Según la RAE, palabra es la unidad lingüística dotada generalmente de un significado. Por su parte, define a lo vacío como algo falto de contenido, que puede ser físico o mental; nos interesa lo segundo. En tales circunstancias, la palabra vacía representa - en el plano filosófico - la transmisión tanto oral como escrita de una idea que carece de esencia. Esta insuficiencia metafísica implica que el vocablo deja de tener valor como manifestación legítima de un propósito.
La palabra vana se identifica con dos clases de seres. Los primeros, aquellos que, como lo afirma Epicuro de Samos, tienen la manía de hablar siempre y sobre todo tipo de asuntos, lo cual es demostración de ignorancia. Los segundos son quienes poseen la obsesión de dotar a la locución de significados antojadizos alejados de su correspondencia con la naturaleza de los hechos que pretenden propagar. Pensándolo mejor, también existen entes de un tercer talle. Son los que hablan por hablar. Se trata de personas cuyas palabras contradicen abiertamente sus acciones.
Cuando los hombres en cita hacen aparición sociopolítica el daño que generan es inconmensurable. De hecho, estamos frente a actores de un proceso distorsionador del bien-hacer social que desemboca en el caos generalizado. Los retóricos inescrupulosos calan de manera perfecta en parcelas que - consciente o inconscientemente - se sienten a gusto al escuchar sandeces. Ello en tanto tales majaderías guardan buena relación con su pequeñez intelectual. Es el caso, por ejemplo, de los políticos de baja calaña que al saberse mediocres, o estar convencidos ingenuamente de lo contrario, apelan a la palabra vacía como estrategia de acción.
Platón critica a la retórica al catalogarla como simple ejercicio de persuasión. Aboga, en cambio, a favor de la dialéctica, a la cual le otorga la calidad de arte de la discusión. La retórica, para el griego, persigue influir en auditorios iletrados. Agrega que es un remedo del arte de dispensar justicia, en el ánimo de convencer a los legos de que saben más que los entendidos (Gorgias). La dialéctica platónica es el esfuerzo docto del hombre honesto, que siempre cuida de que la palabra guarde la necesaria consistencia analítica. El platonismo aboga por el cultivo de las ideas… no por la abundancia de palabras. Colmar el discurso de hablas nulas condena al hombre a sosería.
En política, la retórica es propia de los demagogos que se dejan confundir por sus pares, al tiempo que confunden al pueblo que dicen representar. Así se dan sumarios lao-críticos, de laos (pueblo), menospreciativos de las masas. El círculo vicioso se cierra en gentes incapaces de identificar la mala fe de sus congéneres. Los embaucadores políticos se sumergen en el abismo de su propio pudrimiento ético.
El mal empleo de la palabra, al tiempo de su inutilidad ontológica, es inmoral en su proyección pragmática. Lo es en especial cuando la elocuencia arbitraria está cargada de mentiras o medias verdades. El orador carente de decencia no repara en su enanez de decoro, como tampoco lo hace en su insignificancia humana. El enano en ilustración vegeta halagado por terceros de su misma índole, bajo el convencimiento de una cualidad inexistente.
Al proceder en los términos expuestos, el titular de palabras huecas pasa a ser una persona pueril, ente insustancial que busca rodearse de aduladores que ponderan su habilidad retórica. Lo hacen igual por ignorancia que por hacerse merecedores de favores vergonzosos al margen de su honor. Predicador y oyentes se funden en binomios circenses que se regocijan en su ordinariez.
La palabra mal usada exterioriza también un verdadero fraude sicosocial. Éste se expande en las comunidades de la mano de entes que, ante incompetencias de todo orden, acuden al timo como arma de su quehacer malicioso. El vacío de las voces, común en boca de los vulgares, personifica lo más menguado de la ética y la estética. Muestra al impresentable hablador en su penosa faceta de indignidad, y por tanto réprobo… execrable merecedor de descrédito. (O)