El Concilio Vaticano I se instaura en la Basílica de San Pedro en diciembre de 1869, culmina en octubre de 1870. En realidad fue más bien una suspensión decretada por Pío IX ante la ocupación de Roma por las tropas de Víctor Manuel II, y consiguiente consolidación de la unidad de Italia. En la Bula Postquam Dei Munere lo prorroga indefinidamente, mas nunca volvió a celebrar sesión alguna. Casi cien años después, en 1962, Juan XXIII convoca al Concilio Vaticano II, que tras su muerte lo continúa Paulo VI, quien lo clausura en 1965.
Vaticano I fue el clímax a que llegó un hombre obsesionado por el poder, ególatra, manipulador y cruel, muy lejos de ser infalible en lo teológico y menos en su proyección terrenal. En clara manifestación de insensatez y carencia de ecuanimidad, Pío IX años atrás había proclamado como dogma la Concepción Inmaculada de María; pretendía ahora un pronunciamiento conciliar en torno a su maníaca certeza de perfección. Estaba convencido que su palabra era la de Dios; y que por ende cualquier argumento discorde, sacrilegio en tanto cuestionamiento de su divinidad.
Como no podía ser de otra manera, la actitud papal levantó serias reacciones contrarias. Ello fue evidente durante las sesiones del Concilio, en el cual las facciones a favor y en contra de la pretensión de Pío IX se tornaron abiertamente antagónicas. Emblemático fue el caso del cardenal F. Guidi, de quien se dice era hijo de Pío IX. Ante su propuesta de una postura conciliatoria basada en la Tradición, el papa lo humilló sosteniendo “La Tradición soy yo”. El misticismo exacerbado del personaje era tal, al margen de la manipulación ejercitada, que aseveraba haber tenido “visiones y apariciones” de niños y religiosos en apoyo de su infalibilidad.
En este contexto no podemos dejar de citar a Don Bosco. Durante Vaticano I atestiguó haber tenido una visión anunciadora de la infalibilidad papal. De esto se valió Pío IX para afirmar la gracia, según dijo, incluso en contra del Concilio en curso. Se conoce a Pío IX como el “papa de Don Bosco”. En el siglo XX se proclamará santo a Don Bosco.
Llegó el Sumo Pontífice a dictar “instrucciones” respecto de la marcha, deliberaciones y toma de decisiones por parte del Concilio. Todas encaminadas a poner coto a oposiciones que podían arriesgar la aprobación de sus exigencias inquisitoriales. Usó a L´Osservatore Romano, periódico fundado por un ahijado suyo pocos años antes, como órgano de difusión de estas. Jamás permitió libertad alguna de prensa, sugestionado como estaba de que era “el camino, la verdad y la vida”.
Fuera del recinto conciliar, tanto en Roma como en Italia y en toda Europa, las resistencias a las ínfulas papales fueron masivas, principalmente en los ámbitos intelectuales. Entre el pueblo los ánimos en contra fueron menos dramáticos. Al igual que las actuales, las masas de aquel entonces aceptan sin criterio lo que la Iglesia les ordena admitir… por ignorancia y por temor a ser condenadas al infierno. No se limitaron a consideraciones teológicas, pero las ampliaron a políticas. Con razón decían que tras el engreimiento de Pío IX estaba su frustración por haber perdido su condición de “Papa-Rey” con la unificación de Italia. No perdamos de vista que G. M. Mastai-Ferreti pertenecía a la pequeña nobleza italiana, lo cual generaba en él cierto complejo de inferioridad.
Teólogos de la talla de F. Dupanloup, obispo de Orleans, y de A. Theiner, prefecto de los Archivos Vaticanos por nombramiento del propio Pío IX, son solo dos de los acérrimos litigantes frente al dogma de la infalibilidad del papa. Su antagonismo con el “papa infalible” los llevó a calificar a Pío IX de ignorante en ciencias eclesiásticas.
Tan falible fue Pío IX que su rigidez teológica – asumiendo que sus conocimientos fueron profundos en la materia, lo cual como queda señalado fue puesto en duda por teólogos de la época y posteriores – debilitó a la Iglesia. Generó en todo el mundo católico conductas que languidecieron el respeto al Vaticano, a sus jerarcas y a sus pastores en general. En tiempos recientes el mayor crítico al dogma de la infalibilidad papal es Hans Küng, según fue referido en nuestro artículo anterior. El sacerdote suizo se pronuncia enfáticamente opuesto a la validez teológica del dogma, con base en fundamentos históricos y realidades evidentes que contradicen la pretensión vaticana.
Las orientaciones de la Iglesia, dictadas por los papas a lo largo de la historia del cristianismo, al margen de cualquier miramiento contemplativo, son suficientes para rechazar la sola idea de un humano infalible. Consideramos que no es herejía cuestionar el dogma… sí es apostasía otorgar a un hombre el privilegio de autocalificarse de infalible. (O)