El amor siempre es una tragedia, porque no lo eliges. Como escribe mi amigo José Alberto Bruzzone, “el amor te encuentra”. Es un vínculo sentimental que nos da la posibilidad de construir con el otro. Una práctica que está en constante transformación. Por eso, aunque hay diversos tipos de amor, cuando se trata del amor tóxico y romántico la sociedad ha construido un amor idealizado. Es el amor romántico el que construye diversas fantasías que se repiten como aspiraciones que necesitamos conseguir. Nada más equivocado. La idea del príncipe (o la princesa) azul construye un mundo irreal que logra trastocar los sueños que se ven contrariados con la realidad. La frustración es evidente cuando encontramos un amor que no es del color que queríamos. Todo el tiempo buscamos colores y resulta que somos daltónicos en la gama del azul. A pesar de todo, lo creemos posible. Por eso no somos tan libres como imaginamos.
El amor nos atraviesa a casi (-conozco gente insensible-) todos por igual y se presenta de muy diversas maneras: a la pareja, a nosotros mismos, a los hijos, al lugar de trabajo, a las ideas, a la patria, al Deportivo Quito. Terminamos siendo una máquina irracional de amar. Cuando amamos de manera desmedida nos convertimos en una quinceañera que pega gritos al cantante de moda. No siempre pasa, porque no nos pasamos amando de manera exagerada por la vida, pero siempre lo andamos buscando. Amamos sin condiciones y con condiciones también cuando lo hacemos. No todas las personas o situaciones son merecedores de amor, salvo nosotros mismos, pero es un sentimiento universal que nos rodea a lo largo de nuestras vidas.
Estamos atravesados por este sentimiento que no tiene cláusulas y que nadie lo comprende a pesar de que lo hemos intentado explicar desde siempre. Está en nuestra naturaleza de seres humanos sensibles, efímeros e instintivos que buscamos amor todos los días. Se puede afirmar, sin temor a equivocarme, que el amor es una de las pocas que compartimos todavía con el primer primate que se paró en dos patas (por no decir que se pararon también otras cosas). Junto con comer y dormir, es lo que ha hecho el hombre siempre hasta nuestros días. El propósito no solo es la sexualidad, aunque existe un componente cuando se trata del amor de pareja.
El enamoramiento crea un estado anímico extraordinario. Cortázar dice que el amor se parece a un sueño que no se sabe si se busca, se encuentra, se pierde, se esfuma. Sin embargo, por más parecido a un sueño, este de verdad se siente y puede generar cotas de euforia o dolor intensos. Es real y las historias que se han creado alrededor del amor casi siempre tienen el componente de delirio.
El amor se imagina mágico y perfecto, pero sucede que la realidad es diferente a los sueños. Roto el hechizo, puede acontecer la decepción y es en ese momento que el príncipe (o la princesa) pierden su color. Quizás nunca lo tuvieron y solo nos lo imaginamos, por eso es importante poner los pies sobre la tierra, aunque nos encante la cursilería de las nubes, la luna, corazones y babosadas parecidas. Porque todo se acaba. El amor eterno dura tres años, luego se vuelve cotidianidad, solidaridad, cuidado mutuo, el placer compartido. Después del flechazo viene la realidad y hay que estar preparado también para eso. Porque pueden existir cualidades lindísimas en otra persona que no tienen nada que ver con el amor con anestesia. Se trata de compartir el dolor de vivir: consolarnos mutuamente de algo incurable e indescifrable como es la vida, con sus alegrías y problemas.
Muchas veces compartirlo con alguien es mágico. Pero no es sano construir y defender solo ideas. Si la vida te da limones, has limonada. Bueno, en este caso, pensemos en jugos de naranja y que la media naranja sirva para exprimir, no para generar una dependencia irreflexiva y completamente corrosiva. Alrededor de todo esto gira la idealización de las cosas y nadie es la mitad de nadie. Somos pedazos enteros, con todas su particularidades y defectos, que coinciden por la vida con otras naranjas enteras que se conocen y se juntan. No hay un amor mejor que el otro y el propósito del amor no es encontrar esa otra mitad. No es ese completarse. No deberíamos vivir con la presión social de pasar por la vida y no encontrar una otra mitad. En realidad, lo feo es pasar por la vida creyendo que puedes hacer del otro la otra mitad, anulando la diferencia.
El amor no es el 14 de febrero ni es el matrimonio. El amor es algo mucho más grande. El amor es algo anárquico, el amor es tan bueno que me resisto a creer que sea único o idealizado. Es un sinfín de colores donde el azul es solo una minúscula gama. Lo más bonito del amor es que el otro te desafíe. Nada de príncipes azucarados ni de mitades de naranjas. La metáfora del príncipe azul hay que enterrarla. Es la única manera para que nuestra vida sea, justamente, como la de los cuentos: felices para siempre. (O)