois y los condados de Nevers y Rethel; Aragón, Navarra, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Rosellón; Castilla, las posesiones del norte de África y las Indias. Las diversidades inclusive raciales presentes en tan vasto imperio, que no decir culturales, demandaban de alguna argamasa para mantenerlo unido. La más próxima era la religión católica, al margen de lo fingida de esta.

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La consolidación de su poder fue tarea harto difícil ante la oposición de los príncipes alemanes y del rey Francisco I de Francia. El tema religioso fue bien aprovechado por los germanos, a quienes las tesis de Lutero les llegó en la mejor circunstancia que podía darse. El cuestionamiento luterano a la hegemonía católica permitió a los príncipes estatales defender su independencia del centralismo romano, lo cual impulsó la Reforma ya no teológica pero política. De hecho, la primera terminó por ser un comodín en el contexto de las "guerras de religión" que se dan en Europa en los siglos XVI y XVII.

Sin perjuicio de su relevancia teológica, el Concilio de Trento (1545-1563) fue en la práctica una reacción y respuesta regimental a la reforma protestante, y marca el inicio de la Contrarreforma católica, la cual en modo alguno pudo frenar la expansión del protestantismo. Como siempre en que prima la intransigencia, propiedad histórica de la Iglesia católica, el Concilio terminó ahondando las diferencias entre católicos y protestantes.

Más aún, con el devenir de los tiempos, el luteranismo pasó a ser tan solo una de las varias doctrinas protestantes, entre las cuales el calvinismo tiene singular preeminencia. No en su trama protestante pero sí política, tampoco podemos dejar de citar a la Reforma anglicana de Enrique VIII a raíz de su divorcio con Catalina de Aragón, tía de Carlos V. (O)