La [in]sensibilidad social (II)
La [in]sensibilidad es producto de la manifiesta incapacidad del ser humano y del consorcio social para responder a las demandas contextuales del escenario. Así la sociedad refleja anomalías e incoherencias estructurales harto peligrosas para el buenvivir.

Los conceptos vertidos en nuestro artículo anterior en relación con el tema deben ser complementados. Elaboremos en, e integremos, la materia. Al ser la sociedad un conglomerado de personas, las características psicosociales y culturales de estas, a la vez influenciadas por factores históricos y experiencias, las recoge la colectividad en forma determinante. Por cierto, sin perder de vista a los fenómenos e incidentes de relevancia social. De hecho, las manifestaciones conductuales de un pueblo son la suma de los asomos individuales de sus miembros. Mientras los agentes y actores sociales exterioricen [in]sensibilidad en sus actuaciones, la sociedad en su conjunto será una de similar tipología anómala, al tiempo que ridícula.

La dicotomía filosófica cartesiana mente-cuerpo, que en definitiva puede implicar aislar la clarividencia del sentimiento, no es una aproximación legítima para la sociología. La sociopatía, en tanto que trastorno conducente a la violación de derechos de notabilidad social, entraña disociar los procederes de la sensibilidad. Ello significa despojar a la sociedad de su naturaleza concreta otorgándole una cualidad abstracta, que evidentemente no la tiene.

Habrán escuchado los lectores del “Síndrome de Tourette”. Es un trastorno neurológico caracterizado por el instinto de los individuos a repetir de manera involuntaria movimientos y/o palabras… lo que el vulgo denomina “tics”. Pues bien, tiene también una proyección sociopatológica. Es el caso de quienes, al resistirse a interpretar en nomotética los fenómenos sociales, por [in]sensibilidad reflexiva, caen en coprolalia (tendencia a proferir obscenidades), y en ecolalia (reproducción irrazonada de afirmaciones de otros). Lo sufren los seres ignorantes obsesionados por ideas fijas que les impiden recapacitar, y por ende se enganchan en conceptuaciones erradas. 

Así por ejemplo, las derechas políticas recargadas - siempre renuentes a asumir necesidades válidas ajenas a la suyas - repetirán de modo constante que la justicia social, la inclusión y la igualdad son propias del socialismo. Por tanto no las admiten aun cuando la lógica obliga a imponerlas. Las izquierdas extremas, en cambio, verán injusticia en todo cuanto deje de satisfacer nociones preconcebidas que la realidad las refuta. Ambas son “doctrinas” coprolálicas y ecolálicas indecentes por [in]sensibles. El mundo ve un renacer de estas predisposiciones… sin términos medios. El remedio para la sociopatología está en la debida e inteligente absorción de la información. 

El profesor argentino E. Di Paolo, investigador de la Ikerbasque (Fundación Vasca para la Ciencia), identifica tres maneras de ordenación de la data: metabólica, sensible e intelectiva. La primera, dice, está relacionada con mecanismos internos que generan una “reacción inconsciente” sobre el entorno. Afirma que la sensible, por medio de los sentidos, arma la información del medio. La última, expone, inspira al hombre - y a la sociedad, decimos nosotros - para el uso de la razón tendiente a conocer, discernir y actuar en consecuencia. Entonces, la [in]sensibilidad es producto de la manifiesta incapacidad del ser humano y del consorcio social para responder a las demandas contextuales del escenario. Así la sociedad refleja anomalías e incoherencias estructurales harto peligrosas para el buenvivir.

En la formación de la sensibilidad social, o si se quiere en la concreción de [in]sensibilidades, la percepción es concluyente, como también lo es la disposición de los actores para entender lo que se espera de ellos. Quienes no desean entender, jamás lo harán. Buscarán coartadas para desatender deshonestamente sus obligaciones. 

Es enfermo social - padece de psicopatía [in]sensible crónica - quien ve la miseria, pero no mira sus orígenes y consecuencias. Asimismo quien oye el clamor de asistencia, mas no escucha los sonidos que reclaman solidaridad. Igual quien goza de su prosperidad, valiéndole nada la penuria de los desafortunados. También quien saborea lo dulce de su bienestar, importándole poco lo salobre de la vida de las grandes masas desposeídas de todo. En definitiva, quien olfatea la podredumbre a su rededor, pero la obvia con perfumes de insolencia.

Ciertamente, la penetración en los acontecimientos de relevancia social no se da en exclusiva por los sentidos fisiológicos pero mediante la aplicación de ellos al “sentido común”. A este algún tratadista lo denomina “sentido extenso”, en términos de discernimiento “multisensual” benéfico. Es un desembarazo en virtud del cual solo seleccionamos lo que nos interesa, dejando de extender nuestra sensibilidad hacia imperativos sociales globales; estos son los únicos que garantizan paz y armonía comunitarias. (O)