La fiesta en un Quito desabrido, incoloro y excluyente
Chesterton no se equivocó al decir que, las tradiciones se respetan porque forman parte de la cultura de un pueblo y ésta se la transmite por el espíritu del fuego y jamás por la adoración de sus cenizas.

La otrora ciudad de marcada y atractiva identidad que, en diciembre, se vestía de gala y presumía de ser la capital hispanoamericana de la tradición y la cultura, ya no existe, todo por obra y gracia de una absurda consulta popular que, en el año 2011, fue manipulada políticamente por quienes a la postre y pasado el tiempo, las investigaciones, procesos judiciales y las aguas, resultaron protagonistas de los casos de corrupción más escandalosos de la historia de la república. 

Los ilusos e inocentes animalistas de ese tiempo, secundaron a los asalariados del tirano, sin darse cuenta que al socavar la libertad de quienes gustaban de la fiesta taurina, estaban alcahueteando la metida de mano al sistema de justicia ecuatoriana y contribuyendo con el desastre que representó para la nación, el gobierno ideologizado del socialismo del siglo XXI. 

Es vox populi que, desde hace más de una década, las fiestas de Quito no son lo que eran, el jolgorio popular y la alegría de los quiteños, confluía con el entusiasmo y amistad de los foráneos nacionales y extranjeros que visitaban la capital. La economía se dinamizaba positivamente, al punto que la fiesta cubría los gastos de la ciudad y la gente en los diciembres desde las primeras décadas del siglo pasado. 

Desde el gran hotel de lujo hasta las pequeñas residenciales y hostales, pasando por los miles de familias que trabajaban, en todas las actividades relacionadas, tales como, ganadería y labores del campo, transporte, restaurantes y puestos de comida típica, publicidad, eventos artísticos paralelos, taxis, sombreros y empanadas, todos absolutamente todos se quedaron sin los importantes ingresos que surgían de la temporada, dejando a centenares de familias afectadas.

Ojo, hay que decirlo fuerte y claro, la Feria Taurina de Quito, no tenía banderas políticas, ciertamente era una feria de oportunidades para todos, también era del pueblo y para el pueblo, lo cual nunca entendieron los resentidos sociales e indocumentados. 

Hoy los quiteños de nacimiento y corazón, deben salir de Quito, para festejar a Quito, triste y real panorama de los últimos tiempos. Ya no suenan clarines y timbales, tampoco los pasacalles y sanjuanitos que se entremezclaban con el flamenco y los pasodobles españoles, en una suerte de simbiosis atávica, que nos recordaba quienes somos y de dónde venimos. Tanto los ponchos y sombreros de paja toquilla en la calle, como los capotes y monteras en la plaza, cual cinceles o pinceles diseñaban una policromía única en la mágica ciudad de la mitad del mundo.

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Pudo más el prejuicio y el absurdo, que la realidad de un pueblo que disfrutaba la tradición y cultura, esencia del mestizaje, que aprovechaba los festejos para trabajar dignamente, sin imposiciones, en libertad, lejos de la novelería que ahora pretende humanizar a los animales e igualarlos con los seres humanos en la escala de los seres vivos. Adoptar perros y abandonar viejos, parecería la consigna de la nueva tendencia, sin darse cuenta que esa es la muestra más palpable del fracaso de la civilización. 

No se trata de toros si o toros no, se trata de un valor superior por el cual vale la pena vivir y morir que es la libertad, se trata de respetar el derecho de las minorías, que dicho sea de paso, en aquella época representaba el 47% de la población. Se trata del derecho de los padres a criar a sus hijos como a bien tuvieren, siempre y cuando se haga dentro de los términos normales y legales.

Se han esgrimido muchos argumentos a favor y en contra y es precisamente esa polémica, la fuerza de una fiesta que está más viva que nunca. Quien crea y diga lo contrario, vaya a Latacunga y constate por sus propios medios, los llenazos de su bonita plaza de toros San Isidro Labrador, compruebe con sus propios ojos, la positiva dinámica económica y cultural que vive la capital de Cotopaxi, que resulta ser la capital taurina del mundo por tres días. 

Lo de Quito en diciembre, no tiene nombre, a pesar de los camuflajes que el municipio organiza, tarde, mal o nunca. Hay entre los llamados progress, aquellos que se creen predestinados a cambiarlo todo, a troche y moche, atropellando abusivamente a lo que se cruce en el camino, todo por conseguir el objetivo trazado por esa especie de guerrilleros de cafetín, nostálgicos dinosaurios, atolondrados seguidores de las supuestas "nuevas tendencias". 

Chesterton no se equivocó al decir que, las tradiciones se respetan porque forman parte de la cultura de un pueblo y ésta se la transmite por el espíritu del fuego y jamás por la adoración de sus cenizas. 

Creyeron que la revolución cultural llegaba y lo que en realidad aconteció es que se abrió la puerta de la apatía, en medio de otros espectáculos secundarios que si bien tenían valía, no pasaban de ser menores o rellenos, comparados con los festejos taurinos que configuraron, en su momento, la mejor feria de América.

En noviembre, otro año más, celebrando la fiesta quiteña de diciembre a kilómetros de la Monumental de Iñaquito, cantando a voz en cuello y con el corazón rasgado y al mismo tiempo henchido de emoción:

"...Oh ciudad española en el Ande, oh ciudad que el incario soñó, porque te hizo Atahualpa eres grande, y también porque España te amó..."