La política como dogma, como práctica y estilo de vida, ha invadido las sociedades. Se ha convertido en la preocupación principal de la gente y ha desplazado a la religión, la economía, la familia y la cultura. Es decir, se han politizado todos esos ámbitos y se han transformado en peligrosas dependencias del Estado. Eso explica el hecho de que, para cada actividad humana, se creen ministerios, intendencias, controles o agencias y se emitan cientos de reglas, muchas de ellas originadas en la burocracia menor.
¿Pero, es esa la función de la política? ¿Es normal este fenómeno?
I.- El carácter instrumental de la política.- La política es una herramienta que sirve para: (i) justificar y legitimar el hecho del poder; (ii) en la democracia, para darle sustento y práctica a la tesis de que el poder radica en cada ciudadano; (iii) determinar que el gobierno y la legislatura son encargos limitados transitorios cuyo ejercicio genera responsabilidades; y, (iv) establecer que su único objetivo es el servicio a la comunidad a fin de crear las condiciones (el bien común) para que la gente llegue a su plenitud personal.
Pero, la política -el poder- ha perdido su carácter instrumental y se ha convertido en fin absoluto que condiciona la vida social, penetra en la intimidad de familias y personas, suplanta las metas de la sociedad y las reemplaza por las que proponen los proyectos o ideologías de partidos, movimientos o caudillos. Entonces, la actividad humana se reduce a obediencia, se sacrifica la iniciativa y se condicionan los derechos. El pensamiento pierde autonomía y la cultura se reduce a una forma de modular las propuestas del poder, o de endiosarlo.
II.- El problema de las libertades y los derechos.- La expansión de la política a numerosos ámbitos de la vida humana, genera, inevitablemente, dependencia, alienta el intervencionismo y promueve las acciones discrecionales del Estado. Correlativamente, los espacios de libertad se achican, los derechos parecen nacer de las leyes y dejan de ser patrimonio moral de las personas. La política, casi siempre, es enemiga de la libertad.
III.- Del servicio público al permiso y la sanción.- La deformación de la política hace que las facultades de las autoridades, de su función original de herramienta al servicio de..., se convierta en permiso para? o en sanción por.... Esto provoca la expansión de la burocracia, la proliferación de toda clases de leyes, reglamentos, resoluciones, etc., que no solo regulan los derechos sino que los pervierten; esto es lo que alguien llamó la telaraña legal que atrapa a las personas y condiciona su conducta. Hay que considerar, además, que el poder ejerce el monopolio de la fuerza. Y es lógico que la amenaza de las penas en que se sustentan las acciones estatales enerven la iniciativa y menoscaben las libertades. La gente dedica, entonces, parte sustancial de su tiempo, a prevenir los riesgos que provienen de la legalidad represora, a defenderse, justificarse y establecer redes de contactos que, hipotéticamente al menos, contribuyan a proteger sus intereses y a minimizar las penalidades. La política expansiva alienta el arreglo y la corrupción. La sumisión es fruto frecuente de la politización.
IV.- La politización de las instituciones sociales.- No todas las instituciones son políticas, ni todas provienen de la Constitución o de la Ley. La economía, la religión, la familia, la educación, la cultura, el entretenimiento, son instituciones sociales que nacen espontáneamente de la sociedad, como un sistema de convivencia y de satisfacción de necesidades. El Estado, como entidad política, debe facilitar su operación, racionalizar su gestión, promover la equidad y la justicia en las relaciones entre los individuos. Sin embargo, la política, convertida en finalidad última, pone a las instituciones al servicio del poder, menoscaba la capacidad creativa de la sociedad, transforma los derechos en concesiones, y hace de la libertad una osadía que convoca a pocos.
V.- Democracia y electoralismo.- La democracia es el mejor sistema para expresar la naturaleza instrumental y subalterna de la política, siempre que se trate de la democracia liberal, y que se traduzca en el Estado de Derecho, esto es, aquel que somete el poder a la legalidad, limita la acción de los gobernantes, y establece como una finalidad esencial del Estado el respeto a los derechos individuales y a las libertades. Sin embargo, la democracia puede convertirse en electoralismo, esto es, en simple método para elegir a los actores del poder y para asignarles potestades y privilegios.
La democracia como procedimiento -como regla electoral- no puede negar ni suplantar a la democracia como ideal, cuya sustancia es la tolerancia y el servicio. La democracia como procedimiento no puede desmontar la democracia como forma de ser republicana. Penosamente, es lo que ocurre con frecuencia, y entonces, la sociedad en manos del poder absoluto, aparentemente legitimado por una mayoría coyuntural, afronta el riesgo de convertirse en el conejillo de indias de ideologías o propuestas, de doctrinas de grupos de iluminados; esto es lo que se conoce como la democracia ilimitada, que niega que el ideal de la verdadera democracia sea el autogobierno de la sociedad.
VI.- El fin de la política.- La política tiene como único fin crear las condiciones para que los miembros de la sociedad, por su propio esfuerzo y en ejercicio de sus derechos, alcancen la plenitud personal y familiar; para que ejerzan cada día la libertad de elegir; para que cuenten con las herramientas y las seguridades indispensables a fin de crear una empresa o escribir un libro; para debatir y expresarse; para ser laico o católico; para quedarse o migrar.
El único fin que justifica la existencia de la política y del Estado es crear el ambiente para que la gente pueda, bajo su responsabilidad, acertar o equivocarse, triunfar o fracasar. El poder, en esa perspectiva, no puede ser un sistema que apela a la obediencia sin crítica y sin límites, a la sumisión sin dignidad, al aplauso sin reservas. (O)
Somos reemplazables en lo que hacemos más no en lo que somos