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Caballo
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Ellos estuvieron junto a nosotros,  leales, incansables, renunciando a su libertad, a las galopadas en sus llanuras, al relincho bajo en su manada, a la paz de sus pampas. Junto a nosotros, estuvieron soportado el peso de sillas, de armaduras y fusiles.

23 Septiembre de 2022 15.35

El caballo estuvo en los descubrimientos. Estuvo en la conquista y en la colonia, en las guerras de independencia y en las asonadas de la República. En la guerra y en la paz; en la agricultura y  el comercio; en el transporte y  los deportes; en las hazañas,  en la expansión de las fronteras y en el nacimiento de los países; en los triunfos y las derrotas de las tribus nativas, en la modificación de sus comportamientos y en la inauguración de otras costumbres; en el mestizaje y en la expansión de la ganadería; en la conformación de las haciendas y  las vaquerías. Estuvo en la fundación de las ciudades y en el bautismo de los cerros y los ríos y en las sorpresas de los nuevos horizontes.

Junto al hombre, infaltable compañero, allí estuvo el caballo. A veces víctima, a veces orgullo y monumento, a veces acémila de carga y otras veces cabalgadura de caudillos, soñadores,  déspotas o héroes. Siempre el caballo. Con Alejandro Magno, Bucéfalo; con Julio César, Genitor; con el Cid Campeador, Babieca; con Cortés, el Arriero; con Hernando de Soto, el Aceituno; con Pizarro, el Zainillo; con el Quijote, Rocinante; con Bolívar, Palomo; con Napoleón, Marengo; con San Martín, el Tordo. 

En la derrota y en la muerte del general Custer, en Little Bighorn, Comanche; en las galopadas de la revolución mexicana, Siete Leguas; con Facundo Quiroga, el Moro; con los comanches y Caballo Loco, los mustangs, esos animales que corrían como el viento. Con los araucanos, los baguales.

Y estuvieron los anónimos caballos sin nombre, los de las grandes rutas, los que cruzaron el continente como Gato y Mancha; los mustangs, los baguales, los parameros, los llaneros de Páez y de Juan José Rondón. El de taita Boves, que provocó su muerte, estacado en la batalla de Urica, en los días sangrientos de la Venezuela que luchaba por la libertad. Estuvieron los que cruzaron y murieron bajo el signo de Bolívar en el páramo de Pisba, y los nueve mil quinientos que treparon por la ruta de San Martín rumbo a la liberación de Chile; los que se desbarrancaron en los senderos abismales entre el Mercedario y el Aconcagua. Los que sufrieron la derrota de Cancha Redonda; los que triunfaron en Chacabuco; los que hicieron memoria en Las Queseras del Medio, en el Pantano de Vargas, en Pichincha, en Tapi, en Tarqui y Ayacucho.

Y estuvieron con el hombre las mulas que llevaron las armas y la cultura; las que cargaron la plata en los socavones del cerro del Potosí; las que llegaban por miles desde la pampa húmeda al Valle de Lerma, rumbo al Alto Perú; las que transitaron por los caminos de Loja y Chimborazo, por los senderos de Popayán y los desiertos peruanos. Estuvo la mula que montó Bolívar y las que cabalgaron patriotas y realistas.

Todos ellos estuvieron junto a nosotros,  leales, incansables, renunciando a su libertad, a las galopadas en sus llanuras, al relincho bajo en su manada, a la paz de sus pampas. Junto a nosotros, estuvieron soportado el peso de sillas, de  armaduras y fusiles. En las alforjas de los postillones y chasques, llevaron las ambiciones y las glorias, las noticias, el oro, las ideas, las fatigas y las alegrías. Estuvieron  en tantas batallas ajenas, en fundaciones que no eran suyas, listos para el freno y la montura,  para la espuela, la ofensiva o la huida; atentos en los campamentos, en las praderas y en los establos. Fieles siempre.

¿Quién estuvo tanto tiempo con el hombre? (O)

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