Afirmábamos la semana pasada que Sócrates concibe a su método – la mayéutica – en el ambiente de la Atenas post Guerra del Peloponeso. Lo hace a su regreso a la ciudad luego de servir como soldado en el conflicto bélico. La devastación moral de la población ateniense la enfrenta el filósofo llamando a los ciudadanos a emprender en un proceso de autoconocimiento. Para que se dé tal atrevimiento hacia el juicio de uno mismo, es indispensable contar con un alguien erudito que dirija el diálogo socrático. Cuando quien toma a cargo la orientación del debate no posee la suficiente solvencia intelectual y ética, jamás llevará a los interlocutores a conclusiones válidas.
Como sucede, en general, con los irreverentes, Sócrates despertó ira entre los vecinos atenienses. Se sentían ofendidos con las preguntas y planteamientos del filósofo. Ante la incapacidad de brindar respuestas lógicas a las interpelaciones socráticas, optaban por el enojo impertinente. La cólera es reacción de quienes han agotado sus argumentos sin lograr los propósitos perseguidos. El pensador-cuestionante afirmaba estar inspirado en un daímon – demonio – calificado de ser su divinidad instigadora, génesis tanto de su acción como de su inacción.
Con el pasar de los tiempos, la furia acusó al griego de corromper a la juventud por inducirla a nuevos dioses. Con tan absurda imputación se lo condena a beber cicuta. Accede no sin antes – irónicamente – platicar con sus discípulos sobre la inmortalidad. Se dice que Sócrates frente a su inminente deceso afirmó que la muerte le permitirá “conversar” con los dioses. No olvidemos que la ironía forma también parte del quehacer mayéutico. El siguiente link recoge un artículo nuestro en la materia: (https://www.elcomercio.com/opinion/ironia-diccionario-retorica-diego-almeida.html).
Tal vez la principal pregunta socrática es ¿quién soy? Merece una respuesta de orden intelectual en un contexto primordialmente ético: soy lo que quiero ser, que es el “conócete a ti mismo”. El hombre que se desconoce jamás trascenderá más allá de sí; y si por excepción lo hace se presentará como un ser ligero, frívolo y solo preocupado de comodidades. Por el contrario, el conocimiento de la propia esencia en términos humanísticos hace del hombre un ente virtuoso. Es aquí donde radica la “ética socrática”. Mediante el conocerse la persona define su virtud, la cual es nada más que tomar conciencia de que hemos nacido para hacer el bien, que en Sócrates “es la ciencia”. Platón asume a la ciencia socrática a título de ideas formativas de la verdad, entre las cuales la justicia juega un rol determinante. El ente que no da a cada quien lo que le corresponde nunca será uno que merezca respeto.
Hablar de “formas” en el ámbito platónico, originado en Sócrates, no es referirse a “grafías” pero al aferramiento a las ideas. A través de la mayéutica, es decir del diálogo trascendente, “penetramos en el pensamiento del hombre”. Al hacerlo conseguimos conocer a la persona tal cual es y no como pretende presentarse. En el campo social y político su importancia es fundamental, siendo que el sociópata y el politiquero transmiten mensajes distorsionantes de la verdad, a efectos de logros que no los obtendrían con esta. Con tal ocasión puede ejercitarse un método socrático inverso, consistente en plantear preguntas al dirigente del debate para desenmascararlo y frenar sus ínfulas y engreimientos.
El método socrático se da en fases secuenciales, resumidas por Platón. Inicia el diálogo con preguntas inteligentes y por ende no triviales, que al tiempo de despertar la atención del interlocutor lo lleva a razonar, y en función de ello a emprender en el proceso con suficiente cimiente lógica. La respuesta es luego refutada y así el maestro da paso a la necesaria discusión, que debería ser de carácter desafiante a fin de seguir retando al interlocutor. Hasta aquí nos encontramos en la etapa primaria del esfuerzo docto.
Viene, entonces, la etapa que más demanda del maestro. Le compete conducir al interlocutor a la confusión y duda respecto de sus pronunciamientos iniciales. Esta se conoce como aporía (RAE: enunciado que expresa una inviabilidad de orden racional), que a su vez desata un rastreo hacia inéditas y/o más generales aproximaciones a lo analizando. Culmina el sumario con la aprehensión de un conocimiento universal, del cual el discípulo carecía al estreno. La falta de tal percepción global o indefinición en modo alguno implica fallo del proceso, pues puede más bien habilitar el inicio de una nueva mayéutica.
Mucho mejor seríamos los hombres y las naciones que, al menos en algo, apliquemos el método socrático en nuestro quehacer. (O)