Ecuador, igual que todos los países de la región, vive bajo amenaza del retorno de la izquierda y sus penosas consecuencias para la economía. Ecuador tiene un gobierno de derecha y un parlamento de izquierda, la pugna está servida y estallará muy pronto. En lo económico son inevitables las discrepancias. La derecha pone énfasis en la iniciativa privada, la libertad de emprendimiento, la inversión, la innovación, la creación de riqueza que genera empleo y mejores condiciones de vida. La izquierda pone énfasis en la distribución de la riqueza mediante subsidios y bonos, pero no es amigable con la empresa privada ni con los capitales, por eso, a la larga, la izquierda provoca reducción de la riqueza y estanca o empeora las condiciones de vida de la sociedad. Sin embargo, la izquierda es considerada progresista y la derecha conservadora. ¿Qué significa, entonces, ser de izquierda?
Retrato del izquierdista
Dejando de lado los estereotipos, la experiencia y la observación muestran algunas características comunes del izquierdista; me refiero al izquierdista ilustrado que puede llegar a ser parte del gobierno, no a la masa de resentidos seguidores de eslóganes y mentiras. Según Miguel Ángel Quintana, director académico y profesor en el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política de Madrid, las personas que se consideran de izquierda “suelen ser menos felices o tienen menor sentido del humor; también su relación con el pasado es más traumática. Y, además, sufren dificultades para entender a las personas de derechas”. Parecen rasgos reconocibles a los que se puede añadir que el izquierdista se considera más culto y exhibe superioridad moral.
La mayor debilidad de la izquierda es el trauma con el pasado y con los resultados. En el pasado, el colapso económico del bloque soviético demostró que la utopía socialista de “a cada uno según sus necesidades y de cada uno según sus capacidades”, no tenía posibilidades en la realidad. ¿Cómo defender un sistema que llegó a tan rotundo fracaso? El trauma con los resultados sigue vigente porque los pocos países que mantienen los principios económicos de la izquierda latinoamericana están en situación de colapso por mucho que se intente disfrazar la realidad o culpar a factores exógenos el desastre económico. La academia y la izquierda política deben hacer proezas para defender a esos gobiernos.
Retrato económico de la izquierda
Los gobiernos de izquierda ya no llegan al poder por la vía de la revolución, ahora aparentan seguir las reglas democráticas, pero una vez en el poder van reduciendo las libertades individuales y reforzando los poderes del Estado. Desde el punto de vista económico, ahogan a la empresa privada con impuestos, aranceles y restricciones. Son generosos con el gasto público hasta que consumen los recursos y luego empieza el proceso degenerativo con exagerada deuda pública, déficit presupuestario, inflación, control de precios, devaluación. La maquinaria del Estado no es una maquinaria productiva, no es eficiente, no se interesa en la innovación y, por último, los gobiernos de izquierda han terminado envueltos en corrupción.
La lucha de clases y la identificación del trabajador con el proletario, que inspiró durante tanto tiempo a la izquierda revolucionaria y le permitió conquistar a la masa de resentidos, ya no tiene sentido. El sector de servicios pasó a ser mayoritario con el desarrollo del capitalismo y el trabajador dejó de ser ese proletario que “no tiene nada que perder excepto sus cadenas” como afirmaba la proclama marxista. El obrero tiene ahora derechos, salario mínimo, límite de horas de trabajo, vacaciones, retiro y muchos otros derechos. Sin embargo, la izquierda ha tenido la habilidad de encontrar otras fuentes de resentimiento abrazando las causas identitarias: mujeres, inmigrantes, gais, lesbianas, bisexuales, transexuales, etnias y nacionalismos. Con todas estas nuevas banderas que desdeña la derecha, la izquierda adquirió una gran ventaja y nueva fuente de votos, pero también de problemas porque esos grupos identitarios suelen ser excluyentes.
Los instrumentos de la izquierda
El instrumento político y económico más eficaz de la izquierda es una nueva Constitución, como lo hicieron Venezuela, Bolivia, Ecuador, Chile y anuncia ahora el nuevo presidente, Pedro Castillo, en Perú. Son Constituciones garantistas, llenas de ilusorios derechos y repletas de trabas para la empresa privada y la economía de mercado. El mejor instrumento de la derecha es la consulta popular para tumbar las trabas más peligrosas.
El gobierno liberal de Guillermo Lasso en Ecuador, si pretende sobrevivir, tendrá que derribar el muro constitucional que dejó Rafael Correa. Del otro lado del muro están la libertad, el desarrollo económico, el progreso de la sociedad. De este lado todos los prejuicios ideológicos que se manifiestan como prohibiciones. La Asamblea Nacional, con su mayoría de izquierda, será guardiana de los prejuicios y prohibiciones.
La soberanía, piedra de escándalo
El escándalo parlamentario por un acuerdo para proteger la inversión extranjera, firmado el mes de junio, es un buen ejemplo del choque de trenes entre Ejecutivo y Legislativo. La Corte Constitucional dictaminó que no era necesaria la aprobación de la Asamblea Nacional para firmar un acuerdo de adhesión al CIADI, pero la mayoría en la Asamblea condenó el acuerdo por violación del artículo 122 de la Constitución. El artículo del escándalo establece que no se podrá celebrar tratados o instrumentos internacionales en los que el Estado ecuatoriano ceda jurisdicción soberana a instancias de arbitraje internacional, en controversias contractuales o de índole comercial, entre el Estado y personas naturales o jurídicas privadas. Acudir a un tribunal internacional, para la izquierda es ceder soberanía, para la derecha es ejercer la soberanía.
Con este caso empezó la pugna de poderes en Ecuador. Si el gobierno desaprovecha la popularidad de la que goza en este momento y no derriba ese muro, repetirá una y otra vez estos pleitos desgastantes para aprobar reformas laborales, energéticas y tributarias que forman parte de su proyecto económico. (O)