Este sinsentido que es la guerra (cualquier guerra y en cualquier tiempo) encuentra tierra fecunda en distintos terrenos que han sido abonados desde el principio de los tiempos por los seres humanos y las profundas diferencias que nos distinguen: ideologías, creencias, religiones, territorios, propiedades, dominación, exterminio, negocios, poder…
Las últimas guerras que mantienen a la humanidad al borde de un conflicto mundial de consecuencias catastróficas (Rusia-Ucrania e Israel-Palestina), han descubierto con mayor claridad una polarización de opiniones marcadas por una o varias de las diferencias enunciadas, pero dirigidas u orientadas siempre por un actor común que resulta perversamente influyente: el juego político.
Basta ver las notas de prensa o publicaciones o reportajes o simples opiniones de cualquier persona que se refiera a estos conflictos (en la mayoría de casos sin conocimiento de causa ni lecturas previas ni referencia histórica alguna) para comprender si esa persona o ese medio se consideran de izquierda o derecha, si son moderados o radicales, si sus contenidos tienen cierta objetividad o un afán de informar sin sesgos o si son parte de ese juego político que domina, dirige y gobierna el orden mundial.
Quienes se mantienen más o menos informados a través de los medios de comunicación y de las redes sociales (estas últimas con las prevenciones de las noticias falsas, estafas y, como decía Umberto Eco, de legiones de idiotas que hoy tienen voz en el inconmensurable universo que abrió la tecnología), habrán visto de qué tendencia ideológica son aquellos que se muestran a favor de la invasión rusa en Ucrania sin importarles un carajo miles de muertes de civiles, incluidos niños, mujeres y ancianos, en masacres indiscriminadas que han ejecutado las tropas de Putin en los territorios ucranianos, ni tampoco les interesa ni se pronuncian sobre las migraciones de ucranianos que debieron abandonar sus hogares y expandirse por toda Europa y Norteamérica ante la crueldad de una guerra que los despojó de todo.
Y, por el contrario, las contraofensivas de Zelensky, que cuenta con un avasallante apoyo de armas occidentales, cuando han afectado a poblaciones civiles del lado ruso, son silenciadas o incluso justificadas por toda la prensa y las personas que se identifican con la derecha o que se autoproclaman como anticomunistas y son capaces de justificar todo tipo de atrocidades por causa de esa guerra contra un enemigo común.
En el conflicto Israelí-Palestino, que en realidad hoy se ha convertido en un conflicto entre Israel y Hamas, la virulencia de unos y otros es más marcada aún. En los medios de comunicación de izquierda se habla poco o nada -cuando no se borra de plano como se intentan borrar los carteles con rostros de los secuestrados o asesinados- cualquier referencia a la brutal masacre del 7 de octubre de 2023 que ejecutó el grupo terrorista en la frontera sur entre Israel y Gaza en contra de centenares de personas que asistían a un concierto por la paz. Sin embargo, los ataques de Israel en Gaza, que también han cobrado demasiadas vidas inocentes de una población civil que se encuentra indefensa en plena línea de fuego y que ha sido usada como escudo frente al enemigo histórico por los extremistas islámicos de Hamas, son condenados y calificados públicamente por toda la izquierda que se apropia en este caso (no en el de las víctimas judías) del discurso humanitario, y que llega incluso a defender a Hamas definiéndolo y casi vanagloriándolo como una facción de rebeldes y no como lo que son en realidad: un grupo terrorista, extremista y criminal del nivel de Isis o Al-Qaeda.
El perverso juego político de las ideologías y del poder, de los intereses económicos de las grandes potencias y de los fabricantes de armas que están detrás de esas potencias son quienes que manejan los hilos de esa guerra mediática en la que solo somos capaces de ver errores, crímenes y abusos en un lado y no en el otro, y que nos impide ver con claridad las intenciones de Hamas de boicotear un acuerdo de paz que empezaba a definirse en el horizonte posiblemente con Arabia Saudita y quizás un día con el propio pueblo palestino; y es ese mismo juego perverso el que nos impide comprender y aceptar que el dolor de unos y otros, sin distinción de razas ni creencias ni límites territoriales y sin apoyar a ninguno de los bandos que solo preconizan y promueven la violencia, es lo que debería impulsar a los verdaderos procesos de paz. (O)