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Felicidad
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Dejemos de dedicarnos a lo fútil, a lo nimio en intelecto. Vamos a por, primero, comprender el alcance de lo que deseamos transmitir. Entendamos las palabras en su real dimensión. No desperdiciemos bríos en recados que nada dicen, salvo por medianía en erudición.

2 Agosto de 2023 12.12

En algún artículo que preparáramos para un medio local referíamos a las bendiciones que circulan masivamente en redes sociales, ofrecidas por seres desconocedores de lo que representan en su ascendente filosófico… y confundidos en el alcance religioso de tales gracias. Lo mismo sucede con los augurios de “felicidad”, agravado por el hecho de que también exteriorizan palmaria cursilería (https://www.elcomercio.com/opinion/columnista-elcomercio-cursileria-sociedad.html ). Nos preguntamos si los diseñadores de esos memes y “stickers”, y en especial quienes acuden a ellos sin creatividad ni esfuerzo alguno que no sea el tiempo invertido en su búsqueda “on-line”, se habrán cuestionado qué es eso que llaman felicidad.

Felicidad es la armonía que tiene el hombre cuando logra el necesario equilibrio entre el logos como concepto del conocimiento, la razón como directriz del entendimiento, y la acción en tanto materialización del saber racional. Transmitir deseos de dichas y venturas es mensaje simplón, sin esencia, pues a ellas no se accede con buenos anhelos de terceros. 

Es un estado de plenitud dependiente del sujeto que se autorrealiza. La autorrealización es un sumario de concientización en que emprende el individuo. Parte de la más elemental necesidad de subsistencia como la alimentación; transita por la seguridad del ambiente en que se desenvuelve, que involucra certidumbre y estabilidad emocional, física y material en general. Así arriba a la compleción de su condición humana. La felicidad se logra mediante el balance entre la paz interior y el quehacer que la misma produce. 

Para la filosofía griega, representada por Aristóteles en el campo que nos ocupa, la felicidad es la “areté”… virtud que simboliza la excelencia del hombre. Se la alcanza cuando hace uso de facultades sensatas y coherentes que desembocan en su completo desarrollo intelectual, el cual guarda relación con las imposiciones morales para una vida digna. Hablamos de un verdadero eudemonismo… teoría ética que determina la felicidad como fundamento de la vida moral (RAE). Ésta es de carácter atemporal, pues no va atada a momentos específicos pero a la actitud permanente frente a la existencia.

En la Carta de Descartes a Elizabeth leemos que “la felicidad consiste en un perfecto contento de espíritu y en una satisfacción interior que no suelen poseer los más favorecidos por la fortuna, y que los sabios adquieren sin ella”. Continúa afirmando que la vida en felicidad es tener el espíritu en júbilo y satisfecho. En efecto, la felicidad depende de cómo enfrentemos nuestra condición humana ante nosotros mismos y frente a nuestros semejantes. Ontológicamente, es un estado “supramaterial” ligado a la valoración que hagamos del espíritu propio, en el cual el burdo contingente utilitario carece de relevancia. 

Mudemos el análisis al campo sociológico… o más bien sociogénico. El materialismo, sinónimo de egoísmo, codicia y ramplonería, es característico de la vergonzosa sociedad que comenzó a tomar fuerza a mediados del siglo XX, con la posguerra, consolidada en los últimos veinte años. Esa sociedad llega a tal grado de estupidez que propaga deseos de felicidad y ventura con el ofrecimiento de bienes y placeres materiales a seres que carecen de lo mínimo para su congrua subsistencia, en muchos casos incluso para la alimentación del día. Los pregoneros de un capitalismo deshumanizante – por cierto existe uno válido para el afianzamiento de una sociedad próspera – dejan de razonar en que quienes “vegetan” en miseria no tienen idea alguna de lo que puede ser felicidad. Esos anunciadores irradian hipócrita e impostora dicha que solo satisface a quienes se aíslan en su conveniente pozo de pobreza espiritual.

Las sociedades en cita dejan de advertir, como lo sostiene I. Kant, que es imposible pensar en la felicidad de manera egoísta. El bienestar social es equiparable a la felicidad comunitaria. Está llamado a ser un estadio de carácter permanente en que la solidaridad como valor supera al individualismo, a la egolatría y a la ingratitud. Para lograr felicidad, los pueblos deben enfrascarse en acciones concretas, más allá de mensajes vanos. Lo bueno está llamado a primar por sobre lo malo; lo bello ético y estético, por encima de lo deforme en moral; lo útil a superponerse a lo inservible, improductivo e infructuoso.

Dejemos de dedicarnos a lo fútil, a lo nimio en intelecto. Vamos a por, primero, comprender el alcance de lo que deseamos transmitir. Entendamos las palabras en su real dimensión. No desperdiciemos bríos en recados que nada dicen, salvo por medianía en erudición. (O)

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