El vocablo proviene del griego “maieytikoe”, traducido “parir o parto”. La mayéutica tiene su origen en la desazón que vive Atenas luego de la Guerra del Peloponeso (431 – 404 a. de C.). Su desenlace con el triunfo de Esparta lleva a la juventud ateniense a cuestionar cómo pudo la fuerza triunfar sobre la razón. Aparece Sócrates… desarrollando un novedoso método de llevar al hombre a descubrir la verdad de todo lo que conforma su vida, las virtudes y las aspiraciones que hacen de ella algo para darle sentido. Recoge la palabra de su madre que era partera, queriendo significar el propósito de “alumbrar” ideas.
Recordemos que los aportes de Sócrates nos llegan con Platón, aunque también algo con Jenofonte y Aristófanes. De hecho, nuestro filósofo se negó a plasmar sus contribuciones en escrito, siendo que lo importante era “mirar en su interior” abstrayéndose de lo externo. Sostuvo ser indocto, salvo por su habilidad argumentativa, que le permitía cuestionar a sus interlocutores; diálogos que precisamente dan “nacimiento” a la mayéutica.
El método socrático – mayéutica o arte de la partera – consiste en plantear preguntas inductivas que arrastren al individuo a conocerse a sí mismo, y a la consiguiente solución sobre sus cuestionamientos. Mediante el diálogo en temas trascendentales como la virtud y la libertad, la persona puede arribar a conclusiones que harán de esta un ser completo en ética. Cuando el hombre encuentra la verdad en “su yo” se coloca por encima de lo intrascendente, y por ende más allá de las formas.
En el proceso es necesario contar con un guía que dirija el coloquio en términos adecuados. En el Teeteto de Platón, remitiéndose a Sócrates, se lee que quienes abandonan la mayéutica, “han alcanzado abortos múltiples con sus nefastas compañías”. El mensaje es claro: el diálogo – las preguntas y las respuestas – surtirá los efectos buscados siempre y cuando el sumario sea inteligente, y deje de lado posturas que deterioran a la integridad y a la clarividencia. Esas nefastas compañías socráticas a que Platón se refiere son los entes carentes de valores y principios, que al desdecir de sí mismos germinan seres de similares características.
Dialogar con mediocres, con dogmáticos, con místicos irracionales, con quienes creen tener conocimiento pero solo poseen nociones epidérmicas de los temas de que hacen gala, en definitiva, con ignorantes, no es mayéutica pero palabrería barata. Lo mismo aplica en la escucha a ellos… jamás callemos al oír pendejadas, refutémoslas. Alguna esperanza siempre queda de que los estúpidos algo aprendan del intelecto de otros. Callar ante sandeces no es respeto pero complicidad con necios.
El hombre actual descuida su naturaleza. Desatiende al prójimo. Subsiste en su mundo de egoísmo e insensibilidad. Esto nos conduce a J. P. Sartre. Para él, lo que somos depende de lo que “hemos querido ser”. Continua el filósofo exponiendo que ningún destino divino, circunstancia social, como tampoco predisposición particular alguna, cualifican al hombre. La cualificación del ser humano como “ente bueno” depende de su disposición, traducida en acciones, a desprenderse de las conveniencias para atender a la substancia.
En la sociedad posmoderna el diálogo ha desaparecido. Los hombres tendemos al monólogo. Esto, sin embargo, no es lo más grave; la gravedad mayor es la incapacidad en tomar conciencia de aquello que terceros demandan de nosotros. Demandas que pudiendo ser satisfechas las desatendemos por avaricia material y de corazón. El método socrático permite a la persona “examinarse a sí mismo” y por ende discernir para llegar a conclusiones inteligentes.
Si el hombre deja de cuestionar sus conocimientos, su esencia, su naturaleza y sus deberes… si opta por aislarse del entorno de que forma parte, será un ser fallido. Conocerse implica poner a trabajar a la sabiduría propia. De allí que quien carece de intelecto jamás trascenderá más allá del limitado ámbito de su privacidad mediocre. Por ende, durante el diálogo – y al escuchar lo que no le gusta – se siente debatido para mal, se cree juzgado que no llamado a razonar, se considera atacado y abandona el coloquio ofendido (manifestación de vulgaridad). Para Sócrates su método exige “epimeleia” y “epimelesthai”, que equivale a “poner atención”. Es una atención crítica para con uno mismo, lo cual habilita a entender a los demás.
Aferrémonos al diálogo, compartamos nuestras experiencias. Rodeémonos de quienes pueden aportar algo para bien. Rechacemos a los insulsos, apartemos de nuestro lado a los pueriles, a los frívolos y a los anodinos. El mundo requiere de debate… pero con seres inteligentes, no con advenedizos insípidos. (O)