Todos hablamos de la ilusión de emprender y empezar un negocio y de sus complejidades; pero pocos analizamos la nostalgia de cerrar uno de ellos. Como todo fin viene cargado de muchas emociones y sobre todo muchas frustraciones.
Independientemente de las causas del cierre, son momentos de decisiones y emociones fuertes. Una de las más críticas es la de negociar con los empleados.
Ellos son quienes creyeron en la idea inicial o en sus directivos si es que llegaron cuando el negocio ya estaba en marcha.
Dependiendo de la antigüedad, muchos empleados vivieron ya algunas otras crisis y por ende con ellos uno busca tener la mejor salida posible. La idea de enfrentar el cierre ya es una carga bastante fuerte en especial en empresas donde el fundador sigue siendo el líder legal y emocional. Esa mochila emocional a veces dificulta la toma de decisiones y hace más pesado este camino. A nadie le gusta ver fracasar uno de sus sueños. Es un tema a más de financiero, de ego y de perspectiva.
De hecho, para tomar esta difícil decisión, el fundador y/o sus directivos ya intentaron al menos una vez rescatarla. En la mayoría de casos, este es el último paso luego de varios esfuerzos y momentos positivos para que la situación mejore.
Pese a ellos, no todas las partes interesadas tienen que entender o ser empáticos. Pero sería bueno que lo tengan en mente ya que no solo ellos se ven afectados emocional y financieramente tras el cierre.
El empresario arriesgó su patrimonio para crear su sueño que por un tiempo cumplió con las expectativas de sus partes interesadas. Estadísticamente el xx de los empresarios sienten más satisfacción por crear fuentes de trabajo que por solo aumentar su patrimonio financiero. Muchos emprendedores y luego empresarios quieren tener un impacto en la sociedad. La esencia del ser humano es dejar un legado y se busca la oportunidad de generar valor, de crear riqueza, pero no sólo para uno sino para todas sus partes interesadas. Tener un negocio es una puerta para ello. Un empleado con estabilidad financiera puede mejorar su calidad de vida y la de su familia. Ellos en menor escala generan empleo con sus compras y estilos de vida. Sentir ese dinamismo de la economía es un gran motivador para emprendedores y empresarios.
Quienes asumimos ese rol de liderazgo en nuestras etapas emprendedoras o empresarias es porque queremos que nuestros principios y valores se multipliquen en las familias de quienes influenciamos. Queremos que aquello que nos ha dado éxito y alegrías sea compartido para que más personas se puedan beneficiar. Que esa forma de ser de la cual nos sentimos orgullosos pueda ser replicada en la vida de nuestros colaboradores. Entonces el cierre de un negocio es un cierre también de esos intercambios y aprendizajes.
La agonía de rescatar un negocio nos pone en una situación más compleja. Antes de juzgar a la ligera a los directivos entendamos que son personas que arriesgan, se equivocan y que no siempre su intención es perjudicar. Quizás por salvar algo insalvable se toman malas decisiones, pero no con el fin de perjudicar a sus partes interesadas. Al contrario, es por precautelar sus intereses y obviamente por una parte de ego. Nadie sale airoso a decir que fracasó. Es un duelo interno que hay que vivirlo. Los directivos se deben perdonar primero a ellos mismos por sus malas decisiones.
La alta dirección no tiene el respaldo legal como otros grupos para recuperar su inversión. Su orden de prelación está al último. Pero ¿cómo sobrevivir y cumplir con las obligaciones si su principal fuente de ingresos y su patrimonio están comprometidos?
Los errores de los empresarios se pagan caro y parece que al sistema eso le alienta ya que la rigurosidad ante ellos es implacable. La responsabilidad no es compartida, pero el éxito sí. Pequeñas injusticias que el marco legal las respalda.
Si bien es su responsabilidad, pero ¿dónde queda la empatía? No buscan que les condonen sus obligaciones, pero solo un poco de tiempo para ir resolviéndolas. La presión es el peor componente para tomar decisiones.
Además, el rigor de las instituciones del Estado hacen el camino más complejo. Los retrasos en estas instituciones pueden condicionar el pago de los clientes incluso del sector privado. La poca liquidez que logra tener la empresa se debe destinar a las instituciones del Estado para no dar argumentos a los clientes que retrasen aún más los pagos. El interés del IESS puede llegar al 17.35% anual por refinanciar un convenio de pago cuándo era permitido.
Esa rigidez que no permite renegociar los convenios porque los contextos cambian para las empresas es un chaleco de fuerzas para todas aquellas que buscan salir adelante con la misma o con otra empresa relacionada.
Es vital cumplir con estas obligaciones, pero como en todo, los contextos cambian y los actores y sus propuestas también. Cualquier negocio debe estar al día con el Seguro Social, con el SRI, con la SUPERCIAS, con sus acreedores en general. El Estado debe velar por un buen trato a los empleados; sin embargo, hay que ir más a fondo de porqué en ciertos casos no se cumplen estas normas básicas.
Las áreas legales de las Instituciones del Estado deberían tener más criterio para identificar casos en los que se debe aplicar estrictamente la ley y otros donde los argumentos presentados pueden permitir un poco de flexibilidad.
Puede sonar utópico, pero es necesario de alguna manera la flexibilidad con criterio. Da miedo, sí claro, porque el criterio o el sentido común son muy escasos y es una puerta a que exista mayor corrupción.
Parecería lógico tener criterio, pero no lo es. Es de lo que más carecemos hoy en día los seres humanos. ¿Cómo lo recuperamos? Ahí debe estar nuestro enfoque mental todos los días.
El resto de partes interesadas esperan encontrar su beneficio, pero al rato de ser justos la legalidad prima. Una cosa es la legalidad y otra lo justo. Conozco muchos empresarios que por querer lo justo no aplican la legalidad y es una decisión admirable que pocos reconocen. Por poner un ejemplo, si la carga de trabajo se reduce previo al cierre, con la ley actual no se pueden reducir salarios ya que corresponde a un despido intempestivo. No obstante, ¿es moral cobrar un sueldo establecido cuando la carga de trabajo es menor? Este tipo de legalidades complican aún más el cierre del negocio ya que las cifras se vuelven impagables. Esas diferencias entre lo legal y lo moral también es otro argumento que debería ser tomado con criterio. De lo contrario el abrir o cerrar un negocio termina siendo una disputa de beneficios irreales bajo un contexto triste y oscuro. (O)