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11 Septiembre de 2023 15.45

Entre los mayores desperfectos del "biempensar" se cuenta a la propensión de determinadas personas a dar algo por cierto, sin profundizar en el análisis inteligente de ese algo. Es el facilismo que produce sea el desgano intelectual, o bien el temor a descubrir que nuestras convicciones tienen facetas insospechadas que merecen aproximaciones racionales. A éstas solo podemos acceder mediante esfuerzo docto, que no dogmático.

 

Sin perjuicio de otras consideraciones teológicas que puedan hacerse en torno a la existencia de un dios, particular relevancia tiene para la Iglesia Católica – no necesariamente para la religión católica – aquella conocida como la "teoría anselmiana". Nos referimos a la desarrollada por el monje benedictino San Anselmo de Canterbury, también conocido como de Aosta. Lo primero por haber llegado a ser arzobispo de tal localidad, y lo segundo por su lugar de nacimiento. Paréntesis: recordemos que con ocasión de la Reforma Anglicana, el Arzobispo de Canterbury es el primado de la Iglesia de Inglaterra.

 

San Anselmo defiende la existencia de dios argumentando que "[…]aquello mayor que lo cual nada pueda pensarse, no cabe que puede pensarse que puede existir y no exista". Por ende, concluye el glorificado en que si pensamos que existe, indefectiblemente existe. Es una teorización rezagada de los inicios del cristianismo que obliga al hombre a aceptar un dogma sin reflexión alguna, mas por el solo hecho de que un tercero así lo sostiene. Esta "irracionalización" antojadiza, caprichosa y sórdida de la iglesia conforma un verdadero atentado contra el hombre como ser pensante. El respetable interés del humano en creer en una divinidad cualquiera – inclusive los ateos piensan en algo superior a su sí mismo material – jamás puede conducirlo al absurdo de acatar aquello que violenta la inteligencia. La agudeza mental está para usarla, que no para preconizarla con palabras que la contradicen.

 

En materia religiosa la metafísica tiene una connotación especulativa. La contraparte es aterrizar la especulación en la razón, so pena de que quede el individuo en contemplación irrelevante. Pues bien, a la Iglesia le disgusta que el hombre razone. Si le faculta corre el riesgo de ser cuestionada. Esta pretensión la resume en los llamados "dogmas de fe" (Catecismo de octubre de 1992, XXX aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y XIV del pontificado de Juan Pablo II). Allí leemos que el Magisterio ejerce su autoridad cuando define y propone dogmas en forma de obligaciones a una adhesión irrevocable de fe… verdades contenidas en la Revelación divina o verdades que tienen con ellas un vínculo necesario. Nos preguntamos ¿necesario para quién?

 

Aceptar las Revelaciones a título de dogmas es un absurdo filosófico, que como tal limita al entendimiento. I. Kant habla de tres "facultades cognitivas". La sensibilidad nos encamina hacia la recepción de los objetos, lo cual nos habilita a captar lo que las cosas representan. Luego viene el entendimiento… la facultad de pensar para la debida formación de los conceptos. La tercera potestad epistémica es la razón, que en el ámbito que nos ocupa no es la "razón pura" pero la "razón práctica". Por medio de ésta el hombre sobrepasa su estado idealístico y por ende desecha los desmentidos presentes entre dos principios racionales (antinomia). Al hacerlo adquiere la capacidad de entender a un dios más allá de una metafísica embaucadora.

 

Según lo expusimos en algún artículo, dios existe no porque "es", siendo que el predicado no añade algo al sujeto (Kant). Asumir la existencia del Dios cristiano en función de lo que Éste nos ha revelado y lo que ha creado nada abona a su "presencia" entre los humanos. A la vera del agnosticismo kantiano, el propio filósofo sostiene que "la religión proporciona a la moralidad un peso específico". Creer en un dios es atribuirle cualidades que el mismo hombre está llamado a tenerlas. Así entre otras, sabiduría para entender a los demás, bondad para entregar al prójimo lo que demanda de nosotros… lealtad para uno mismo. Esto no es cristianismo sino raciocinio elemental.

 

En exclusiva, la razón práctica – no la razón pura – permite al ser humano entender y comprender a un "ser" que sin ser algo tangible, sí que nos proporciona ideas claras de lo que el hombre es por sus manifestaciones morales al margen de cualquier cualidad metafísica. La religión está convocada a responder lo que nos está permitido, jamás lo que nos está impuesto por una iglesia que contradice las palabras con acciones. Menos cuando unas y otras reflejan lógica enclenque. (O)

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