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Guerra entre Rusia y Ucrania
Columnistas
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Más allá de las justificaciones, excusas y victimizaciones que se esgrimen de un lado y otro cuando se desata una guerra, siempre detrás de estos conflictos hay oscuros y protervos intereses que se juegan sus líderes tras bastidores mientras siembran de cadáveres los campos de batalla.

2 Marzo de 2022 16.28

El conflicto bélico entre Rusia y Ucrania empieza a arrojar datos catastróficos en estos primeros siete días que se cuentan desde que las tropas de Putin invadieron a su vecino occidental. Se habla ya de más de dos mil civiles ucranianos muertos, además de ochocientos cuarenta mil desplazados de su territorio y de una cifra escalofriante de cuatro millones de personas que saldrán como refugiados a los países europeos durante las próximas semanas.

Por el lado militar, en el ejército ruso se estima que las bajas superarían las cuatro mil, aunque algunos datos dicen que solo sería cierto el diez por ciento de ese número. Del lado ucraniano se habla en cambio de cuatrocientos soldados eliminados. En todo caso, estas cifras posiblemente no se ajusten a la realidad de un conflicto sangriento en el que la milicia rusa no ha tenido empacho en atacar zonas urbanas, incluidos hospitales y colegios, y contar así entre sus víctimas a miles de ciudadanos civiles con ancianos y niños en su lista. En fin, una verdadera barbarie en apenas una semana de combates.

Más allá de las justificaciones, excusas y victimizaciones que se esgrimen de un lado y otro cuando se desata una guerra, siempre detrás de estos conflictos hay oscuros y protervos intereses que se juegan sus líderes tras bastidores mientras siembran de cadáveres los campos de batalla. 

Ya sabemos que los problemas políticos y económicos internos suelen ser uno de los motivos principales de gobernantes que inventan o fabrican conflictos para despertar ínfulas nacionalistas en su pueblo, justificar el uso ilimitado de recursos bélicos y colocar un velo temporal sobre la memoria de su gente, esos inocentes que seguirán padeciendo los mismos problemas o incluso peores, pero que recibirán en compensación el falaz aliciente del patriotismo por la supuesta defensa de intereses nacionales. 

Mucho de esto, sin duda, hubo en la decisión de Putin, un tirano de cuidado, cuando decidió invadir Ucrania, esa nación que se debate entre los ciudadanos que la sienten como propia y que confiaban y esperaban sumarse un día a la Unión Europea, y los pro rusos, especialmente los de la zona oriental que, al igual que su líder, aún sueñan en los viejos tiempos del imperio soviético. Y, a pesar de que los pro rusos alegan que este conflicto nace por la defensa de su territorio en una maniobra geopolítica, sabemos por palabras del propio Putin que su anhelo es reconstruir, al menos en parte, la extinta Unión Soviética y, de paso, hincar el diente a las reservas minerales de Ucrania aprovechando su estratégica ubicación geográfica.

Mientras continúa el brutal asedio sobre Kiev y somos testigos digitales de la destrucción de varias ciudades ucranianas, la ONU, este organismo obeso y burocrático, en una resolución tomada por abrumadora mayoría, pero en el fondo puramente lírica, acaba de condenar el ataque ruso a Ucrania. Y, por supuesto, los líderes de la izquierda radical, en especial los comunistas latinoamericanos, que siguen siendo rémoras de Rusia tal como lo fueron de la Unión Soviética en el pasado, apoyan la intervención militar y la justifican con un discurso tan retorcido y mentiroso como el que han sostenido durante décadas al interior de sus dominios para mantener a sus pueblos oprimidos, atemorizados y silenciados.

Y es que entre tiranos no se pisan las mangueras. Y todavía menos se las podrían pisar al déspota de Putin que no solo los mantiene a flote con dádivas, negocitos y migajas, sino que, en cualquier momento, cuando se salga de cauce la situación de miseria y postración que ha dejado la izquierda radical en Latinoamérica y otros enclaves del mundo, o cuando cometan un error y se los atrape y se los juzgue por los delitos de lesa humanidad que han venido cometiendo durante años, el desquiciado líder ruso se podría convertir en un aliado estratégico fundamental para salirse con la suya y eludir las penas contempladas en el derecho penal internacional.

Por ahora, las sanciones económicas han empezado a ahogar a los ciudadanos comunes de Rusia, que son evidentemente los que pagarán la cuenta final de esta estúpida guerra en dinero y muertes. Los multimillonarios rusos resentirán el acoso del mundo occidental, pero sabrán y podrán defenderse movilizando sus negocios a otras naciones más amables y menos riesgosas que la suya propia, para eso les sobran recursos e interesados en acogerlos y mimarlos.

La preocupación en el mundo, mientras el conflicto siga escalando, solo aumentará cada día. El rechazo y bloqueo que se ha desatado no solo en lo económico sino también en lo tecnológico y deportivo, bien puede constituirse en un arma de doble filo que termine con Putin arrinconado, señalado por su pueblo, posiblemente desesperado y ejerciendo de corifeo de todos los tiranos y mafiosos que alientan desde lejos, con banderitas rojas y los dedos cruzados en la espalda, el avance de su destructora flota imperial.  (O)

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