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Burnout
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Cada vez más personas se sienten atrapadas en una espiral de cansancio constante. Un agotamiento que, lejos de solucionarse con una buena noche de sueño, parece intensificarse día tras día. Según un estudio de la American Psychological Association (APA), alrededor del 43 % de los adultos reportan sentirse constantemente fatigados, a pesar de dormir entre siete y nueve horas, la cantidad recomendada para mantener una salud óptima. Pero, ¿qué está sucediendo en realidad? ¿Por qué, con todos los avances tecnológicos y el confort de la vida moderna, nos sentimos tan cansados? Para entenderlo, necesitamos retroceder unos cientos de miles de años en el tiempo, cuando el ser humano no era tan distinto biológicamente, pero vivía en un mundo totalmente diferente.

6 Octubre de 2024 12.27

Hace 300.000 años, nuestros antepasados vivían una vida simple en comparación con la nuestra, pero ya contaban con el mismo cerebro que tenemos hoy. Un órgano que, en términos de tamaño y estructura, era casi idéntico al nuestro. La corteza prefrontal (la parte encargada de la toma de decisiones) ya estaba presente, pero su uso era significativamente menor. Ellos no tenían que preocuparse por la sobrecarga cognitiva. Sus decisiones, aunque cruciales para su supervivencia, eran mucho más concretas y menos numerosas: ¿Cazar o recolectar? ¿Son seguros estos hongos? ¿Dónde está la mejor fuente de agua?

Estas decisiones, aunque importantes, no generaban la sobrecarga que enfrentamos en la actualidad. Según investigaciones del Brain Institute de París, la corteza prefrontal moderna procesa hasta 35.000 decisiones cada día, mientras que el humano de las cavernas tomaba, a lo mucho, una fracción de esa cantidad. Esta cifra sorprendente incluye desde decisiones triviales como qué comer para el desayuno, hasta elecciones más complejas y con alto impacto emocional o financiero.

Entonces, ¿qué ha cambiado en estos cientos de miles de años? La evolución del ser humano no ha tenido tiempo de adaptarse a los desafíos del mundo moderno. Estamos atrapados en lo que los científicos llaman un desajuste evolutivo: nuestros cerebros, que evolucionaron para lidiar con las demandas de la vida en la naturaleza, no están diseñados para soportar la complejidad de la vida actual, con su flujo interminable de información, decisiones y estímulos artificiales.

El agotamiento que sentimos no es simplemente mental o emocional, es físico. Cada decisión que tomamos genera una pequeña "descarga" de energía en nuestro cerebro. Para transmitir los impulsos eléctricos que permiten la toma de decisiones, el cerebro utiliza el neurotransmisor glutamato, esencial para la comunicación entre neuronas. Sin embargo, el exceso de actividad cerebral provoca una acumulación de glutamato, lo que empieza a 'obstruir' las conexiones neuronales.

Según estudios, a medida que el glutamato se acumula, el cerebro se ralentiza y nuestras decisiones se vuelven más difíciles de tomar, lo que contribuye a la sensación de fatiga, incluso si no hemos hecho ningún esfuerzo físico. La analogía más clara es imaginar una ciudad con calles perfectamente transitables. Cada decisión es como un coche circulando por esas calles. Cuantas más decisiones tomamos, más 'basura' se produce (glutamato) y si no hay suficiente tiempo para limpiar esa basura, eventualmente comienza a obstruir las vías. Esto explica por qué, a las 11:00 a.m., después de varias horas de actividad mental, muchos de nosotros ya sentimos que estamos 'quemados'.

Un hallazgo sorprendente de este estudio es que las personas que tienen trabajos con una alta carga de decisiones complejas (directores, gerentes, analistas) experimentan niveles de glutamato en la corteza prefrontal un 65 % más altos que quienes realizan trabajos manuales o físicos. Este tipo de acumulación impacta no solo en la calidad de las decisiones, sino también en la rapidez con la que nos sentimos agotados.

Si bien nuestros cerebros modernos ya están sobrecargados con glutamato, hay otro químico que juega un papel clave en nuestra fatiga diaria: la adenosina. Este compuesto se acumula en el cerebro a lo largo del día y es responsable de indicarnos cuándo es hora de descansar. Mientras más adenosina se acumula, más sentimos la necesidad de dormir. El problema es que en nuestra cultura de la hiperproductividad, encontramos una solución temporal y ampliamente aceptada para bloquear la adenosina: la cafeína.

