Los periodistas que pasamos de cierta edad podemos dar fe de la revolución que ha experimentado nuestro oficio desde cuando escribíamos a máquina las crónicas y empleábamos con profusión la goma y las tijeras. Un detalle: no las escribíamos en hojas de papel sino en rollos, que se rasgaban al fin de cada nota. Nos las corregían con grueso lápiz rojo y se enmendaban pegando el párrafo mejorado encima del tachado o se cortaba y empataba el papel, cuando, de un tachón, el que ahora llamamos editor y entonces jefe de sección, suprimía párrafos enteros. El texto aprobado iba luego a la composición tipográfica de “metal caliente”. El linotipista lo transcribía en una máquina de 90 teclas de la que salía cada línea de la columna fundida en un solo lingote de plomo, que caían uno tras otro en una bandeja. Las galeradas resultantes pasaban al cajista para que armase la página.
Hoy el periodista incluso sin necesidad de ir a la sede de su periódico, puede escribir su nota en un dispositivo electrónico, computadora portátil, tableta o celular, y mandarlo a la redacción. Mucho más: puede incluir comandos de diseño para la publicación electrónica en una página web o para que lo reciba el editor. Y no solo eso: también, porque hoy su trabajo es multimedia, puede (o debe) enviar audios y videos editados.
Esto de la tecnología de la producción de la nota noticiosa es uno de los cambios que, a partir de los años ochenta, empezaron a cundir en la prensa del Ecuador. Otro fue el de la composición electrónica. Otro fue el de la impresión, cuando entró el offset. Pero no solo cambió la tecnología sino la forma de concebir, producir y consumir las noticias. Es decir, los medios han pasado por profundas transformaciones con el advenimiento de lo digital pero sus lectores, radioescuchas y televidentes han cambiado mucho más. La Tercera Revolución Industrial, la globalización, la instantaneidad, han llevado a que hoy vivamos una sociedad de redes y a que los medios tengan que adaptarse al nuevo hábitat o sucumbir.
Desde hace una década, un grupo de historiadores y periodistas (y, algunos de nosotros, periodistas e historiadores a la vez) habíamos tenido el sueño de producir una Historia Social de la Comunicación del Ecuador. Pues bien, el esfuerzo se concretó hace un par de años y este mes salió ya impreso el primer tomo, de respetables 465 páginas. En los meses inmediatos aparecerán los restantes tres, para conformar una obra de cuatro volúmenes. Tres de ellos son cronológicos: el primero abarca de 10.000 a.C. a 1895, es decir desde lo aborigen y colonial hasta el surgimiento del liberalismo; el segundo de 1895 a 1960, o sea desde el auge del diarismo hasta la crisis del banano y el inicio de la modernización; el tercero de 1960 a 2020, esto es la época contemporánea. El cuarto volumen, en cambio, reúne ensayos de temas transversales a toda la historia de la comunicación social.
Nada habría sido posible sin el empuje organizativo e intelectual de Enrique Ayala Mora, quien además es editor del primer volumen. Del segundo el editor es el historiador Carlos Landázuri. Del tercero es quien suscribe esta columna. Y del cuarto, la periodista y académica Saudia Levoyer. Pero se trata de una obra colectiva: más de 25 autores han contribuido con sus ensayos para conformarla, siguiendo la ruta de esfuerzos intelectuales con la misma metodología como la “Nueva Historia del Ecuador” o la “Historia de las Literaturas del Ecuador”.
Dos instituciones se hallan detrás de este notable esfuerzo: la Universidad Andina Simón Bolívar y la Corporación Editora Nacional, que han visto la necesidad de recoger la trayectoria de los medios de comunicación, su origen, su transformación, su influencia social y política. Los medios han sido testigos, cronistas, notarios, reflejo de la vida ecuatoriana, de su política, de su ocio, de su deporte, de sus glorias y tragedias y, en tanto tales, han sido también actores del devenir de nuestro pueblo. Esa es la historia que está recogida en cuatro tomos que han empezado a aparecer ya y que, sin duda, serán un referente para que hoy y en el futuro se conozca mejor el pasado de la actividad más humana de todas: la de comunicarnos. (O)