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El espacio público como ideología tiene mucho de bondad, de magia, de armonía, de colores, de belleza, de justicia, de verdadera identidad. Dejemos de atribuir una carga positiva a discursos vacíos de espacios abstractos que existen sólo como utopías en nuestros sueños. Los espacios de verdad, muchas veces son sitios inseguros, de violencia, de ilegitimidad y de atropello.

18 Noviembre de 2022 15.04

El ESPACIO PÚBLICO, sobre todo ahora, en la coyuntura electoral, se ha puesto de moda en los discursos políticos. Parecería que estas palabras tienen ciertos poderes mágicos y asumimos o atribuimos inmediatamente una especie de carga positiva a dicho concepto cuando lo escuchamos. 

Romantizamos al espacio público que conocemos como ideología. A ese lugar inclusivo, democrático y de libre expresión. Sin embargo, todas esas categorías abstractas no necesariamente se materializan en el ESPACIO público, un verdadero lugar que se puede vivir, un sitio físico, un recinto que recibe gente que lo hace propio. 

Cuando nos hablan de espacio público, nos vienen a la cabeza los parques, las lagunas de botes para pedalear con la familia, las canchas de volley y de fútbol, los miradores (de los pocos paisajes que nos quedan para mirar en esta ciudad de gigantescos mamotretos), los parques lineales, las pistas de bicicletas y de carreras, los picnics, las risas, los árboles, el olor de la tierra, el sonido de los gorriones, mirlos y colibríes que los habitan, el color verde-azul. Nos imaginamos a todos los grupos, actores y  colectivos ciudadanos manifestándose y siendo escuchados, a los activistas demandando justicia y consiguiéndola, a los grupos sociales suplicando igualdad y consiguiéndola, a los pobres hablando a quienes están en el poder y siendo respetados. 

¡¿Cómo no romantizar al espacio público?! ¿Cómo no enamorarnos de esa IDEA y de ese discurso?

Si revisamos históricamente al espacio público, era un lugar de ejercicio de poder, de vigilancia y de control, donde se dictaban las leyes y donde sólo quienes gozaban de libertad y quienes podían ejercer sus derechos a plenitud, tenían acceso. No era precisamente ese espacio que romantizamos hablando de lo diverso, lo heterogéneo, el diálogo y la comunión de lo diferente. 

El espacio público, con el que tantos políticos se inflan el pecho y que nos ofrecen en sus campañas políticas, muchas veces terminan siendo retazos y residuos de las líneas de tránsito y sus reformas geométricas. 

Los redondeles, los parterres, los triángulos de distribución de tráfico vehicular, son espacios públicos. Las calles, ahora vías de tránsito de carros en su mayoría, son los principales espacios públicos de la ciudad por defecto. Los pasos a desnivel y circunvalaciones son espacios públicos. Los tréboles y puentes son espacios públicos. Las plazas cívicas que cerraron y que convirtieron en plataformas de conciertos populistas en medio de la insatisfacción y manifestación ciudadana, son espacios públicos. Las gigantescas plataformas y monumentos/edificios abandonados en nombre de la unión de las naciones en la mitad del mundo son espacios públicos. 

Ahora, estos espacios públicos que soñamos, y que se materializan como ese oasis de verdor en las ciudades, es utilizado como herramienta para la especulación del valor del suelo: “Arreglo el parque y le subo el precio al valor de cada metro cuadrado de mi edificio”. Quienes están el poder tienen esto muy claro. 

El espacio público como ideología tiene mucho de bondad, de magia, de armonía, de colores, de belleza, de justicia, de verdadera identidad. Dejemos de atribuir una carga positiva a discursos vacíos de espacios abstractos que existen sólo como utopías en nuestros sueños. Los espacios de verdad, muchas veces son sitios inseguros, de violencia, de ilegitimidad y de atropello. 

Todo esto, no está escrito con la intención de volvernos pesimistas. Tampoco es para que nuestros políticos lo sepan (porque ellos lo saben). Es para que sepan QUE NOSOSTROS SABEMOS y que estamos vigilantes de que esa paradoja, en la que se ha convertido el espacio público, ya no nos la pueden vender más a cambio de votos. (O)

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