El café que tomamos en grandes cantidades, cuyo consumo mundial asciende a unos 2.250 millones de tazas diarias, según la International Coffee Organization, actúa bloqueando temporalmente los receptores de adenosina. Esto nos da una falsa sensación de estar 'despiertos', aunque la fatiga sigue acumulándose en el fondo. Cuando la cafeína desaparece de nuestro sistema, todo el torrente de adenosina que habíamos suprimido se activa de golpe, lo que genera ese bajón de las 3:00 p.m. que tanto conocemos.

Este ciclo de dependencia de la cafeína y fatiga acumulada es una trampa moderna. Según la Asociación Nacional de Exportadores de Café (Anecafé), Ecuador no se queda atrás con aproximadamente 300.000 sacos de café consumidos al año, lo que equivale a un kilogramo por ecuatoriano. La investigación también sugiere que, aunque la cafeína puede mejorar temporalmente el rendimiento cognitivo, a largo plazo no impide la acumulación de fatiga, y puede afectar la calidad del sueño, lo que nos lleva al siguiente problema: la batalla nocturna.

Una de las razones por las que estamos tan cansados tiene que ver con el sueño, o más bien, la falta del mismo. Aunque se recomienda dormir entre 7 y 9 horas diarias, un informe de los Centers for Disease Control and Prevention (CDC) encontró que un tercio de los adultos no duerme lo suficiente. Sin embargo, no es solo la cantidad de sueño lo que importa, sino el momento en que lo hacemos. Aquí entra en juego el concepto de los cronotipos.

Los cronotipos son patrones biológicos que determinan nuestros ritmos circadianos. Básicamente, nuestro cuerpo está genéticamente programado para dormir en ciertos momentos del día. Un estudio del Sleep Research Centre en el Reino Unido identificó al menos dos cronotipos principales: los leones (que tienden a madrugar y acostarse temprano) y los búhos (que prefieren trasnochar), entre otros. El problema es que nuestra sociedad, estructurada en horarios de trabajo de 9 a.m. a 5 p.m., no acomoda estas diferencias. Esto provoca que aquellos cuyos cronotipos no se alinean con el estándar sientan fatiga constante por la falta de descanso adecuado.

La fatiga crónica y la sobrecarga mental que sentimos son, en gran parte, el resultado de este desajuste evolutivo entre nuestros cerebros antiguos y el mundo moderno. Entonces, ¿qué soluciones tenemos a mano?

Tomar menos decisiones. Organizar rutinas que minimicen las decisiones triviales puede reducir la carga cognitiva. Steve Jobs y Mark Zuckerberg, por ejemplo, son famosos por usar la misma ropa todos los días para evitar gastar energía mental en decisiones poco importantes. La planificación semanal de comidas es otra estrategia efectiva.

Promover las siestas. En el Mediterráneo, donde el sueño bifásico (siestas por la tarde) es común, las tasas de mortalidad por enfermedades cardíacas son un 37 % menores, según un estudio de la Harvard School of Public Health. La siesta no solo ayuda a despejar el glutamato acumulado, sino que también mejora el funcionamiento cerebral a largo plazo.

Ajustar el consumo de cafeína. En lugar de tomar café a primera hora de la mañana, los expertos recomiendan beberlo entre las 9:30 a.m. y las 11:30 a.m., cuando los niveles de cortisol (la hormona del estrés que nos mantiene alerta) empiezan a bajar naturalmente.

Dormir según tu cronotipo. Alinear el horario de sueño con tu cronotipo personal puede ser un cambio de vida. Realizar pruebas simples para identificar tu cronotipo y ajustar tu rutina en consecuencia puede mejorar notablemente la calidad del sueño y reducir la fatiga.

La fatiga que sentimos no es solo producto de nuestras acciones diarias, sino de un cerebro diseñado para un mundo que ya no existe. Tomar conciencia de este desajuste y adaptar nuestras rutinas puede ser la clave para sentirnos un poco menos cansados y más en control de nuestras vidas. Si bien no podemos regresar a la era de las cavernas, podemos aprender a vivir mejor con el cerebro que heredamos. (O)

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