La Locura... social
La sociedad actual, “materializada y materializante”, es una evidente manifestación de demencia social, en la cual el hombre pasa a ser un mero factor de conveniencia económica. Se desatiende la trascendencia humana de la persona, para preconizar en exclusiva su rol de agente corpóreo en un engranaje macroeconómico de orden desarrollista.

La columna está concebida con ocasión de la relectura de algunos pasajes de la emblemática obra -sátira literaria o filosófica- del gran pensador que fuera Erasmo de Rotterdam, El Elogio de la Locura. También de las ideas que ofrece M. Foucault en su Historia de la Locura en la Época Moderna. Intentaremos extrapolar la crítica de Erasmo a la sociedad renacentista, particularmente al papel que jugó la Iglesia Católica en la redefinición del hombre luego del oscurantismo medieval, para emparejarla con los fenómenos sociales actuales. En cuanto a Foucault, haremos abstracción de sus nociones psicopatológicas para centrarlas en un plano sociológico.

La locura cabe ser analizada -sociológicamente- bajo dos concepciones. Es tanto “delirio” cuanto “desorden social”. En Erasmo se identifican dos tipos de locura. La cínica, en que el hombre opta por un disfrute de riqueza, aplauso y ficción; y la sublime, en que elige el saber. La primera se relaciona con la “pasión” que despiertan el dinero y bienes materiales, que conducen a actuar contra la razón, lo cual genera “ansiedad”, reacción propia de la locura y causa de muchos males sociales. Erasmo “habla a través de la sandez” como tontería en términos generales, entendida también como insensatez... locura, que se asocia a una carencia de cordura. 

Alguien calificaba a sus congéneres de “entontecidos” por el dinero, siendo mejor referirlos como “enloquecidos” por él...  deporte del disparate. La sociedad actual, “materializada y materializante”, es una evidente manifestación de demencia social, en la cual el hombre pasa a ser un mero factor de conveniencia económica. Se desatiende la trascendencia humana de la persona, para preconizar en exclusiva su rol de agente corpóreo en un engranaje macroeconómico de orden desarrollista. 

Se genera entonces una corporación ajena al buen vivir, que más temprano que tarde explota en la cara de aquellos que por ignorancia e insensibilidad pasan a identificar las reacciones de los desposeídos en términos ideológicos, sin reparar en sus propias culpas, que las tienen al margen de autojustificaciones vergonzosas, que no también delirantes. En este sentido, los locos sociales subsisten imbuidos en alienaciones mentales propias de los desquiciados. 

El orate sublime, por el contrario, es aquel que rebasa el sentido común -aquello que el vulgo no lo hace- siendo que el hombre de pacotilla vive incurso en prejuicios de todo tipo (éticos, morales, religiosos, ideológicos, entre otros). De allí que, para el mediocre, la persona capaz de romper con paradigmas sociales es desequilibrado. Quienes critican a estos “insanos”, en palabras de Erasmo, dejan de ponderar que “pocos son los mortales que se dan cuenta de las ventajas que reporta el verse libres de escrúpulos y estar dispuestos a cualquier aventura”. 

La filosofía bien entendida cuestiona el pasaje bíblico en que Dios prohíbe al hombre comer del árbol de la sabiduría... como si el conocimiento fuese veneno para la felicidad. ¿Puede concebirse algo más chiflado? Por siglos, esta “faceta religiosa” ha implicado un ensimismamiento represor del conocimiento. Buena parte de Europa supo percatarse oportunamente de esta sinrazón, logrando adelantar sociedades ecuánimes, en las que el hombre es lo primordial. Por el contrario, Latinoamérica busca desde su independencia colonial un progreso económico periférico al ser humano, habiendo por cierto fracasado en el intento.

Refiriéndose al hombre del siglo XIX, plenamente válido para aquel del XXI, Foucault afirma que el ser humano no se caracteriza por cierta relación con la verdad, pues la guarda como si tuviese pertenencia de ella por derecho propio, ocultando la verdad. Se presenta pues una dialéctica en su lucha por la verdad, en la cual “la sinrazón permanece muda, y el olvido viene de los grandes desgarramientos silenciosos del hombre”. Así se entienden, en nuestro criterio, las ignominiosas inequidades de la sociedad calificada de posmoderna.

El problema se ahonda desde el momento en que las élites económicas se resisten a aceptar la realidad, se aferran a “sus cuatro”, y la sociedad entra en un círculo vicioso. Miran a la extrema derecha política como alternativa, dejando de considerar que la solución no está necesariamente en quien ostenta el poder, pero en la forma cómo éste enfrenta a las distorsiones sociales. Si optan por la extrema izquierda política, por igual yerran, siendo que ésta arribará al mando cargada de resentimientos comprensibles que obnubilan su entendimiento.

Es loco quien se desglosa de la realidad, no quien la denuncia. (O)