Se dice que los ciudadanos ecuatorianos se dividen entres grupos: los que entienden la política, los que no entienden la política y los que no están interesados en la política. En el primer grupo están los historiadores, los académicos, los analistas. En el segundo grupo están los políticos porque no entienden la política como la entienden los académicos. En el último grupo, entre los que han perdido por completo el interés en la política, están la mayoría de los ciudadanos que no cree ni en los políticos ni en historiadores, académicos o analistas.
La política como la entienden los políticos.
Se puede elucubrar y debatir acerca de qué sea la política casi indefinidamente. Aristóteles concibió al hombre como animal político, Séneca le define como animal social y es Maquiavelo quien inaugura realmente la política al separarla de la filosofía y de la moral. Para Maquiavelo la política es llegar al poder, mantener el poder y acrecentar el poder.
El gobierno acaba de mostrar en qué consiste esa política autónoma; liberada de la religión, de la filosofía y de la moral. Ha llegado a un acuerdo con UNES, el partido del expresidente Rafael Correa a quien consideraba corrupto, mafioso y golpista, términos de carácter moral que no tienen importancia al momento de asegurar la gobernabilidad y la aprobación de una ley necesaria para la permanencia en el poder.
La regla del pato
Todavía hay muchos que creen que no hubo un acuerdo entre Correa y Lasso porque los partidarios de uno y otro no pueden asimilar la idea de que el enemigo, tan necesario en política, es ahora el amigo. Ambos bandos niegan el acuerdo y ensayan toda clase de maromas para despistar. El acuerdo solo se hará visible cuando el episodio de la votación en la Asamblea Nacional se haya olvidado.
Si los correístas permitieron, con su abstención, que pasara el proyecto de impuestos; si todos los demás partidos denuncian el acuerdo entre el gobierno y la primera mayoría; si ya habían aceptado ese acuerdo cuando les propuso Jaime Nebot; si no se puede creer que haya sido la ignorancia de un lado y la suerte del otro la que condujo a la promulgación por ministerio de la ley; si ninguno da explicaciones racionales, entonces solo hay que aplicar la regla del pato para descubrir la verdad. La regla del pato dice: si anda como pato, tiene plumas de pato y grazna como pato, lo más probable es que sea pato.
Se juntaron el hambre con las ganas de comer
El correísmo necesitaba un acuerdo para asegurar el silencio del más inocente de los presos. El gobierno necesitaba los votos para aprobar la reforma tributaria. Todos los partidos políticos proclaman amor desinteresado por el pueblo, pero planteaban exigencias al gobierno que resultaban más costosas y menos seguras; algún sabio en el gobierno habrá recordado el primer consejo del inventor de la política: La sabiduría consiste en saber distinguir la naturaleza del problema y en elegir el mal menor. Algún nervioso habrá señalado que estaban de por medio las maldiciones a los golpistas y las promesas de una política diferente, entonces el sabio del gobierno habrá recordado el segundo consejo de Maquiavelo: Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas. Algún otro moralista habrá planteado el peligro de que la muchedumbre pudiera decepcionarse y descubrir que todos los políticos son iguales, a lo que el sabio habrá respondido con el tercer consejo del autor de El Príncipe: El vulgo se deja seducir siempre por la apariencia y el éxito.
La política no es para ingenuos
Los que entienden la política creen que ella es el manejo de los asuntos públicos, con la participación de todos y en el marco de la ley y la ética. Los políticos nunca han entendido así la política. Los filósofos griegos proponían el gobierno de los mejores, la aristocracia. Los sociólogos proponían el gobierno del pueblo, la democracia. La política real no es ni con los mejores, peor con todos, ni siquiera con los afiliados.
Los líderes del correísmo y los funcionarios del gobierno encuentran difícil explicar a sus devotos el acuerdo para aprobar impuestos. Las cúpulas dijeron tantas veces que ese pacto era imposible, que los devotos terminaron por creerse y ahora se sienten engañados. Los militantes más entusiastas, los más sanos, los más inocentes, son los más resentidos, los más decepcionados. Creyeron que la política era lo que les decían, no lo que hacen. Creían en la transparencia y se topan con secretos inconfesables. La política se muerde la cola y se devora a sí misma. (O)